El inicio de la segunda quincena de marzo del año en curso, acogió la última característica de una figura genuina y excepcional, la despedida terrenal de un auténtico maestro del Derecho, la ida del cultor más acabado de la carrera de juez del orden judicial de la República: Manuel D. Bergés Chupani.
Tuvimos la fortuna de recibir sus lecciones desde el aula, nos tocó un modesto espacio que la Escuela de Derecho de la Universidad Nacional Pedro Henríquez (UNPHU) había ubicado en el entonces denominado campus II, con características tan singulares que le identificaban como “El gallinero”.
Discurría el año 1974, llegábamos a la universidad tras escuchar “La excelente música del mundo”, que producía el locutor René Alfonso, a través de Radio Cristal; en aquella época, también José Enrique Trinidad, era un locutor referente de la música predilecta del momento, a través de su espacio en la emisora HIJB.
Lo cierto es que, a las 2:00 de la tarde comenzaba la docencia, y el magistrado Bergés Chupani se incorporaba a la misma, luego de agotar su intensa jornada como juez de la Suprema Corte de Justicia; llegaba siempre a su hora, sin faltar jamás, con el entusiasmo que le caracterizaba, “a todo dar”, cuestión que se dejaba sentir por vía de su expresión alta y bien matizada, y bajo su característico grito de guerra académica: – Buenas tardes ¡jóvenes!
Derecho Civil I, esta materia trataba sobre las personas, los actos del estado civil, etc., en su naturaleza estaba llamada a resultar árida y extenuante para cualquiera; pero, nuca para el maestro Bergés Chupani, quien lograba con su particular forma una explicación entusiasta, matizada por sus amenas salidas, conectando de manera agradable con su alumnado, acaparando la atención absoluta del auditorio estudiantil.
Entonces, integrábamos aquel alumnado, entre otros, Pilar Acosta, Ángel Adams Marcial, Jorge Alcántara Sánchez, Luis Alburquerque Sasso, Alburquerque Rodríguez, Luis E. Amador Torres, Fidias F. Aristy Payano, Marilyn Armenteros, Atoche Paradas, Adelso Manuel Aybar, José Joaquín Balaguer, Alfredo Balcácer Vega, Fidel Batista, Aida Bergés, Alfredo Biaggi Pumarol, Amable Botello hijo, Pelegrin Castillo Semán, Ramón Calcaño Abud, Clara Ceballos, Carmen Amelia Cedeño Cedano, Hemilce Contreras Michell, Ruth Clisante Muñoz, Juan Ramón De la Cruz Martínez, Federico Dickson Castillo, Maritza Didiez Bernardino, José E. Ducoudray Núñez y Darío Espinal.
También, Alfredo Féliz Reyes, Máximo García de la Cruz, Pedro Garrido, Wilson Gómez Ramírez, José Manuel Granados Mendoza W. R. Guerrero Disla, Ruddy Grullón hijo, Rolando Haza Uceta, Carmen Imbert Brugal, Rosa Jáquez, Miguel Jacobo Azúar, Silvana Lora, Adriano López Pereyra, Félix Matos Acevedo, Kelmer Messina Bruno, César Mota Cerda y Manuel Muñiz Hernández.
Además, Vitelio Mejía Ortiz, Amelia Moreno Oleaga, Radhamés Nadal, Eulogio Pimentel Lantigua, Albert L. Paniagua, Eliseo Pérez Perdomo, Juan Pérez Lasosé, Omaira Pimentel Patxot, Ozema Pina Peláez, Ana A. Polanco Valette, Virgilio Pou De Castro, Ernesto Pradel Díaz, Allan Ramos Carías, Ricardo Ramos Franco, Francisco Reyes Peguero, Roberto Rizik Cabral, Mercedes Rodríguez, Rafael Rodríguez Alburquerque, Raysa Rodríguez Sotomayor, Ricardo Taveras Cepeda, Luis Torres, Roberto Turull Duluc, Haché, Julio César Santana De León y José Miguel Soto Jiménez.
Se advertía, que el maestro quería hacernos un vaciado de sus conocimientos, no hacía ningún tipo de reservas; sólo sus alumnos de derecho conocieron lo que era un expósito, jamás habíamos oído hablar de aquella figura, aún hoy, muchos profesionales del derecho desconocen que con tal término se define al niño recién nacido que ha sido objeto de abandono por parte de sus padres; él, nos explicaba que, de esa situación, con frecuencia, provenían apellidos tales como Del monte, De la calle, De la Cruz, Camino, Iglesia, del Pozo, Del campo, Catedral, etc.; es decir, de acuerdo al lugar donde fuera encontrada la criatura.
Muy temprano, iniciando los estudios de la carrera de derecho, nos recomendaba leerlo todo, dejaba caer su sabia experiencia, precisando: – “Jóvenes, están en la etapa donde pueden leer, disponen del tiempo, mañana, cuando alcancen la profesionalidad, les será difícil hasta leer la prensa, por las exigencias propias del ejercicio profesional”.
El maestro Bergés Chupani, fue el juez de paz que inició una carrera que le llevó a todos los grados judiciales, hasta la presidencia de la Suprema Corte de Justicia; su ejercicio discurrió con brillantez, irreprochable dignidad, con el mayor decoro, y coronado por la grandeza que decretó su vida colmada de humildad.
Fue el maestro que ocupó elevados puestos ejecutivos en la academia y asumió interinamente la presidencia de la República en una decena de oportunidades, sin que esto alterara su vida propia de ciudadano común, su afabilidad nunca menguó.
Nunca olvidaremos, aquella sentencia de vida que él dictara al fragor de la docencia, la cual pudimos recoger aparentemente “al desgaire” en la contraportada de nuestro cuaderno: “Jóvenes! En la República Dominicana no habrá jamás buena administración de justicia, por excelentes que sean las leyes, si no se cuenta con un material humano de primerísima calidad”.
Tampoco podemos olvidar aquel dramático llamado hecho por él, también en el marco del aula: – “¡Jóvenes! Estoy abonando la mente y el corazón de cada uno de ustedes, en la seguridad de muchos alcanzarán importantes funciones públicas, para que, llegado ese momento, realicen todos los esfuerzos posibles para mejorar la administración de justicia en la República Dominicana”.
¡Adiós, maestro Bergés Chupani!