Este artículo es una reflexión personal sobre la cuestión catalana, desde la duda, no de la emoción y sin ninguna certeza en una verdad absoluta, indiscutible.
Cataluña siempre se está yendo de España. Esa es una constante en la historia española, pero siempre se queda, a regañadientes, o al menos, así ha sido, hasta ahora.
Un cúmulo de errores, de guiños autoritarios desde el poder en Madrid, de empleo de la cuestión Catalana para ganar votos, en el resto de España, acudiendo al expediente de sembrar la cizaña contra los “polacos” (como despectivamente se llama por algunos a los catalanes, que son tachados de no ser españoles por su apego al uso de su lengua), han ido sumando elementos que, en el escenario de la crisis iniciada en 2008, ha estallado relanzando la reivindicación de Cataluña de ser no sólo una nación sino una nación con Estado, independiente de España.
Los críticos del llamado ahora por algunos “régimen del 78” (en diciembre de 1978 se aprobó la Constitución vigente), señalan que el llamado Estado de las Autonomías, creando 17 comunidades autónomas, en principio iguales, salvo las excepciones de Navarra y el País Vasco, que ya tenían unos fueros en materia fiscal, que se les respetaron, lo que buscó fue diluir la cuestión de las nacionalidades históricas (Cataluña, País Vasco y Galicia), en el llamado “café para todos”.
Esta salida política, que salvo los ilusos, se entendía que no era una solución a largo plazo, sólo ponía trabas a un problema que en algún momento iba a estallar. Es evidente que otro mapa político administrativo hubiera sido posible, por ejemplo, dar un estatuto de mayores competencias incluidas las fiscales a las nacionalidades históricas, y en el resto de regiones aplicar un principio más centralista combinado con una amplia descentralización administrativa. Creo que eso está más cercano a la realidad sociológica española y sobre todo era más funcional.
Lo que queremos indicar es que el problema de las nacionalidades en España siguió vivo. En el País Vasco un grupo pretendió su desgaje de España a través del terrorismo conducido por ETA. En Cataluña, de manera más pragmática, los dirigentes catalanistas optaron por aceptar el status quo, a cambio de ceder muchas competencias estatales y de recibir una parte importante de la fiscalidad que generaban. En esos tiempos desde los partidos y desde el Estado se decía que incluso la opción independentista era válida, lo condenable era buscarla a través de la violencia. Eso ahora ha caído en el olvido. Lo legal es que no se puede hacer nada a este respecto.
El “España nos roba”, que dicen algunos políticos catalanistas, es una exageración, aunque sí es cierto que en el balance fiscal del Ministerio de Hacienda (2013), Cataluña aportaba 8.800 millones al resto de España mucho menos que Madrid cuya cifra es de 17.591 millones de euros. La contribución de Cataluña al PIB español es del 18,9 % seguido de Madrid con el 18,8 % del PIB. Pero Cataluña es después de Valencia la que tiene un mayor endeudamiento público, el 35,3%. El endeudamiento público de Madrid es de sólo el 13,6%.
Así pues, si comparamos a Cataluña con Madrid, esta última cede una cuota mayor de sus ingresos a la caja común que se reparte entre las comunidades autónomas tratando de lograr una mayor homogeneidad entre las regiones. Lo que ocurre es que tanto en España como en otros países, por ejemplo, Bélgica, las regiones más ricas son renuentes a querer ceder una parte de sus ingresos fiscales para ser transferidos a las regiones menos ricas. Ahí se encuentra una de las claves –no la única- del independentismo catalán, el llamado al egoísmo regional o nacional. Lo mío es mío, y los demás que se las apañen.
Cierto es que la derecha nacionalista española –que existe aunque no se la mencione como se hace con otros nacionalismos-, y una izquierda, hoy derechizada, también fomentan un anti catalanismo, cuando critican la insolidaridad pero no dan muestras evidentes de emplear adecuadamente los recursos que se le destinan. El caso más patético es Andalucía, que es la región que más fondos fiscales netos recibe, 6.154 millones de euros. Durante más de treinta años ha sido gobernada ininterrumpidamente por el PSOE y sigue siendo la región con la tasa más alta de paro, algo más del 29%. Aquél sueño de convertirla en la California y el Silicon Valley español, se ha venido abajo.
