La semana pasada se produjo el deceso del premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo. Disidente del gobierno de la República Popular China, Xiaobo fue un reconocido propulsor de los derechos humanos y la apertura democrática.
Profesor universitario y crítico literario, Xiaobo fue uno de los principales redactores del la Carta 08, un manifiesto firmado por más de 300 profesionales apoyado posteriormente por miles de firmas, cuya publicación se produjo en el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Inspirada en la Carta-77, co-redactada por el célebre dramaturgo Václac Havel contra el regimen socialista de la antigua Checoslovaquia, la Carta 08 cuestiona la “modernización autoritaria” de China, la violación de los derechos humanos, el sistema de partido único y la ausencia de separación de los poderes. El escrito pide la elección democrática de los funcionarios, un sistema pluripartidista, la libertad de asociación y de expresión, así como la defensa de otros principios reconocidos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Xiaobo fue detenido, proscrito y sentenciado a una condena de once años en diciembre del año 2009 acusado de “subversión”. Por esta razón, cuando en el año 2010 recibió el premio Nobel, su silla estuvo vacía junto a las ocupadas por los otros galardonados correspondientes a aquel año.
Como otro de los grandes defensores de las libertades civiles del siglo XX, Nelson Mandela, Xiaobo no asumió su batalla como una lucha personal contra sus captores. Cuando esto pasa, uno se convierte en la bestia que intenta combatir y la mente se obnubila con el resentimiento y sus secuelas de venganza y destrucción.
Por el contrario, Xiaobo dio una lección de que las batallas deben librarse contra las ideas y principios incompatibles con la libertad. Por esta es razonable todo sacrificio personal, porque es la raiz de lo que Avishai Margalit llamó la sociedad decente.