El domingo 25 de agosto tuvo lugar en el Centro Cultural Narciso González el inicio de un diálogo  entre diversas fuerzas políticas  que buscan concertar una Convergencia de ideas y voluntades para reclamar las demandas inmediatas del pueblo dominicano y en su desarrollo ganar el gobierno.

Puestos en la perspectiva de ese diálogo hacia una posible concertación, corresponde decir tres cosas. La primera es que debe hacerse el mayor esfuerzo posible para integrar a otros sectores que por diversas razones no estuvieron allí presente, aunque se les invitó.  Se debe insistir cuanto se pueda en ese sentido, porque faltan muchos sectores que podrían ser parte. Es difícil, como todo, pero no imposible.

La segunda, refiere a un contenido que debe ponerse en su momento en la mesa de discusiones y es el criterio de que el acuerdo necesario es  el  que se proponga ser gobierno para cambiar en un sentido democrático y progresista las condiciones esenciales que mantienen el país en un régimen político  y     una    economía   concentrados    en pocas  manos  a  pesar de que la dictadura de Trujillo cayó hace más de 50 años.

Ya se ha dicho muchas veces y desde distintos litorales: el  propósito peledeísta  de partido único con pretensiones de mantenerse en el poder por tiempo indefinido, precisa de una respuesta unitaria de las fuerzas opositoras. Ni siquiera el PRD, aún en el remoto caso de que logre  unidad interna, podría vencer solo a  la  maquinaria que hoy ostenta el poder.

En  tales condiciones, si bien cuenta el que  una entre  todas las fuerzas que pudieran integrar  el gran acuerdo tenga el mayor  tamaño, todos somos importantes y no debería haber lugar para subestimar y mucho menos despreciar a nadie.  Puede  haber grupos y líderes de ese posible acuerdo que en principio carezcan de una fortaleza electoral importante, pero que una vez siendo parte del mismo conciten apoyos que otra fuerza por grande que fuere no podría atraer.

En el contexto de un acuerdo opositor con perspectivas de poder, liderazgos y organizaciones de reducidos niveles de influencia, o que hasta ese momento solo puedan exhibir prendas morales o ideas novedosas entre sus atributos, suelen multiplicarse por mucho y su aporte en términos de votos es muchas veces mayor que su tamaño.

En perspectiva hacia el 2016, deberíamos considerar que en antítesis a la alternabilidad en el partido único, propongamos un Acuerdo para un

Gobierno de Coalición de larga data, con alternabilidad de candidaturas entre sus partes. Como la fórmula de la Concertación chilena post Pinochet.    La denominación concreta poco importa ahora.

Lo que si es imprescindible, determinante, es el contenido incontestablemente progresista de ese acuerdo; que contribuya a romper la inamovilidad política y hacer caminar el país y el pueblo en un sentido de avance. No tiene sentido luchar para quitar al que está y resulte   que el sustituto  mantenga la vida social, económica y política en el mismo esquema conservador que hasta ahora.

La tercera, tiene que ver con la necesidad de que todo lo concertado en cada momento del proceso de diálogo muestre de inmediato su “terrenalidad” en la movilización de masas en plazas y calles públicas, así para despertar fuerzas que se muevan de menos a más y conquisten demandas inmediatas para el pueblo, como para crear un ambiente de ofensiva y triunfo.