Las cifras interrumpen la fiesta, molestan el bailongo de los poderosos y el gráfico de la macroeconomía. Una vez más, la República Dominicana gana un concurso de peores: primer lugar en muertes por accidentes automovilísticos, tabulado por la Organización Mundial de la Salud y el “Pulitzer Center on Crisis Reporting”. Nadie se extrañó con esos resultados, ya que esas cifras se multiplican a diario en calles y carreteras, y vivimos tal tragedia como uno más de nuestros males.
Enrique Kogan, experto automovilista, explica que el siniestro de tráfico se debe “a la acción riesgosa, negligencia o irresponsabilidad de un conductor, de un pasajero o de un peatón”, y amplia: “…los accidentes se deben también a fallos mecánicos repentinos, errores de transporte de carga, condiciones ambientales desfavorables y a cruces de animales durante el tráfico…” Igualmente, implica las deficiencias en las estructuras de tránsito, errores de señalización y errores de ingenierías en caminos y carreteras. La OMS descubre que “el 63% de las víctimas mortales de los accidentes viales que se registran en la República Dominicana circulaban en moto o en vehículos de tres ruedas como motocarros”.
Si pensamos detenidamente en la explicación de Kogan y en los datos de la OMS, entenderemos que mientras menos desarrollado es un país, mayor será la magnitud del desastre vehicular. El desgobierno, la educación deficiente, el incumplimiento de la ley, el descrédito de la autoridad y, téngase por seguro, la corrupción, son taras que ponen a correr sangre en el pavimento. Son esos defectos inveterados los causantes del pésimo resultado que mostramos en los índices de desarrollo. Nada nuevo, aunque parece no importarle mucho a quienes nos gobiernan más allá de la retórica.
Es un albañal contaminante que no solo mata en las carreteras, sino también en centros de salud pública (porque cuando se construyen hospitales a diestra y siniestra, motivados por el relumbrón y el cobro de coimas, y se desdeña el mantenimiento y el manejo adecuado de las redes de salud existentes, el resultado es inevitablemente trágico). Ambos desastres sociales provienen del mal gobernar, de robarle dinero al pueblo, y de tanto ladrón de cuello blanco que anda suelto por la calle.
Pero también ese muro, edificado con desdén y mal gusto por un ministro en su propiedad hotelera, es consecuencia de la política retardataria y criminal que sufrimos, puesto que se debe a que una bandada de buitres políticos de color morado sobrevuela hace tiempo con angurria Bahía de las Águilas. ¿Acaso no se sabe que los círculos de poder preparaban el desfloramiento del Sur, que compraron propiedades alrededor de proyectos turísticos futuros, diseñados en despachos palaciegos entre testaferros, funcionarios y empresarios?
Accidentes, salud y muralla evidencian la sucesión de malos gobiernos que venimos padeciendo. Cada presidente, singularmente los del PLD, se ha dedicado a fomentar el bienestar de quienes les sustentan en el poder. Realizan obras y cambios que justifiquen en algo su mandato, mantengan la propaganda, y aseguren caudales para seguir compitiendo por el poder. En realidad, es poco lo que les importa que se muera gente en la carretera, que se enferme media población, o que se violente el medio ambiente, mucho menos el paisaje.
La OMS, como parte de los Objetivos del Desarrollo Sostenido, intenta reducir la muerte en la carretera en un 50% para 2020. (Nótese el término: Desarrollo Sostenido). La organización se refiere al verdadero desarrollo, ése sin el cual es imposible dejar de ganar premios de peores y, en cuya ausencia, salir a la calle seguirá siendo un reto de muerte; visitar un hospital, un juego de ruleta rusa, y proteger el ambiente, una frustrante caza de buitres.