Me adhiero a los que piensan que el pueblo dominicano es bueno: amistoso, hospitalario, trabajador. Esa es una cara de la moneda. La otra tiene una lista de problemas, entre ellos, las adicciones, que no tendrán solución sin una acción conjunta del Estado y la ciudadanía; y si el Estado falla en regular, entonces la ciudadanía tiene que asumir mayor responsabilidad para enfrentarlos.
He aquí algunas adicciones que deberían considerarse en la reflexión que se motiva en estos días de Semana Santa, que con el tiempo se han tornado más festivos que reflexivos.
La adicción a los juegos de azar es terrible. Legales hay unas dos mil bancas de apuestas en la República Dominicana. Ilegales, se dice, muchísimas más. Se apuesta a todo, con los más diversos nombres para cada juego.
Los dueños de bancas de apuestas han ido calando en los estamentos del Gobierno. Su representación en el Congreso es ya significativa. Buscan poder político para mantener y expandir su poder económico, y eso dificulta una mejor regulación.
No es aceptable, por ejemplo, que en dos o tres cuadras operen varias bancas de apuestas. De eso es responsable el Estado. Pero de la adicción es responsable el adicto con sus circunstancias de vida. No es posible eludir la responsabilidad personal. La clase social no explica del todo las adicciones.
Las bancas cerraran si no hubiese un segmento importante de la población jugando. Muchas personas cifran sus esperanzas de bienestar en sacarse el premio, un premio que nunca llega, pero en el proceso de juego la gente se entretiene, aunque termine en el sufrimiento de la pérdida. La inmensa mayoría, a lo sumo, gana un palé de vez en cuando.
Para las personas de bajos ingresos la adicción a los juegos de azar es mortal; desvían los pocos recursos que tienen a un fin sin ningún retorno, más allá de un entretenimiento fugaz que termina en frustración. Con poquísimas excepciones, ningún jugador gana más dinero de lo que pierde.
La adicción a las bebidas alcohólicas es otro grave problema. Quizás mis ojos no se han percatado, pero en mis viajes por distintos países nunca he visto un “drink to go”, o sea, las tiendas de dispendio rápido de bebidas alcohólicas. Eso, lamentablemente, existe en la República Dominicana. También están repletos de bebidas alcohólicas los colmadones, donde tiene fácil acceso la población. Y para colmo, no hay restricción real de edad para vender alcohol en el país.
El consumo de alcohol en exceso es negativo para la salud de quien lo consume, para su núcleo familiar porque aumenta la violencia y baja la productividad laboral, y para la sociedad en sentido general. Por ejemplo, una causa principal de los accidentes automovilísticos es el consumo de alcohol. Eso tampoco se regula.
No hay autoridad respetable en las carreteras que detenga a los choferes para poner una multa de graves consecuencias a quienes manejan en estado ebrio. Y ante un Estado ineficaz en su autoridad, muchos se aprovechan, sobre todo los hombres, para abusar del consumo de alcohol.
Esta Semana Santa veremos como una diversión el conteo del número de accidentes de tránsito, la cantidad de muertos y heridos en las carreteras. ¡Son tragedias!
El excesivo consumo de alcohol hace la sociedad dominicana más violenta, más irresponsable y menos productiva. No se restringe la venta porque el Estado obtiene muchos impuestos de la comercialización. Y no hay suficiente autocontrol.
Los jumos y los juegos de azar no conducen a nadie al bienestar. Tampoco la adicción a los narcóticos que prolifera.
Artículo publicado en el periódico HOY