El abuelo se prepara y dice que va a componer un disco. Sin la compañía de una orquesta de Londres, se levanta y ejecuta la maniobra. Con el permiso de su nieto, ha utilizado un piano leve y una suave guitarra. Luego de una serie de experimentos combinatorios, dice que el disco ha salido bien y es cierto. Como sucede con la vida misma, el mundo de la creación artística está repleto de incontables misterios.

Sin ayuda de un retrovisor capaz de hacer zoom, no hay manera de entender cómo se ha logrado que el disco suene nada aletargante y que pueda conmover a multitudes. No se puede entender cómo no es parecido a algo de Phil Collins o Steve Wonder. De primer tablazo, era lo que el abuelo, de sesenta años ya, se había propuesto.   

Como queda demostrado después de un análisis de fondos, formas y texturas, había sido movido por la historia de su nieto Raúl, que tenía conciencia de lo que hacía: hacerle un peinado punk y animarlo a moverse de manera energética. Es memorable que indicó, lejos del videojuego más centrífugo, que si iba a componer algo en su guitarra debía hacerlo a la manera moderna. Pero no se sabía de ninguna manera si esas canciones –que fueron grabadas con un Iphone– tenían razón de ser. Lo cierto es que las canciones no eran malas; debían ser vistas ahora por un admirador de Black Eyed Peas y Alan Parson Project.

El tipo había sido contactado por Facebook para que diera esperanza de que el disco podía ser editado y compuesto hasta con un video y subido al Youtube. Se comprobaría luego el impacto mediático y se vería la reacción de un número indeterminado de fans. Lanzarte al estrellato es hoy tan sencillo como postear en Instagram algo escandaloso o lograr que tus fotos conmuevan a multitudes. Luego, destaparían la champaña.

El disco estaba compuesto con la inspiración que da el vino cuando se toma con conciencia para que la botella –en la magia del momento– diga su veredicto. La primera canción iba a algo así como ‘La fiesta de mis años’, pero lo cierto es que, aunque de un primer “fuetazo” no quisiera reconocerlo, decía cosas impublicables cuando –en una parte de la canción– se escuchaba una mala palabra a un político, una combinación que le había parecido muy dramática. Lo cierto es que no había forma de determinar si la canción, editada dos veces, iba a salir con esa expresión “nefasta”. El nieto no dijo nada sobre la palabra y eso que ahora había afirmado que con los escándalos de corrupción en el mundo (tanto en Brasil como en Santo Domingo), había que hacer algo “duro”. En cierto sentido, lo que decía la canción corroboraba lo que sentía sobre la política, ese territorio nada amable para él.

Todo este macabro asunto lo ponía a discutir si no era más efectivo para su meta de pintar cuadros –que era su profesión inicial– irse a vivir a Miami. Allí había galerías de arte reconocidas, y aunque aquí en Santo Domingo había una entusiasmada ambientación galerista no tenía el más mínimo interés en exponer sus obras aquí. Bastante ambicioso, había pensado que no le parecía que podían venderse por millares y alcanzar la fama de los pintores bohemios. Lo cierto es que el disco del abuelo era algo que había que estudiar porque a decir verdad no se sabía si iba a ser invendible o en verdad tenía alguna aplicación en el formato de consumo del Itunes.

Imaginar a un abuelo, o como se decía en Argentina a esa agrupación que hizo delicias de multitud de jóvenes, ‘Las pastillas del Abuelo’, con Alejandro Mondelo, Diego Bozzalla, Fernando Vecchio, Joel Barbeito, Juan Comas y Juan German Fernández, en el “rock barrial” como dicen Santiago Bogisich y Emanuela Torcivia, era algo que lo mantenía al compositor en el pensamiento de que era algo efectivísimo que tenía que analizar porque –in strictu sensu– nadie, aun empiece a cumplir los 70’s, debe de renunciar a sus ganas de escribir una canción y entonarla con el auspicio de una lluvia nostálgica que cayera en su casa de Arroyo Hondo donde, con arrugas y discos de vinil,  era amo y señor de una pajarera y un jardín que no escatimaba en gardenias y otras flores desconchavantes. Era como la potencia recomendada para amplificadores de 300 watts.

Luego de interpretarlo, lo cierto es que el disco no era malo cuando lo escuchabas de primera entrada. Lo había producido el abuelo pero, como dejaba ver su programación acústica, aún le faltaba un corito de mujer “para que prenda”, algo así como esa voz que tanto el abuelo quería conocer de una muchacha que se decía ser sobrina política de un “primo chévere”. Se argumentaba que la muchacha podía aumentar su voz a unos cuantos decibeles más y subir a otras octavas. 

Entonces, la letra no tenía que importar aunque el disco hablara de cuestiones políticas; lo cierto es que meter al abuelo a artista a estas alturas era un movimiento desafiante. Rondaba el asunto ese de que había sido antitrujillista. A fin de cuentas, el abuelo tenía el poder de convencer a mucha gente de que podía ser autor de letras; ya lo había hecho Sabina, y aunque su nieto era un fiel diseccionador de la realidad consideraba al cantante español como un lastre en su carrera de productor. El cantante español le había echado a perder una noche entera con tanto dramatismo pero, aun reconociendo que el artista español tenía un fan club de “apaga y vámonos” en Santo Domingo –y hasta una estatua en un bar de la zona colonial–, algo que no debería de asustar a nadie, el nieto lo tenía todo clarito; lo mismo pasa con otros cantantes, habida cuenta que en Santo Domingo la gente le gusta escuchar de todo y no tiene que ser Mary J. Bigle, ni algo de Frank Zappa (Baltimore, 1940), la canción que tanto le gustaba a un iniciado cuando la letra decía que podías quedarte con tu mamá y no salir a defenderte como un hombrecillo en la vida.

