El primer desafío del abogado en la economía del conocimiento, es participar en la construcción del mismo. Como me explicó un destacado abogado días atrás: -No hay tiempo para leer doctrina pensada por otros; tan pronto llega la información oficial de carácter jurídico, nos toca construir nuestra propia doctrina, con nuestros propios recursos intelectuales. Es más, vamos hasta donde se gesta ese conocimiento (refiriéndose al Congreso, órganos reguladores y otros centros decisión) a participar en su determinación. El KM es proceso activo, anticipado y creativo.

El segundo desafío de la administración del conocimiento, es cómo facturarlo. Si bien, existen diversos métodos de facturación, adaptables a las necesidades del cliente, la facturación por hora, prueba ser el más eficiente y justo método de valoración del activo intrínseco al servicio legal en la economía del conocimiento.

Pero esto genera un siguiente desafío. ¿Es facturable o de algún modo reconocido el mérito de dedicar tiempo a gestionar know how?

Recuerdo cuando en mis tiempos como asociada en una firma internacional con oficinas en Rep.Dominicana, donde aprendí el proceso de facturación por hora; una de las reglas de oro, era que ese especie de inversión de tiempo, formaba parte del llamado desarrollo de cliente o client development y por ende, tiempo no factorable. Una inversión personal del abogado.

El cliente no te paga para que estudies, se supone que sabes, te paga para que produzcas soluciones basadas a tu conocimiento, se alertaba a todo joven abogado asociado.

Es por lo que las grandes oficinas de abogados han elegido tener una estructura o servicio back office o de soporte para agotar esa labor. Cada grupo de práctica, tiene un equipo de respaldo que les asiste en tareas de KM.

Esto así, pues la gestión del conocimiento jurídico ha dejado de ser un proceso individual, informal y espontáneo, propio de perfiles amantes de la investigación, para descansar en el seguimiento sistemático de aquellos elementos que interna y externamente transforman el derecho día a día.

En adición, la explosión de información jurídica en línea, coincide además, con el cambio cultural que caracteriza a la generación milenio. Para estos, lo que no está en las redes publicado, no existe, afirma Parsons. Todo lo cual,  implica ciertos riesgos.

Es difícil segregar información de valor y confiable en línea, de aquella efectivamente útil. Y, el volumen al que se tiene acceso, es tal, que llega a producir genuinos fenómenos de ansiedad entre quienes necesitan dedicar sus horas laborales a producir tiempo facturable para ser reconocidos como persona de alto desempeño.

En ese nuevo entorno, en países con menos casas editoras, pasamos del alto costo de importación de obras de derecho a una tarea intensa de verificación respecto de la fidelidad de las fuentes en medios electrónicos.

Pero el acceso a información y administración del conocimiento no son sinónimos. El know how, contiene un valor agregado, que la fuente en bruto no provee. Y ese valor precisamente, se encuentra en buena medida, al seno del despacho o firma de abogados, en su propia historia de casos, en sus archivos físicos y electrónicos.

Siempre he pensado que la gran historia del derecho dominicano, por ejemplo, no la cuenta su doctrina. Es una historia casi desconocida y secreta al seno de las firmas grandes, medianas y pequeñas, algunas con miembros de 3 y 4 generaciones, que han perfilado en su asesoría y representación, nuestro derecho positivo.

El KM es una atractiva oportunidad de diálogo entre generaciones. Los abogados más veteranos conocen lo narrado por instrumentos y soluciones que encontraron a lo largo de su práctica profesional. Los más jóvenes son hábiles en el dominio del poder exponencial que ofrece la tecnología para sistematizar su uso.

Compartir esa posibilidad es ganancia neta.