En mi caso no le escribo a la vida, para mí es algo muy genérico, inefable. Escribo a mujeres específicas, algunas que fueron o son volcanes en continua erupción. Le escribo a un amor que no pudo ser y que a pesar de los obstáculos del destino es. Le escribo a una cicatriz que no cura, te escribo a ti que me lees y sabes que existo agitando tu corazón como el viento a las sábanas de un velero.

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Cuando escribes así, me queda la sensación de pensar si realmente existes. No concibo que puedas tejer con tus dedos una flor tan bella y feroz al mismo tiempo. No quiero creer que todo lo que leo de ti no sean más que sueños inconclusos, trenes sobre rieles inexistentes, niñas jugando con peluches macabros, músicas que se escuchan a lo lejos en casas deshabitadas. Le temo a tus escritos, no te lo niego. Me seducen. Me hinca tu soberbia ternura.

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Cuando siento que voy a perderte vuelvo a mi condición de minero. Hundo la pala de mi corazón hasta lo más profundo de las rocas y extraigo tu sutileza perdida entre las amatistas, separo el carbón del diamante, revelando la mayor cantidad de piedras preciosas. Tú, por suerte, ni cuenta te das de qué has sido intervenida. Te muestras plácida y como vaca tendida sobre la hierba dejas que recorra tus ubres con mis anhelantes manos de diestro veterinario de corazones rotos. Cuando por fin subo a la superficie, el malentendido está resuelto. Empezamos de nuevo como si nada hubiera sido.

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Sin darte cuenta fuiste entrando en arenas movedizas. Dejé que colocaras primero las puntas de tus pies. Una vez que estaban los dos adentro me moví un poco para ver si podías salir. Ya estás en el centro, te invito a mover tu cuerpo. Secretamente sé que, cada vez que intentes salir o escapar, te hundirás más entre mis brazos. Soy arenas movedizas y estas se deben de pisar siempre con mucha cautela.

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La recuerdo por esa condición única e insospechada que tenía de devolverme las caricias como un bumerán ya roto.

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Soy un anti héroe en el amor, aprendo por derrota.

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No sé si lo sabes, no sé si lo sospechas, pero el universo se expande a una velocidad increíble de acuerdo a los físicos. El centro está en todas las partes -teoría bellamente planteada por Jorge Luis Borges en su cuento El Aleph- por lo que usted y yo estamos en la misma latitud de sentimientos, expandiéndonos hacia el infinito como las estrellas que desaparecen.

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Estoy en medio de un laberinto oscuro, mintiendo al decir que busco la puerta de salida, cuando en realidad lo que busco, a tientas, es a ti.

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Cuéntamelo de tal modo que jamás te olvide. No importa si es verdadero o falso, lo importante es que dejes la piel al contarlo.

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Invítame a fermentar caricias.

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No quiero parecer arrogante, ni vanidoso, pero a solas me hago esta pregunta: ¿cómo piensas pasar por este mundo sin amarme? Sin tener el coraje, el placer de sentarte a conversar conmigo una tarde de lluvia en un íntimo café. Un lugar que esté ahogado por el humo neblinoso de los parroquianos y tú te quedes impávida, mirándome a los ojos detenidamente, amorosamente, como quien ve un tren alejarse por un recodo para no volver.

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De nuevo esta lluvia monótona, apacible como un triste concierto de Schubert, me empuja hacia ella.

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¿Por qué tan extenso si puede ser más corto? ¿Por qué el mucho decir, si con decir te quiero lo he dicho todo?

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Si Dios en un acto sublime y magnánimo trastocara todo el universo y la Osa Mayor estuviera dónde está la Osa Menor y Marte fuera Mercurio, yo no estaría aquí, ni el que va abrazándote a tu lado estaría allá. Lo más probable es que yo estuviera allá y él aquí, escribiéndote estas estúpidas líneas.

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Vivo en ti, como un pretérito amoroso imperfecto.