Clásica e imperecedera, la canción de Zappa Yo’ Mama (Sheik Yerbouti, 1979) era algo que mantenía a cualquiera a la saga de mejores momentos. Se entiende sobre todo porque en sentido esencial era una recomendación clarísima para aquellos jóvenes norteamericanos que, como es costumbre, planean irse de la casa de la manera más rápida. A veces engreídos y otras no tanto, llegan a una edad tan misteriosa como la delicadeza de los chocolates Zero.

La canción de Frank Zappa, en un momento habla de Manuel Noriega y su relación con Estados Unidos, y decía eso: que no tenías que irte de la casa porque tu mamá podría hacerte el laundry y cocinarte (“maybe you should stay with your mamma, she could do your laundry and cook for you; you’re really kinda of stupid and ugly too”), con la implicación de una verdad que no conocía el abuelo pues eso de marcharse temprano de la casa –la canción recomienda no fumar en pijamas para evitar un incendio que te queme la cara– no solo era costumbre americana, sino que, a los 20 años, como se da en el caso misterioso también de algunos países más al Norte, se da el impulso al joven a que emigre en el tiempo necesario para ser un caballo. Pero Frank Zappa (influenciado por Stravinsky, ese caballo) no sabía del misterio de Arroyo Hondo y no sabía tampoco de esas misiones experimentales de un señor que en sus 70’s se inicia con un piano y una guitarra prestada. El primo ignora que este abuelo puede aprender acordes de manera rapidísima y sin necesidad de que se eleven los datos de las notas musicales. “Lo que sale de esa guitarra es único y verdadero”, dijo.

Como considerarían los neófitos en la vida punk de los salvajes, se podía pensar que el disco no funcionaría como esa función del tiempo y la madurez exigen siempre a los que enseñan sus primeras obras a los familiares. Pero el nieto, harto de sonoridades opacas, debía de afirmarse en esta costumbre (la verdad es que no había que borrarle la palabra altisonante sobre la política). La conclusión es que, influenciado en el fondo por ACDC y The Sleepy Jackson, el abuelo estaba pasando por un cuadro de rebeldía que, para una primera canción era algo debido a que se puede editar todo en cualquier video o en cualquier canción producida más allá del celular. En un plano de informalidad tipo pop-corn grabaron, bastante charlatanes, las primeras melodías. De todos modos, la música de Zappa no era la que corría ahora por la casa sino que tenía que ser la de Mars.  En otra forma, esas canciones enfebrecían al nieto cuando se sabía que no debía dejar de alabar lo que hace Justin Timberlake en una canción donde Michael Jackson, ahora muerto de risa, es utilizado –de buenas a primeras– por una bailarina potente.

La segunda canción no tenía nada de la primera y no decía algo tan dramático sobre la política. Decía cosas más amables; una petición ancestral para demostrar, como Zappa en su canción, que los muchachos tenían que ser románticos. Decía en una parte de la canción: “seamos románticos mi amor”, aunque esté desfasado, algo que tenía que ver con esa imagen de regalar flores de plástico, continuar con la fiesta después de llegados a la casa, y brindar con el vinito tan de moda en toda situación. “Si soy cantante deberé beber algo que vaya con esto”, dijo. Y, riéndose, pidió coñac. 

La preservación de su quietud vino a terminar cuando recibió la noticia de que debía dejar a un lado la guitarra para escuchar cómo en Medio Oriente –trasmitido por CNN– las cosas terminaban complicándose como un nudo gordiano. Lo que el nieto no sabía era nada de Isis y no le interesaba lo que pudiera suceder, algo que el abuelo sí quería porque, de canción en canción, tenía la costumbre de conocer la realidad mostrenca y la más radical como una manera de saber que sus años no eran solo acumulación de datos sobre lo que le puede pasar –y aquí la canción aludida volvía sobre sí misma– a un señor de gafas oscuras (yo que lo entrevisté), o a un inteligente escucha de Tina Turner. Movidos por cierta magia full-contac presente en una retahíla de pensamientos cómicos, tenían claro el abuelo y el nieto que debían abandonar la música por dos horas y lo mejor de todo: que lo que sucedía en Medio Oriente los conduciria a conversar sobre el desafío histórico de los misiles.

Conclusión no apresurada de una producción casera: Lo que sucedía en la canción era algo que se podía entender pero no había que explicar mucho lo que no se escuchaba en una canción preparada en un cidi que sería enviado a los familiares más abiertos. Lo de Itunes, y de Youtube sería algo soñado pero algo que no escapaba a la realidad, sobre todo cuando se sabe que estamos en momentos de fake news. El disco no era falso (como el ataque químico en Siria según Nikky Haley), y lo verdadero exigía que se comunicara con los espíritus de una más elevada jerarquía, eso que andan en otras dimensiones, para que pudiera decidir si su carrera como cantante tenía algo de funcional en medio de esa vejez que lo envió, de buenas a primeras, a preguntar por Lucho Gatica y el trio Los Panchos.