Hay que recordar que el nacionalismo catalán, que estuvo liderado por Jordi Pujol, se caracterizó por pactar con todos los gobiernos de Madrid en una especie de quid pro quo, y por otro lado, como se ha descubierto sin ambages por la opinión pública recientemente, en realizar una política de corrupción utilizando la Generalitat y las obras y contratos públicos para cobrar comisiones, una parte de la cual iba dirigida a su partido CiU y otra parte, mayor, para una apropiación indebida, o sea, robada, por su entramado familiar. Uno se pregunta, si nos colocamos hipotéticamente en una Cataluña independiente, si las acusaciones a la familia Pujol quedarían en suspenso ya que se habrían cometido violando las leyes de “otro Estado y otra legalidad”.
Ciertamente que el referéndum que se celebra mientras escribimos este trabajo no es legal, pero la cuestión es que se ha convertido en un gran problema político. Incluso los más ardientes defensores del Sistema imperante y del status quo admiten que ha habido una incapacidad del presidente Rajoy y de su gobierno, que las decisiones de la fiscalía han sido torpes, y que la negociación política ha faltado. Ahora bien, esos tres fallos están interrelacionados, porque la Derecha española y este Gobierno en particular creen que se refuerzan en sus nichos de votos de las Castillas, Extremadura, Murcia, etc. Nacionalismo español frente al catalanismo y ellos como los garantes de una España unida, grande y sometida a sus designios. Eso conduce, piensan, a una avalancha de votos al PP.
A partir del 2 de octubre, la política deberá sustituir a toda la logomaquia y hermenéutica legal. El PSOE y el PSC deberá jugar en ello un papel crucial, no sólo porque su posición ha sido percibida como de medias tintas ante muchos sectores de opinión, sino porque para recuperar votos en Cataluña y no perder votos en el resto del Estado, tendrán que ser tan sutiles como inteligentes, pero tienen un problema añadido.
Algunos barones territoriales y los Príncipes del PSOE (dirigentes y ex ministros que ejercen su poder en la sombra y tienen el control de redes con el capital financiero español e internacional), están claramente en contra de Pedro Sánchez y no ven la hora de quitarlo de en medio. Tener el control del partido es tan importante para ellos como para los capitalistas ser los accionistas principales de una gran empresa: les reporta muchos dividendos. Consideran que el momento es de aliarse con el PP, con la Gran Derecha, de la que son su ala “izquierda”. Y negociar para restaurar con “ajustes finos” el sistema surgido en 1978.
El pesimismo sobre el futuro de una Cataluña independiente es bastante generalizado en España. Casi nadie cree que de este embiste los catalanistas logren su viejo sueño de ser un Estado independiente. Se arguye que la UE no les admitiría en su seno ya que España les bloquearía el ingreso. Y Cataluña estaría condenada a ser un paria en Europa.
Otros pensamos, siempre dentro de escenarios imaginados, que si Cataluña se independiza no es tan seguro que no reciba el apoyo de algunos Estados miembros de la UE. Otras opciones serían establecer relaciones especiales con el Reino Unido del Brexit, con Noruega, e incluso con la Rusia de Putin
La UE ha sustituido teóricamente la Europa de las Patrias y del nacionalismo, cierto que tenemos largas décadas de paz, pero también lo es que en todas las Cancillerías los diplomáticos europeos siguen siendo renuentes a abandonar su concepción del equilibrio de poderes y la búsqueda de intereses nacionales. Como se observa en los Consejos de la UE e incluso en las tensas relaciones por competencias, a veces, con la Comisión Europea.
Por ende, si realmente hubiese una Cataluña independiente ese nuevo Estado terminaría siendo encajado de alguna forma en el sistema internacional y en el sistema europeo. Lo contrario es una ilusión, expuesta como arma en la tarea de adoctrinamiento contra el catalanismo.
Termino con una respuesta a la pregunta que algunos lectores se habrán hecho: ¿El autor está a favor o en contra de la independencia de Cataluña?
Para mí el interés común de Cataluña y de España es permanecer unidas pero en el contexto de un Estado organizado territorialmente de manera diferente. La situación ha llegado a un punto de no retorno dónde se requiere una modificación de la Constitución de 1978 y establecer un Estado Federal plurinacional, que establezca a España como una nación de naciones.
Torrelodones, 1 de octubre de 2017