1. La relación entre la obra literaria y la política es dialécticamente indisoluble y, por evidente, el escritor, el crítico literario mismo, los humanistas y los cientistas sociales tienden a borrarla con la mayor naturalidad y no es su culpa.

Roland Barthes

2. Si el intelectual que se dedica a estas prácticas sociales no ha sido entrenado para ver lo político en la obra literaria, se debe a lo que Roland Barthes[1] explicó hace ya más de medio siglo al plantear la oposición entre escribiente, escritor-escribiente y escritor. Veamos la definición de cada categoría en detalle:

3. De la primera categoría, dice Barthes: «Los escribientes son hombres ‘transitivos’; plantean un objetivo (testimoniar, explicar, enseñar) cuya palabra es un medio; para ellos, la palabra apoya un hacer, ella no lo constituye. He ahí pues el lenguaje reducido a la naturaleza de un instrumento de comunicación, de un vehículo del pensamiento.» (DC, art- cit., p. 115). Y la palabra, dice la poética, no es un instrumento. La palabra por sí sola no comunica nada. Ella es un signo para la lingüística y a veces un signo consta de varias palabras. La palabra entra, sintácticamente, en la frase para formar el discurso. El discurso es el lugar del sentido, no la lengua ni el lenguaje. El discurso es el lugar de la comunicación, pero el discurso literario no solo comunica, sino que a través del ritmo va más allá de la simple comunicación: es el lugar de las figuras, los paragramas, la transformación de las ideologías, etc.

El escribiente ha sobrevivido hasta el día de hoy y continuará su vida en el futuro.

4. En la segunda categoría, según Barthes, la función del escritor-escribiente, un híbrido, un intermediario entre el escribiente y el escritor: «… no puede ser sino paradójica: él provoca y conjura a la vez; formalmente, su palabra es libre, sustraída a la institución del lenguaje literario, y sin embargo, encerrada en esa libertad misma, ella segrega sus propias reglas, en forma de una escritura común; salido de un club de gente de letras, el escritor-escribiente halla de nuevo otro club, el de la intelligentsia.» (DC, art. cit. 117).

5. «La ambigüedad de la cual participa este híbrido en la sociedad capitalista le hace jugar un rol embarazoso. En efecto, el escritor-escribiente es aceptado por esa sociedad consumista cuando no transgrede fronteras reservadas al escritor. Su obra se ve entonces aprobada por el público. Por el contrario, si está a medio camino entre lo “transitivo” (explicar, enseñar, testimoniar, divertir) y lo “intransitivo” (es decir, transformar ideologías), se ve acusado de intelectualismo, vale decir, de esterilidad, inculpación que le cuesta la marginación a uno de esos campos que la clase dominante tiene reservado para quienes detentan una posición ambigua a su respecto: la universidad, la investigación, las bellas artes, a veces embajadas o agregadurías culturales, todos canales aparentemente inofensivos, pero que esa clase dominante controla y paga.» (DC, art. cit. 117). Los escribientes de la Revolución francesa y un escritor como Bosch no tenían una posición ambigua con respecto al sistema absolutista y el oligárquico-burgués dominicano.

6. En la tercera categoría, para Barthes, «el escritor cumple una función, el escribiente una actividad. El escritor es aquél que trabaja su palabra (aun inspirado) y se absorbe funcionalmente en ese trabajo. El trabajo del escritor comporta dos tipos de normas: normas técnicas (de composición, de género, de escritura) y normas artesanales (de labor, de paciencia, de corrección, de perfección» (DC, art. cit., 111). Y agrega Barthes: «El escritor es un hombre que absorbe radicalmente el porqué del mundo en un cómo escribir (…) Encerrándose en el cómo escribir, el escritor termina por encontrar de nuevo la pregunta abierta por excelencia: ¿por qué el mundo?, ¿cuál es el sentido de las cosas? «La escritura representa al escritor como una pregunta, jamás, en definitiva, como una respuesta.» (Ibíd.). En su escritura, el escritor no convierte los problemas cotidianos en un recetario. [Critico a Barthes: el escritor no cumple ninguna función ni la escritura le representa. Es la obra la que posee un funcionamiento en la sociedad].

