Remitir el pueblo dominicano a acercarse a Dios para que le abra nuevos caminos cuando está abrumado, esa fue la respuesta escogida por el primer mandatario de la Nación en ocasión del trágico asesinato de Juancito Sport y de su guardaespaldas, y del suicidio del asesino, que no fueron los únicos hechos de violencia ocurridos el día de esos acontecimientos.
Lo dicho me parece una fórmula un tanto simplista y evasiva del presidente para quitarse de encima la responsabilidad que le corresponde con relación a la tremenda violencia social que padece el país que él gobierna. Mandar cada uno de sus súbditos a dialogar con Dios en la soledad de su aposento antes de actuar en un movimiento intempestivo de odio o de desesperación es una forma más o menos astuta de apuntar solamente a una responsabilidad individual y no colectiva con respecto a los hechos de violencia que mantienen en jaque a la población.
Frente a este recurso debo pensar que el presidente dialoga con su Dios antes de tramar, combinar y tomar aleccionadoras decisiones tales como hacerse elegir bajo el supuesto que no se va a reelegir, cambiar la Constitución a base de papeletas, unirse con el PRD para esos fines o cuando se esconde detrás de la separación de los poderes para no luchar contra la corrupción.
En esa lógica me parece que hay una suerte de devaluación de las palabras y de la idea de Dios que no puedo dejar de poner en paralelo con lo expresado por cuatro sacerdotes católicos de las comunidades de base: “la política solo se usa como camino para el enriquecimiento y no el bien común”.
Si el presidente practica la intimidad con su creador debería preguntarse si justamente no son acciones como las suyas las que perpetúan la corrupción social y la violencia en su país. De la misma manera haría algunas reflexiones antes de decretar un día de duelo nacional por la muerte del alcalde de Santo Domingo Este. Me acordaría de la capacidad del dinero de falsificar la verdad y de transformar el íntegro en vil y viceversa.
Me preocuparía también por la salud mental de mi pueblo y por la psicopatología de la violencia y de la corrupción que nos arropa y que como jefe de Estado no he contribuido a disminuir. Me preguntaría que es lo que lleva a tantos conciudadanos a una desesperación y exasperación tan grandes que arrebatan, matan y se suicidan con tanta facilidad. Se asesina por un celular, por un parqueo, por un guayón en un guardalodos, por machismo o por deudas creando un estado emocional de miedo en el seno de todas las familias dominicanas. Lo que le tocó desgraciadamente al alcalde de Santo Domingo Este, una muerte violenta, es pan cotidiano en los sectores desfavorecidos del país, al igual que las ejecuciones extrajudiciales que ya ni se cuentan si no es en las estadísticas de los defensores de los derechos humanos.