Tal como relata su tío, todavía bajo el impacto emocional de la tragedia, fueron apenas cinco horas las que Paola Restituyo Arias pudo disfrutar de su título de licenciada en Derecho, obtenido en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, al cabo de ocho esforzados años en que tuvo que compartir los estudios para hacer realidad su sueño con la necesidad de trabajar para proveer la subsistencia de sus tres hijos, uno de ellos autista.
De camino a su hogar, con una de sus hijas a bordo, que milagrosamente salvó la vida, su vehículo fue impactado por un minibús, provocándole lesiones que le causaron la muerte. Algunos testigos afirman que el accidente se produjo al tratar el chofer de hacer un rebase, perdiendo el control del vehículo que fue a impactar contra una mata. Fue el mismo minibús que cuando trataron de moverlo se deslizó y hundió en el mar en la Autopista de Las Américas.
Es otra vida joven, emprendedora, productiva que se va a destiempo con toda su carga de afanes y esperanzas, víctima de uno de entre tantos accidentes de tránsito que siguen constituyendo la principal causa de muertes en el país. Lamentablemente lo seguirá siendo en tanto en cuanto no acabemos de prestarle la atención requerida y asumiendo el tema del tránsito en todas su complejidad y vertientes.
Una voz tan calificada como la de Arismendy Díaz Santana, calificado experto en seguridad social, opina que los accidentes de tránsito deben y pueden reducirse con una mejor organización, autoridad y respeto a la ley de tránsito. Y al respecto, se queja con sobrada razón, de que el país carece de un programa regular de prevención de los accidentes vehiculares que solo se ponen en práctica en los feriados de Semana Santa y Navidad.
El año pasado se reportó la muerte de mil 425 personas como consecuencia de este tipo de eventos, así como de una cantidad mucho mayor de lesionados, algunos de ellos con discapacidades permanentes. Somos, hay que recordarlo e insistir una vez más, el segundo país del mundo donde es mayor en proporción la cantidad de muertes debido a los accidentes de tránsito. No es precisamente una estadística como para sentirnos orgullosos.
A la pérdida irreparable de vidas, se une según hace observar Díaz Santana, las elevadas de orden económico que representa la asistencia a los lesionados. Al respecto, apunta que SENASA revela que ha dedicado 360 millones de pesos de cobertura médica a los lesionados en los últimos tres años. Las pérdidas reportadas por las compañías aseguradoras son de tal magnitud que han obligado a aumentar el costo de seguros de vehículos.
Ahora mismo se está llamando la atención sobre el grave problema que representa la congestión del tránsito en la ciudad capital. El costo estimado en horas-hombre-mujer que comporta la desesperante espera en los tapones se traduce en una significativa reducción de la productividad y una pérdida enorme para la economía nacional. Como solución se ha planteado el cambio de horario laboral distanciando el de los empleados públicos y privados.
La Ministra de Trabajo entiende que esa medida no resolvería el problema. También lo entiende la abogada Marisol Vicens en su columna de opinión en el matutino El Caribe con muy sólidos argumentos. Compartimos la posición de ambas. La calentura no está en la sábana. El mal no radica en los horarios de trabajo sino en el propio caótico sistema de tránsito vehicular que padecemos. Si nos abocamos a reorganizar el tránsito, a tratar de ponerlo en orden, comenzando por concentrar la responsabilidad en un solo organismo para aplicar la ley sin contemplaciones, tibiezas ni privilegios no solo lograríamos hacerlo mucho más fluido sino que disminuirían los accidentes, el número de muertes y las cuantiosas pérdidas que ocasionan los accidentes.
Con paños tibios no se resuelve. Con curitas tampoco. Es preciso hacer cirugía mayor. De lo contrario, seguiremos arrastrando un grave problema que sólo está en nuestras manos poder resolver: los ciudadanos cumpliendo con las normas y las autoridades asumiendo con su responsabilidad de velar porque se haga.