Juan Bosch

7. Los escribientes que se apropiaron del discurso ideológico de los preparadores de la Revolución francesa y que no vivieron para verla (Rousseau, Voltaire, Diderot, D’Alembert, D’Holbach etc.) fueron Danton, Mirabeau, Robespierre, Saint Just, Marat, etc. Las obras literarias de los preparadores de la Revolución francesa hay que analizarlas desde otra perspectiva: la del plural parsimonioso inventado por Roland Barthes en su libro S/Z. (México: Siglo XXI, 1980. 2ª ed., p. 3). Con esta noción de plural parsimonioso emprenderé el análisis de los cuentos de Bosch, pues estimo son deudores de ese tipo de obra que Barthes analiza en S/Z, porque son textos simbólicos, pero no llegan, al igual que otras obras de Balzac, a la pluralidad indefinida de sentidos. El escritor transforma, con sus obras, las ideologías de la sociedad de su época a través de un trabajo artístico de valoración del lenguaje.

8. El escritor-escribiente cuestiona, subvierte, denuncia o se rebela en contra de la doblez moral e intelectual de su época. Pero esa rebelión, subversión o denuncia son juegos de salón y quienes publican y financian esas obras lo saben. La rebelión, la subversión y la denuncia no transforman nada y refuerzan el poder que dicen combatir. Las clases dominantes del mundo lo saben. Como decía Max Stirner de los estudiantes, los escritores-escribientes son unos filisteos.

9. He aquí lo que glosé acerca del escritor-escribiente: ¿Por qué se compran y se leen más las obras frívolas (light) de los escritores-escribientes que las del escritor que crea valor artístico? Por esto: «Un prejuicio de siglos marca la diferencia: mercado/literatura. El rol del escritor-escribiente en esta relación es el de productor de una mercancía (el libro) que entra en el circuito del dinero (mercado) a través de instituciones que por su carácter (casas editoriales, universidades, investigación, política [agentes literarios] no tienen por función valorar el lenguaje (…) Sin embargo, el texto del escritor de valor está supuesto a llegar al público a través de una institución que le sería consubstancial: la literatura. Otro prejuicio capital en esta relación del trabajo del escritor es que con su texto solamente vende ‘pensamiento’, materia prima o producto que no entra en el circuito del dinero y que por lo tanto se parte del hecho de que, si el pensar no cuesta nada, nada se pierde regalándolo.

10. En cualquier sociedad de poco desarrollo tecnológico y literario como la dominicana en particular, y la latinoamericana en general, muchos creen que quien publica un libro no solo debe regalarlo, sino que quien lo recibe piensa que le hace un favor al autor, ya que se tomará la molestia de leerlo, lo que le significa una pérdida de tiempo. Otras veces tal regalo no es leído, sino que sirve de adorno a un mueble, sea o no bien repujado.” (DC, art. cit. 115-116). Aclaro de inmediato que un libro, sea escrito por un escribiente, un escritor-escribiente o un escritor, es una mercancía, pero en la obra de valor artística, los sentidos que transforman las ideologías de época no son una mercancía, mientras que los significados que contienen las obras producidas por los escritores-escribientes, sí son una mercancía. Todos los best sellers y la literatura light responden al criterio de subliteratura para el mercado. Si no, como puro ejercicio lúdico, cuéntese la cantidad de libros light en la Librería Cuesta (tantos criollos como extranjeros) y compáreselos con los títulos de obras de Dante, Shakespeare, Cervantes y otros grandes escritores de valor artístico con que cuenta la humanidad.

11. Salta a la vista entonces la siguiente constatación: el sujeto dominicano con quien el autor mantiene cierta relación se ofende si este no le regala el libro que acaba de publicar y, peor aún, si no se lo dedica con un ditirambo hiperbólico. El escritor y el lector concienciados compran las obras de sus colegas. Pero es un derecho de todo escritor el saber a quién regala o no su obra. (Continuará).

[1] “Écrivains et écrivaints”, en Éssais critiques. París: Seuil, col. Tel Quel, 1964, pp.147-154. Véase el mismo ensayo en la traducción española de Seis Barral, Barcelona, 1964. Y una reseña de este libro se haya en Diógenes Céspedes: “El trabajo de escribir”, en ‘El Pequeño Universo de la Facultad de Humanidades’ de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 6, IV, 1978: 107-121, de donde extraigo las citas de esta crónica.