A lo largo de los casi sesenta años que el régimen dictatorial cubano lleva en el poder, más de dos millones de sus nacionales han debido abandonar su patria, tanto para eludir, en unos casos, el opresivo acoso político a que estaban sometidos por su inconformidad con el sistema, como en el resto, en legítima procura de un mejor destino, lo cual también, por esa sola decisión, los hizo víctimas de ese mismo asfixiante clima hasta que pudieron emprender el siempre aventurado pero esperanzador rumbo  de la emigración.

Ahora le ha tocado el turno a Venezuela, bajo el régimen de Nicolás Maduro, calcado con algunas variantes en el mismo sistema impuesto por los Castro en Cuba, donde precisamente se decidió que fuese el sucesor de un Hugo Chávez, ya en trance de muerte.

Se estima en unos cuatro millones de venezolanos los que han debido emigrar en los años más recientes, debido a la grave crisis sin una razonable solución  de continuidad en que se encuentra sumido el país bolivariano. La fronteriza Colombia, sobre todo, ha sido su refugio mayoritario, donde han recibido solidaria acogida.

A República Dominicana han venido a dar unos 20 mil, una cantidad irrisoria si se le compara con la emigración haitiana, que según la Encuesta Poblacional recién divulgada estaría en el orden de medio millón, cifra que algunos ponen en duda argumentando que muchos ilegales evadieron figurar en la misma ante el temor de ser deportados.

En buena medida, los venezolanos que han arribado a nuestras playas en busca de refugio portan un buen nivel educativo, técnico y profesional.  Son inmigrantes calificados.  Sin embargo, están confrontando dificultades para poder regularizar su estancia en el país, lo que les impide visitar a sus familiares en Venezuela y regresar de nuevo a República Dominicana, aparte de otras inconveniencias debido a esa especial e inestable condición de irregularidad.

Que el gobierno dominicano evada tomar posición beligerante contra el régimen de Nicolás Maduro, sumándose al llamado Grupo de Lima, como le reclama el historiador Bernardo Vega en su habitual columna semanal que publica el diario Hoy, pudiera encontrar justificación política en el marco de la equidistante que ha tratado de mantener en el campo de las relaciones internacionales.   

Y en el caso específico de Venezuela, en el papel que ha intentado desempeñar como mediadora en el conflicto con la pretensión, aunque a todas luces irrealizable,  de propiciar una salida pacífica a la grave crisis por la que atraviesa la patria de Bolívar como quedo evidenciado en el recién fracasado diálogo efectuado en la capital en semanas recientes.   No es de ignorar de posible factor adicional, expresión de agradecimiento por las ya desaparecidas facilidades que tiempo atrás brindó PETROCARIBE.   Eso al margen de  la posible identificación  con el chavismo, que por los orígenes le atribuye  Vega en su artículo al partido de gobierno, que en buena medida parecen haber quedado rezagados.

Pero que no se le otorguen facilidades a los venezolanos que han tenido que abandonar su patria y venido a buscar refugio en la nuestra para que puedan regularizar su situación migratoria, salir y regresar al país sin inconveniencias y poder darle visos de normalidad a su existencia en suelo dominicano, no encuentra explicación, menos justificación, en el plano humanitario, facilidades que ya, en cambio, le están otorgando otros países de la región.

Por humanitarismo y en justa retribución son las mismas que debieran recibir en el nuestro, con mayor razón y motivos cuando hay de por medio una deuda histórica vigente desde que Juan Pablo Duarte encontró refugio en sus playas, hasta los muchos dominicanos que tuvieron que escoger el camino del exilio durante la tiranía trujillista, y que allí encontraron brazos abiertos y amplio apoyo a su lucha por la liberación de la patria sojuzgada.