“El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo”- Epicuro de Samos.

En artículos anteriores hicimos alusión a la tesis de Arturo Uslar Pietri sobre la economía destructiva, la que entonces definió como “aquella que sacrifica el futuro al presente, la que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a la cigarra y no a la hormiga”. El trabajo del reconocido polímata se publicó como editorial el 14 de julio de 1936 en el diario Ahora de Caracas, bajo el sugestivo título «Sembrar el petróleo».

Arturo Uslar Pietri

El afamado autor advertía sobre el peligro de hacer depender la totalidad del financiamiento del presupuesto venezolano de la renta petrolera-en 1936 componía apenas la tercera parte de los ingresos totales-, lo cual, a su juicio, significaría convertir a su patria en “un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia momentánea y corruptora y abocado a una catástrofe inminente e inevitable”.

Hoy su premonición es un hecho consumado. Actualmente el petróleo financia casi la totalidad el presupuesto de la patria de Uslar Pietri y la “abundancia momentánea y corruptora” sumó 960 mil 589 millones de USD entre 1999 y 2014, esto es, un promedio de 56 mil 500 millones anuales durante 17 años.

Este país, a pesar de disponer de las mayores reservas de petróleo del mundo -297 mil millones de barriles-, sigue lidiando igual contra sus enormes urgencias sociales. El avance se ve frenado por una deuda de más de 150 mil millones de USD, más del doble de la registrada en 2009, con obligaciones estimadas a 2027 en 92 mil 750 millones (aproximadamente 11% del total de la “abundancia momentánea y corruptora” acumulada en más de una década y media).

De este modo, el país más rico en petróleo del mundo, es la segunda nación más endeudada después de México de la región, otra potencia petrolera regional con una deuda pública externa estimada en más de 180 mil millones.

La urgencia de crear una economía reproductiva y progresiva, planteada hace 81 años por uno de los intelectuales más prominentes de Venezuela del siglo XX, tiene hoy una enorme vigencia para todas las naciones que cuentan con reservas importantes de petróleo, gas y sustancias minerales.

No es que la renta petrolera no haya estimulado el crecimiento en la región de manera directa mediante el gasto del Estado, e indirecta por medio de las múltiples externalidades positivas que esta renta genera en el resto de los sectores productivos, sino que, sobre la base de tan colosales beneficios, marcando los finales de la segunda década del siglo XXI, Venezuela está lejos de exhibir una economía reproductiva y progresiva, término lleno de un grandioso sentido desafiante. Por el contrario, mantiene significativos rezagos respecto a los principales indicadores de desarrollo humano y de modernización de su sistema productivo, al margen de la evidente ineficacia económica y social del relativamente reciente proceso de “renovación revolucionaria” de su sistema político.

Los resultados cosechados por Venezuela de la explotación de sus recursos hidrocarburíferos durante la última centuria, profundizan los sentimientos y las posiciones, a menudo muy irreflexivas, que se oponen al aprovechamiento de los recursos naturales no renovables.

¿Para qué causar grandes heridas a la naturaleza si finalmente la conducción política no es capaz de traducir el resultado de manera sostenida en bienestar humano creciente?

¿Para qué hacerlo si en los países de la región bendecidos por la naturaleza con grandes reservas probadas de esos recursos, los problemas estructurales, que impiden o ralentizan el desarrollo humano sistémico, siguen en general pendientes en un contexto de más pobreza, más marginación, más centralización de las riquezas y más corrupción?

A todas luces, la famosa maldición de los recursos naturales, tanto en el sentido convencional de abundancia y bajas tasas de crecimiento, como en la acepción ambiental destructiva, no reside en la decisión favorable de aprovechar tales recursos.

La cuestión es más compleja y tiene que ver con las características de los sistemas políticos rentistas populistas, en los cuales se pueden vislumbrar rasgos comunes: la corrupción como sistema, la aversión al riesgo y al emprenderismo públicos, y lo que llamaríamos las deficiencias cognitivas y de pensamiento estratégico de las clases dirigentes, además de las conocidas debilidades y rezagos subsecuentes en materia institucional.

Somos de la convicción de que los recursos naturales no renovables tienen grandes alternativas de desarrollo sostenible. Y el gran tema no es solo minimizar los impactos ambientales, que es una obligación moral permanente de todos los gobiernos.  También es necesario definir las estrategias y los mecanismos que garanticen una renta estatal equitativa y estable sin desalentar la inversión, de modo que podamos invertir los excedentes provenientes de esos recursos no reemplazables en el fortalecimiento de los pilares de una economía reproductiva y progresiva.