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¿Y cómo te haces nadando entre estas aguas turbias? ¿Cómo me separas del resto que vuela alrededor de tu colmena? ¿Cómo puedes autoengañarte y decir que yo no he puesto una huella en tu luna?

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¡Si me amaran! Si tan solo me quisieran sin ninguna probabilidad de escandaloso desastre. Si me amaran sin caos ni proféticos suicidios, la vida sería perfecta, pero es pedirle demasiado al destino, ese invalido jugador de azares.

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Ella le dijo: no es que seas mi prototipo de hombre, pero tienes una sutil arrogancia que me encanta y una tristeza en los ojos que me envuelve. No tomes nunca en serio mis rechazos, estás en mí mucho antes de haber llegado y no vas a poder partir ni aunque lo quieras.

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Mi propuesta para contigo es construir un pasadizo secreto, un túnel por donde solo tú puedas entrar, fuera de los convites, de la algarabía colectiva en que te desenvuelves. Es como descubrirte un mundo nuevo, con toda su flora y su fauna, llevarte a otro terreno más profundo e interesante. Si quieres vienes, si no te puedes quedar en la orilla. Me atrae entregarte un universo distinto, extraño para ti, establecer una complicidad que con solo una mirada lo digamos todo. No me interesa enamorarte. Creo que ya te han dicho todas las cosas bonitas que se le pueden decir a una mujer. Lo que me gustaría es que accedieras a otra forma de sentir el mundo y en eso sí puedo ser el primero.

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¿No te aburre el modo dulzón de enamorarte? —Siempre la flor, la luna, el cielo azul de tus ojos, eres lo más bello que he visto, no pude dormir pensando en ti… Todas esas frases tan trilladas, perogrulladas que lastiman la imaginación, la creatividad de los enamorados, son muy distintas a mi forma de abordarte en esos terrenos. Sé que recuerdas mi estilo poco convencional. Te invitaba a subir al aeroplano y cuando estábamos en las alturas sobre las nubes, te convidaba a saltar sin paracaídas. Cuando el miedo invadía todo tu cuerpo, cuando el corazón se atascaba en tu garganta, yo brincaba con el paracaídas en mano y te rescataba del abismo al que te lanzabas, besándonos entre las nubes como dos gaviotas sin temor a las alturas. La verdad es que él y yo que somos muy distintos. Por eso cuando te inunda de tantos efluvios amorosos te da nostalgia y quisieras saltar de nuevo desde el riesgo de ese aeroplano junto a mí.

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Puedo dar la falsa impresión de que cuando escribo generalizo y no es así. Soy muy específico, concreto. De todas las hormigas que cruzan por mi frente sé el nombre de cada una, el tamaño de sus antenas, el color y el peso. No puedo hablar de una cosa, si no logro ver su interior. Así me sucede con las personas. Tengo la manía de verlas en su intimidad, más allá de lo que dicen sus palabras, como las placas médicas que a contraluz vemos si el hueso está roto en una de sus partes. Soy un sabueso de fracturas del alma.

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Amo a las mujeres anormales, las que no tienen sentido de la ubicación. Aquellas que te dicen aquí, ahora, en este preciso instante, poco me importa el mundo circundante.

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Las damas tejen y destejen dentro de las torres. Ese gesto femenino contrarresta el absurdo sangriento masculino. La mujer hace y deshace las guerras.

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Evitar en todo momento decir frases cursis, contribuir con el adecentamiento del lenguaje, de eso es de lo que trata este oficio. Ahora bien, tampoco hay que exagerar. Tus ojos son dos perlas escapadas del fondo del mar.

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Intentamos alcanzar el paraíso. Sembramos nenúfares en un estanque y contemplamos los peces entre sus raíces.

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No te imaginas lo bello que sonríes, si lo supieras, estoy seguro que te abstendrías de hechizar el mundo.

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Y la miró, como quien ve un pedazo de cielo sin manchas, sin nubes, sin ganas de llover.