Cuando uno visita los amigos, se da cuenta del efecto que produce la manualidad del arte, en el sentido de cuantas cosas se pueden producir en un período cuando se tiene una vida y oficio activos. Entonces se inicia un recorrido en el imaginario museográfico para analizar hasta que punto se puede llevar la obra más allá de su propio contenido.

En el último informe de los 100 Activos Coleccionistas de Arte Latinoamericano, se indaga mediante entrevistas a cada uno de ellos y la forma en que iniciaron su colección, muchas de ellas de forma accidental, sin una necesidad o referencia clara de lo que se buscaba. Se evaluaron pinacotecas de más de 100 obras en su inventario.

En ese mismo informe solo se reconoce un coleccionista de República Dominicana, dato que hace saltar de la silla, pues nos llega a la mente un amplio listado de nombres de muchos apasionados independientes, y facilitadores que responden a instituciones públicas o privadas, que garantizan cierta movilidad o dinamismo del arte. Pero si tienen tanta influencia, ¿Por qué no se lograron identificar y reconocerles?, Es que a pesar de estás fortalezas cuando se habla de conservar mediante una colección el acervo de un país, no se trata de la persona o la discreción que quiere mantener, sino del bien, que pertenece al patrominio colectivo del país y que descansa en sus manos.

Lo que se observa con claridad, es que muchos de nuestros mecenas y filántropos ejercen su actividad con mayor agilidad manteniendo cierto anonimato. Si algo hay que admitir es que más allá de los gustos o asesoría de expertos que puedan tener en este ejercicio, lo más importante es ratificar su voluntad en la difusión del arte nacional como un referente regional.