Observando el comportamiento de algunos de los personajes sospechosos de haber cometido crímenes contra el Estado, esa manera peculiar y fuera de contexto en la que se desenvuelven resulta en principio inexplicable. En medio de la tormenta se mecen tranquilamente en sus mecedoras. Conducta extraña.
Ateniéndose a una incuestionable documentación proveniente de Brasil y Norteamérica, y conociendo la fecha en que Odebrecht inicia su monopolio en el país, tres presidentes quedan inexorablemente involucrados en el mayor escándalo de corrupción conocido en Latinoamérica. En especial dos. Y, curioso, los tres andan por ahí como si el asunto no fuera con ellos.
Danilo Medina anda de inauguración en inauguración, presta dinero a montones, decreta sobre ética, nombra funcionarios, y destituye al zar del metro. Le siguen corifeos millonarios que pregonan sus glorias. Mantiene un silencio monacal, sonríe poco.
Leonel Fernandez, de su misma sangre partidaria, quien firmó el mayor número de contratos, sigue su turné internacional enfrascado en conferencias y negociaciones con el dictador Maduro. Quien no le conozca, o padezca de dominico-amnesia, puede pensar que nunca gobernó en esta república dirigiendo a Félix Bautista y a Diadino Peña. Más animadito que su enemigo Danilo (aunque nadie sabe si están juntos en la componenda), evade el tema de la corrupción como murciélago la luz; prefiere anotarse una perorata más sobre el “desarrollo sostenido” en Pedernales o en París.
El tercero, Hipólito Mejía, es locuaz, niega y reta. Da a entender que el escándalo de los “comesolos” únicamente le ha servido para un eslogan de campaña. Trata el gravísimo problema con generalidades diplomáticas y deferencias. Ataca a sus colegas sin lastimarlos. Insiste en que eso de las coimas no le compete, y ahí lo deja.
Entremezclado entre esas llamativas displicencias, se mueven con serenidad y desparpajo líderes morados, senadores y diputados, diciendo cosas que aumentan la desconfianza: “una cosa es que aparezca gente en la lista, y otra que se les pueda probar…” O, “si hay imputados, ya lo veremos…” O, “la justicia toma su tiempo, nadie se puede precipitar…” Ninguno luce acongojado ni apendejeado.
La Procuraduría sigue acotejando y traduciendo documentos a un paso que no tiene otra explicación que la de ganar tiempo. El ministerio del interior pincha teléfonos, justifica represiones, y es acusado de implantarle cocaína a un promotor del Movimiento Verde. Sacan de las gavetas viejos métodos dictatoriales, intentando espantar al pueblo de las calle.
Todas estas sin razones, silencios, y represiones, conforman una estrategia de escape e impunidad que muchos venimos describiendo. Son indicios de un tétrico acuerdo entre la clase política y los poderes fácticos.
“No es difícil colegir, que el controvertido documento (el legajo que ahora se acoteja) ofrece múltiples salidas de escape y pocos grilletes; es proclive a la artimaña, al enlentecimiento, y a las exclusiones. El expediente será declarado “complejo”, prestándose al mamoneo. Otorga márgenes operacionales complacientes a posibles imputados, y a la compañía delictiva. Permite concentrarse en aquellos nombres que provengan de la delación obligada (nombres que pudieran estar pactados). Y facilita la exclusión del juicio de un sospechoso: Danilo Medina…” Escribí hace unos meses.
Y ahora, sintiéndose el hedor a componenda, puede que ni mencionen a Leonel ni a Hipólito. A la lista de sobornados, ya le dieron corte y costura.