La cuarentana, toque de queda y las fuerzas del orden en las calles han impedido que algunos formen turbas para linchar y robar o destruir propiedad privada. La barbarie ha sido virtual con mensajes instigando al gobierno a que manu militari ocupe moteles para aislar pacientes, convierta hoteles en hospitales y obligue a las empresas a pagar salarios sin estar abiertas, porque “la riqueza patronal es plusvalía usurpada a los obreros”, como decía Johannesburgo a Morrobel.

También para que meta preso a todo dueño de negocio que tenga hoy un “suministro estratégico en su poder” y se oponga a vender al precio vigente en diciembre pasado más un 10% de propina en aquellos casos donde el despojo provoque más llanto o congoja.  En casos de vecinos como Karl y Walter, que hemos explicado en las últimas dos entregas, quien se lleva los aplausos es el primero por denunciar al malvado que se pasó tres meses llenando despensa y armarios con mascarillas que ahora está vendiendo a “sobreprecio”.

Recordemos que el chivato y envidioso Karl confío que las mascarillas siempre estarían disponibles y Walter, paranoico o “buscalucro”, pensó que estarían escasas y, en consecuencia, buena oportunidad para comprar y acumular ahora lo que consumiría su círculo familiar en el futuro; o para tener un inventario se vendería con beneficio a los precios más altos provoca el aumento de la demanda.

Ni como acumulador ni como especulador ha violado Walter los derechos de terceros.  Estuvo comprando en los mismos canales de distribución estuvieron abiertos para todo el mundo, con sus propios recursos y en base a la información disponible para todo el mundo. El origen de las cajas de mascarillas que tiene en su apartamento es legítimo y no pierde el derecho de disponer a su discreción de ellas porque ahora “son escasas y se necesitan para ser distribuidas por el gobierno a quienes más las necesitan.” 

¿Y si se daba el caso contrario: uno en que los desplazamientos de las curvas de oferta y demanda llegaban a un precio de equilibrio menor donde Walter tendría que liquidar su inventario con pérdida? ¿Aceptaría el mismo gobierno con poder para confiscarle las cajas de mascarillas porque se necesitan en los hospitales, que Walter pague el impuesto a la propiedad inmobiliaria en especie, su inventario, todavía con el plástico de bolitas de aire que explotan, valorado al precio de adquisición?

No es posible integrarse a cualquier emprendimiento o actividad económica si en el futuro las dos opciones son:

1) Socializar las ganancias, por ejemplo, liquidar un inventario o revender un solar al “precio justo” que determine el gobierno si los de mercado son muy altos con respecto al precio original fueron adquiridos. De esta manera se lograrían los objetivos de entregar suministro de forma más favorable al bien común y que el desarrollo inmobiliario sea menos oneroso para el relanzamiento de un polo turístico.

2) Privatizar las pérdidas. Que sólo recaiga sobre el acumulador o especulador la devaluación del inventario de bienes y el solar en los que cifró esperanzas de ganancias, sin posibilidad alguna que el gobierno acepte esos activos para cancelar al precio de adquisición obligaciones tributarias.

Tan mezquino es el esquema de privatizar pérdidas y socializar ganancias, donde el promotor y abusador es el gobierno, como estos dos perversos que motoriza la acción privada para recibir favores públicos: 1) privatizar ganancias y socializar pérdidas y 2) privatizar ganancias ad vitam vía la explotación a los consumidores que se les niegan opciones para escoger en libre competencia.  Las tres son antesala del peor de los mundos que representan hoy naciones como Cuba, Corea del Norte y Venezuela donde el gobierno elimina la propiedad y emprendimientos privados para ser el eje de la producción de bienes y su distribución racionada a pueblos felices de haber sido liberados, como dicen los Johannesburgos, “del yugo opresor de explotadores especuladores”.

Si seguimos coqueteando con la arbitrariedad y el oportunismo, en pocos años nuestra foto satelital nocturna será cada vez más parecida al país donde se ven dos luces, tendremos en basureros presencia policial para evitar disturbios en la búsqueda de comida o haremos filas de cinco horas al tetero del sol para recibir pan y sardinas en el almacén público, suplicio que hará más insufrible un Karl que no se calla con lo mismo de todos los días: “recuerden camaradas que la culpa de la espera y la ración es de los enemigos capitalistas de la nación.”