Un reciente número de The Economist aborda el fin de la globalización.  Esboza la evolución que ha registrado este fenómeno mundial en las últimas décadas; en particular, los desafíos que hoy confronta concluyendo que la crisis desencadenada por el Covid-19 marcará su epitafio.

Es cierto que este orden económico se ve afectado por nubarrones que eran impensables. Concuerdo con lo planteado en el artículo de que su crisis solo se ha potencializado con la inédita convulsión que vivimos. Razones obvias: los centros de producción económica más importantes del mundo están en su menor rendimiento desde la gran depresión del 29 y ni hablar de la afectación que este desabastecimiento de bienes y servicios proyecta para los próximos meses.

Aunque no lo trata el comentado artículo, esta crisis se ha ido incubando por otras causas. Así, por ejemplo, el auge en los últimos años de las corrientes neonacionalistas y aislacionistas, como las que encarnan Trump, Brexit, Boris Johnson, Bolsonaro y otros, sin considerar las tensiones generadas en las sociedades del primer mundo o las que están en vía de serlo, por los problemas económicos, sociales y migratorios. Esto, en el contexto de fuertes movimientos de protestas sociales expresados en diferentes lugares del mundo. Recordemos los chalecos amarillos en Francia, las violencias en Chile, Ecuador o Colombia y hace muy poco en los Estados Unidos y Europa con la detonante de Floyd. En su conjunto estos eventos grafican el éxito del antisistema Guasón Joker.

Es innegable que el orden económico de la globalización, vigente prácticamente en los últimos 23 años, por razones estructurales o cíclicas ha propiciado niveles de crecimiento económico, pero también de desigualdad económica, social y tecnológica que han minado su omnímoda hegemonía mundial. Sin embargo, en este contexto, conviene hacernos las siguientes interrogantes: ¿Implicaría todo esto el fin de la globalización? ¿Desencadenaría esta crisis la hegemonía mundial del modelo chino? ¿Involucionaremos con estas convulsiones a los proteccionismos y neonacionalismos de la época de los Reagan y Thatcher? ¿Quién ganará con el post Covid-19?  No tengo las respuestas a estas preguntas, pero tampoco quiero aventurarme a predicciones. Sí me preocupa, y bastante, que de esta crisis, que apenas empezamos a padecer, no se vislumbre en lo inmediato y mediato un mundo mejor para sus habitantes.

Comparto con el referido ensayo en que en el horizonte mundial no se visualiza un liderazgo mundial compartido y comprometido con las mejores causas de la humanidad; un liderazgo responsable que maneje esta crisis en las siguientes direcciones:

a)  Que pueda crear iniciativas económicas de cooperación mundial efectivas para mitigar los devastadores efectos económicos, sociales y de salubridad que afectan los sectores económicamente vulnerables de los países del tercer mundo. Que, al mismo tiempo, auspicie un orden económico mundial más inclusivo con menos desigualdad económica y social. Por ejemplo, pensemos lo que esta crisis significará para nuestro país con el pago de los intereses de una deuda externa equivalente al 54 % del PIB de este año, con la falta de ingreso a nuestra economía de algo más de US$ 6 mil quinientos millones para este año y una tasa de desempleo próxima a un 22 %, entre otros severos condicionamientos.  Sin duda, que esta salvaje política de “sálvese quien pueda” apunta a prevalecer en esta crisis mundial con su secuela de marginación social, pobreza e inseguridad en todos los órdenes.

b) Que pueda fomentar mecanismos de cooperación e intercambio científicos más eficientes y confiables para prevenir y enfrentar los problemas de salubridad mundial parecidos a los hoy vividos. Es obvio que el mundo, sus estados y órganos especializados en materia de salud no estaban preparados de manera idónea para prevenir ni enfrentar este problema. Solo hay que pensar cómo China subestimó la capacidad que tenían sus insólitos mercados de animales salvajes vivos de Wuhan para ser vectores del virus. Luego, cómo aplicó su férrea política de control orwelliano a los primeros médicos que advirtieron de la propagación de este virus

c) Que aproveche esta crisis para lograr la ejecución de políticas públicas tendientes a enfrentar los problemas del cambio climático, para apostar por un desarrollo sostenible. De modo que esto no sea el germen de una crisis mundial, quizás de muchas mayores proporciones que la que hoy padecemos. Es lamentable que hoy veamos cómo Trump, Bolsonaro, Boris Jhonson, entre otros estadistas, reniegan de la gravedad de este drama.

d) Que nos prepare en el manejo del enorme desafío que supone para la humanidad el vertiginoso desarrollo de la tecnología. Un liderazgo visionario para interpretar las señales de la historia, como apunta  Harari: “Sin embargo, es indudable que las revoluciones tecnológicas se acelerarán en las próximas décadas, y plantearán a la humanidad las mayores dificultades a las que nos hayamos enfrentado nunca”.

Por esto, una de las perentorias tareas de política internacional del nuevo gobierno es propiciar una cruzada ante todos los foros internacionales con otras naciones con parecidas visiones. Sin un liderazgo mundial responsable los desafíos por delante del mundo y, en especial, los países tercermundistas, como el nuestro, serían inimaginables. ¡Alea iacta est!