En abril del 2013 se publicaron los resultados de una encuesta Gallup en los que el fenecido expresidente Balaguer figuraba como el político más admirado. El dato generó airadas protestas que recordaron las más violentas ocurridas en el 2007 en la universidad estatal por un mural en el que se veía de manera preponderante la figura del ex presidente. El mural, ya destruido, revivió el recuerdo de algunos episodios fundamentales en la historia de esa academia, la más vieja de su género en el continente.
La paradoja consistía en que irónicamente fue Balaguer quien, en los primeros días de enero de 1962, le concedió a la universidad la autonomía y fuero que aún posee, lo que le permitió al centro ampliar desde entonces su antiguo nombre de Universidad de Santo Domingo por el universidad autónoma UASD. No se trató tan sólo de un cambio de nombre, lo que hubiera resultado intrascendente, sino un enorme paso adelante. Con la autonomía, la universidad se hizo capaz de trazar su propio rumbo e iniciar un proceso de reformas desligado de las influencias y directrices políticas de turno, que entonces parecían marchar rezagadas de los vientos que ya soplaban en sus claustros y recintos.
Apenas unos días después de haberle otorgado la autonomía, la universidad le suspendió como profesor, no lo expulsó, en una resolución en la que no se hacía referencia alguna a los méritos académicos de quien fungía como Presidente de la República.
Durante años, especialmente después de su muerte, los seguidores del líder reformista han alentado la esperanza de que esa resolución sea revocada, como paso final del proceso de reivindicación política que sus propios detractores de décadas emprendieron al “canonizarlo” como el “Padre de la Democracia” por decisión del Congreso con mayoría de sus opositores. Una posibilidad que sigue siendo lejana en vista de lo acaecido ocho años atrás con el citado mural de la discordia.