“…quien recurre a la “sociedad civil” como

fórmula mágica pronto se encontrará con

una fórmula vacía.”

Norbert Lechner,

El concepto de “sociedad civil” que nos ocupa en estas reflexiones no es aquel que se origina en el pensamiento de Hegel ni tampoco en la incorporación de nuevos temas y actores al análisis marxista gracias a la reflexión gramsciana.

Queremos, por el contrario, que nuestra reflexión se ubique en la problemática que se ha venido planteando desde finales de la década de los ’70 y principios de los ’80.  De entonces hasta hoy, mediante el uso de la represión, los procesos de instalación del nuevo Estado neoliberal se complementan con la búsqueda de hegemonía ideológica.

La puesta en escena del concepto de “sociedad civil” se corresponde con la existencia de dictaduras militares en América Latina y ha sido mejor aceptado y sin grandes críticas pues en primer lugar se le asoció a lo “no militar”, además de que reunió bajo su sombrilla a quienes aparentemente eran víctimas de las acciones de los Estados de Seguridad Nacional vigentes. Esa visión no resiste una observación más acuciosa puesto que las dictaduras no reprimieron a todo lo que se podía asociar a lo “no militar”. Las organizaciones empresariales, los partidos de derecha y sus medios de prensa, por ejemplo, no sufrieron represión alguna y sí consiguieron en cambio  apoyos inestimables para la consolidación del modelo económico y político.

Las organizaciones severamente reprimidas fueron aquellas que involucraban acciones de los sectores populares: los sindicatos, las organizaciones de pobladores, campesinas, estudiantiles, entre otras.  Desde finales de la década de 1970 todas comienzan un lento proceso de reorganización, primero en pequeños grupos como las Organizaciones Económicas Populares (Razeto) con objetivos de auto subsistencia material en barrios pobres.  Igualmente comienzan a surgir organizaciones de mujeres, de defensa del medioambiente, grupos de defensa de derechos humanos.  Todos, o en su mayoría, con apoyo de la Iglesia Católica y de ONGs extranjeras.

En ese proceso de reconstrucción de vínculos, y sin muchas evidencias de politización, es cuando “el concepto de ‘sociedad civil’ llegó a América Latina y adquirió connotaciones que correspondían a esta coyuntura muy específica” (Meschkat).

En Chile por ejemplo, el surgimiento de esta “sociedad civil”, frente a la ‘otra’ que existió durante la dictadura,  sería un factor decisivo para el éxito de las luchas democráticas y el fin del régimen militar.  Ese proceso, que se produjo sin la tutela tradicional de los partidos políticos comenzó a descubrirse en las movilizaciones populares de mediados de la década de los 80, y resultó incontrolable para los militares.

Luego de que se definieran los actores de la transición cobraron nuevamente importancia los actores políticos más tradicionales: los partidos –no podía ser de otra manera- y la condición fue la salida de escena de los sectores sociales organizados en el proceso de la lucha democrática (mujeres, estudiantes, pobladores, trabajadores sindicalizados, organizaciones de derechos humanos).

Es precisamente en el marco del retorno del protagonismo de los partidos cuando surge el nuevo significado de “sociedad civil”, pero despojado de sustancia y perdida su identificación con las organizaciones populares.  De ese modo el proceso de transición quedaba sin el potencial democratizador del que esos sectores eran portadores y que habían demostrado ampliamente.

Entonces, durante el proceso de aparición del concepto ya podemos observar la existencia de dos ‘sociedades civiles’ como consecuencia de la acción de la implantación del modelo económico neoliberal por la acción política de las dictaduras militares en las que las diferencias marcan la distinta forma en que esas dictaduras tratan a cada una de las dos: reconocimiento, protección y apoyo para la que se puede denominar la “sociedad civil oficial” y represión para la “sociedad civil popular”.

En el proceso de democratización el concepto se ha ido “emancipando de sus orígenes en un mundo de luchas sociales” (Meschkat) hasta su situación actual.  El hecho de que “sociedad civil” hoy se entienda como un concepto mucho más cercano a  ejercicios intelectuales referidos a la esfera política desconectada de los fenómenos económicos, explica también muy claramente a sus protagonistas, a sus financistas y a sus acciones. La idea de la “sociedad civil” termina significando y ocultando ante los ojos de todos la conflictividad de la vida social.

Bajo el manto de la “sociedad civil” todos son iguales y percibidos como víctimas de la perversidad de la política, de los políticos y naturalmente del Estado. Y allí se cuelan los nuevos íconos que aspiran a remplazar mediante el “dedo” a aquellos que cuestionan –muchas veces con razón- y que fueron electos por el voto popular.  No es posible encontrar todavía el origen de esta nueva soberanía ética aunque ya podemos apreciar claramente que la selección de los “puros” viene del Estado que aborrecen y huele a cooptación.

La idea actual de la “sociedad civil” se sustenta más que nada en una oposición Estado-sociedad, a partir de lo cual se pretende que todo lo que no sea Estado -y consiguientemente sus acciones- nos aproxima a mayor libertad, mejor democracia y hasta justicia social. Si esto se observa con mayor detenimiento podemos encontrar aquí una comunión absoluta con el pensamiento neoliberal tanto en el aspecto político como en el económico.  O, lo que es lo mismo, menos Estado y más privatización como sinónimo de desarrollo.

La entrada en escena del concepto de “sociedad civil” ‘emancipado’, elimina las diferencias sociales. Todos son parte de la “sociedad civil” aparentemente con los mismos  intereses y derechos, con las mismas posibilidades de incidir en los procesos políticos y así se transforma la política en una idea etérea, sólo con incidencia en la “superestructura” e ignorando la base económica.

Esa es la manera como se ha incubado la actual crisis de representación, y el surgimiento de una forma de hacer política que asegure el inmovilismo no sólo político, sino también social.