Andar con un revólver, pistola, metralleta o rifle ceñido a la cintura, amarrado a la entrepierna o al hombro dentro en una bandolera, no constituye una necesidad objetiva como la hambre, tampoco es necesidad de tipo moral, artística, religiosa o intelectiva y menos aún psicológica que indispensablemente requiera ser satisfecha tan rápido como sea posible para evitar caer en un trance de angustia y tensión extremas. Sin embargo, para miles de ciudadanos sí es una “necesidad de poder” y entre las necesidades de poder, la de poseer dinero en cantidad ilimitada y la de tener armas de fuego han sustituido a la necesidad de búsqueda de buena salud física y mental.
Una necesidad psicológica se define como una tensión interior, apetencia o deseo subjetivo de logro que el individuo busca satisfacer, apropiadamente, pero con una persistencia y ahínco tales que convierten esa tensión interior y deseo de logro en sus vivencias cotidianas y en bienestar de su espíritu y hasta en disolutor de sus miedos. Por ejemplo, es excepcional la persona que no se empeñe en satisfacer el deseo imperioso de mostrarle amor a su madre o a su hijo. Se siente una tensión interna, una premura, por darle respuesta a la necesidad psicológica de cuidar y proteger nuestros hijos.
Muchos científicos y artistas logran el pináculo de la gloria terrena porque convierten el deseo de hacer algo útil y bueno para el resto del mundo en una necesidad psicológica en desarrollo continuo. Ahí están los casos de Einstein y Beethoven. Albert Einstein disfrutaba intensamente pasarse horas interminables replanteándose viejas ideas y creencias de la ciencia (así se le ocurrió una nueva teoría de la luz) o armando posibles contraejemplos de principios científicos que estaban bien establecidos. (Así pudo inferir que debía existir un lugar en el Universo donde la fuerza de Gravedad podía torcer la luz para atraerla). Y el caso de Beethoven en lo relativo a la composición de la Novena Sinfonía, constituye el máximo ejemplo de satisfacción de una profunda necesidad psicológica de un ser humano. Después de llenar, corregir, tachar o eliminar y luego revalorar ¡5006 páginas de apuntes, entonces dio por terminada esa genial composición sinfónica!
Los humanos tenemos procesos mentales que hoy le llamamos procesos cognitivos de “alto orden” dado que envuelven el reconocimiento o un ‘darse cuenta’ de que existe u problema y luego aparece la ideación de un plan para su solución. Se supone que los sujetos humanos no poseen una predisposición intrínseca a convertir una necesidad sociocultural o de poder en una necesidad psicológica de urgente satisfacción. Extrañamente, cientos de miles de dominicanos, probablemente animados por un desmedido afán de lucro y del poder que trae aparejado el dinero cuando es demasiado, llegan al colmo de no encontrar satisfacción más que en la adquisición de un revólver o pistola aunque sea “de juguete”. Es decir, que para estos dominicanos una necesidad psicológica y la necesidad de poder son la misma cosa. Son necesidades equipolentes. Esa locura es la que lleva a muchos a comprar una pistola hasta por la increíble suma de 150 mil pesos. Son los mismos que satanizan el alto precio de un aguacate (¡100 pesos!) o el de un jarabe antigripal para su mujer pero callan su crítica al altísimo coste de una caja de balas para matar.
Desde la desaparición del régimen de Trujillo, época en que muy contados civiles poseían armas de fuego, miles de dominicanos han vivido atormentados por el deseo de porte de un arma. La neurociencia demostró en el 2005 que nuestra corteza cerebral prefrontal es la responsable de poner en marcha todas nuestras intenciones, tanto las buenas como las malas. El súper-Yo (que es la llamada instancia moral humana, o sea, el prurito que nos frena de cometer actos de barbarie, tramposerías, maldades, asesinatos, desfalcos, infamias, actos crueles, tráfico ilegal de humanos y de mercancías licitas e ilícitas, sobreprecio de obras del Estado, pago y aceptación de soborno, la compra y tráfico de armas de fuego, traición de la confianza, falsificaciones, simulación de quiebra, especulaciones económicas y actos viles de corrupción) se encarga de darle luz verde solo a las buenas y de sujetar mediante la critica las malas. Pero hay tipos que han logrado que el súper-Yo se haga “de la vista gorda” y así se libran de bregar con el papeleo de la ética en todos sus modos de conducta. De ahí que portar un revólver con la intención de matar, les dá tanta o más satisfacción que dormir con una buena hembra.
No son pocos los ministros de Interior y Policía que han intentado desarmar la población civil. El actual ministro, mi caro amigo, Jesús Vásquez, recién empieza a acariciar el mismo deseo. Pero mi amigo “Chú”, al parecer, no ha caído en cuenta que talvez la mitad de los dominicanos adultos varones cree que portar un arma constituye una necesidad de poder porque te realza socialmente y te ayuda a “conseguir” (es la creencia de los delincuentes comunes) el mejor y el más extraordinario de los poderes, el del dinero. Además, me parece que el ministro de Interior no ha percibido que la línea que separa una creencia falsa o creencia generada en medio de un contexto cultural falso, de los delirios patológicos es tan delgada que solo gente juiciosa la ve. Por lo que una campaña dirigida a recoger las armas en posesión de civiles fracasaría si no se empieza por socavar en la mente de la población la falsa creencia o el delirio de que tener un revólver le “garantiza” seguridad aparte de que dá al portador poder social
Con una pistola usted mete miedo, atracaría a un ciudadano y podría abusar del vecino que no la tiene, pero no le gana el respeto ni consideración de nadie, y menos aún garantiza protección de su vida, pues si esto último fuera cierto, aquí no muriera un solo policía asesinado por la delincuencia.
Mientras esté tan arraigada y diseminada la falsa creencia o delirio de que el hombre que no tiene una pistola “no es nadie” porque ella simboliza el poder social que posee su dueño, pues a la magna y sensata tarea que se ha impuesto el Ministerio de Interior de desarmar la población, le podría pasar lo mismo que a la campaña del gobierno de Trujillo en 1957 cuando con el fin de acabar con los pájaros carpinteros que dañaban las cosechas de cacao, se pagaba un peso por cada pico de dicho pájaro que usted atrapara. Quedaron muy pocos pájaros carpinteros en el país, pero como muchas especies de aves, igual que los humanos, aprenden costumbres de otras aves, pues en lugar de carpinteros picando y dañando las mazorcas de cacao, entonces las ciguas palmeras, pájaros bobos y cuyayas que aprendieron de pájaros carpinteros a picar las mazorcas, se encargaron de hacer lo mismo que hacían los carpinteros por lo que la campaña de Trujillo fracasó.
Lea este versito que en 1953 le escuché al decimero de mi pueblo de Altamira, Manuel Titica.
Si un viejo porta un revólver
Se le puede perdonar,
Porque sufre la desgracia
De que su mejor revólver,
Ya dejó de disparar