A manera de explicación

El autor de este escrito no nació con las ideas que hoy domina, sino que las hizo suyas captándolas de su círculo familiar, en el discernir del medio que ha vivido, y la concepción ideológica que estudió y le sirve de guía a sus actuaciones.

Al igual que todos los dominicanos y dominicanas que se han desarrollado en el actual orden social, estoy preñado, atiborrado, atestado de defectos y debilidades, pero dentro de las sombras a mis escasas virtudes no está la incoherencia entre lo que creo y predico. He tratado de vivir acorde con mis pensamientos y actuaciones.

Para abordar el tema afín con integridad, honradez, honestidad y pulcritud conductual no me ha pasado por la mente creerme un purificado, acrisolado o pontificado de moralidad. Pero creo que a la plasticidad de los honestos y honrados de ocasión, deben salirles al frente las mujeres y hombres que han vivido y viven aferrados a la idea de que honestidad, honradez y decoro, no son objeto de negociaciones, interpretación antojadiza, caprichosa e inconstante. La solidez en la formación familiar, la resistencia a lo deshonesto, y la consistencia de pensamiento debe mantenerse inalterable y duradera apegada a sanos principios.

I.- Facilitando la Deshonestidad

1.- En el medio social dominicano amplios segmentos de la población acomodan a su conveniencia el pensamiento que tienen sobre honestidad, honor, probidad, seriedad, etc. La época en la cual hombres y mujeres del país sostenían criterios rígidos que les identificaba por hacerles honor a cualidades morales que les ensalzaban, está desapareciendo. Al parecer, decencia y honorabilidad andan de la mano con la deshonra.

2.- Exhibir la honradez como virtud ya no es prueba de entereza, porque la han convertido en una necedad. El objetivo es hacer ver como hombre pobre de espíritu a quien levanta la honorabilidad, porque para que se imponga la transacción de los principios hay que amilanar a quienes los elevan y se mantienen envalentonados, no encogidos ni vacilantes.

3.- Una vez la persona se comporta en forma oportuna para lo que le es ventajoso, somete su accionar, sujeta su proceder, esclaviza la conducta a lo que le facilita la vida. La sana voluntad se doblega cuando su dueño la abandona a los fines de mantenerla supeditada obedeciendo a quien lo favorece.

4.- Muchos dominicanos y dominicanas, en procura de recibir prebendas han ampliado la idea que tenían de la honestidad, extendiendo la cuerda de la rectitud para con la elasticidad ensanchar el espacio por donde pueden darles riendas sueltas a la doblez conductual e incoherencia. En la medida que se hace más ancha la facilidad para entrar al círculo de los renegados de la honestidad se diluyen las normas que no se ajustan a la corrupción de los moralistas de hojalata.

5.- A los fines de facilitar la doblez de su acomodaticia honorabilidad, aquel que cree tener el don de la destreza para manejarse simulando decencia, simplifica el correcto proceder a simples tonterías, superficialidades, para que le resulte cómodo ser sinvergüenza y a la vez presentarse como recto y decoroso.

6.- Aquí la honestidad se ha llegado a adulterar de tal forma que cualquier rufián dice ser auténtico y modelo de honradez, aunque por la mañana simula ser mesurado y virtuoso, en la tarde un truchimán y en la noche un felón, demostrando así que en nuestro medio se puede sintetizar en una misma persona al procaz e insolente.

7.- Hablar ahora de ser honesto deja perplejo a cualquiera porque el pervertido ha logrado ser aceptado como puritano, no siendo más que un réprobo educado en la malignidad y la depravación. La desfachatez no tiene límites cuando de ella hace uso el crapuloso que se vende como bueno.

8.- El deterioro ético y moral de la sociedad en que vivimos permite que cualquier corrupto se crea con calidad para sermonear, que es austero, aunque haya permanecido en la movida de la disipación, enviciamiento y amoralidad. Lamentablemente cualquier bullanguero travieso se siente autorizado a predicar la honestidad siendo un ininterrumpido depravado.

9.- Ha caído en el olvido que la honestidad impone a quien quiera honrarla, no contaminarla con impudicias, mañoserías y cuantos vicios constituyen una afrenta al correcto proceder. Es un insulto, una ofensa a la honradez, aprovecharse de un ambiente corrupto para enriquecerse en forma ilícita.

10.- Es un agravio a la buena conducta acomodarse a las prebendas haciendo uso de simulada decencia. Resiente el correcto proceder quien haciéndose el afamado y gracioso deshonra la ética y la moral social. No puede levantarse el honor con las manos sucias, haciendo de la ascosidad, de la puercada una bandera, un cromo.

11.- La decencia, lo respetable, integro y recto no forma parte de la cultura de quien con sus actuaciones niega lo pudoroso, noble y digno. No es persona a imitar quien en el medio social donde vive aparenta integridad, pero en su accionar se comporta medio sinvergüenza y reduplicado vagabundo. La falsedad, el disimulo no sirve como pauta de buen vivir, porque hipocresía y fingimiento no tienen relación alguna con la sinceridad.

12.- La persona honesta, honrada y digna tiene que serlo por entero, completa, totalmente; nada de fragmentada o parcial; mantenerse coherente, constante, no blanda, voluble y tornadiza. No se puede vivir predicando la moral robándose los dineros del erario, legalizándole ilegalidades al corrupto, y a voz en grito maldecir la corrupción y adorarla.

13.- Rompe con la honestidad no sólo el que roba y recibe dinero sin laborar, sino también aquel que viola la palabra dada, miente, traiciona, gustosamente ofende, estimula la malquerencia hacia los demás, cultiva la vileza y contamina la mente limpia.

II.- Simplificando la deshonestidad

14.- La concepción de la honestidad, lo mismo que la honradez, para su amplio manejo ha sido adecuadamente encuadrada a los fines de que pueda ser disimulada, encubierta atendiendo a la voluntad de quien la levanta en su beneficio.

15.- Por la particularidad como aquí son manejadas las actuaciones, se estrecha o amplia el honor, la estima y honra, dependiendo de la ocasión y hasta del monto económico que envuelve la operación. La calificación de un acto honesto o deshonesto estará sometida a una regulación de conveniencia, ventaja o alivio coyuntural del beneficiado.

16.- En la concepción, en la mentalidad de muchos individuos, honestidad, honradez y decoro están sometidos a mediciones particulares. Se ha hecho común escuchar expresiones de quienes creen poseer el privilegio de tener un medidor de los actos que caen dentro de la sucieza o la limpieza, partiendo de su privilegiado tamiz. Su cedazo le permite decidir si ha ejecutado o no una acción corrupta.

17.- La honestidad es vista como un juego, pasatiempo ideal para quienes se creen dotados de la dicha de ser árbitros, enjuiciadores de sus actuaciones. Conforme a su muy exclusivo entender están premiados de sabiduría equilibrada, y jamás atolondrada.

18.- La valoración que se hace en nuestro medio de honestidad, honradez y limpia conducta, guarda relación con el monto que está de por medio en la operación corrupta. Sería un diminuto ladrón, un minúsculo corrupto, si lo que se roba es algo insignificante, sin gran valor en el mercado. Todo se reduce, al parecer, a llevar el ladronismo a pesos y centavos.

19.- En procura de colocar el concepto deshonesto en la más mínima expresión, el lenguaje para identificar a los ladrones, a los que sustraen fondos públicos, han hecho de las inconductas una regla de vida, se recurre a una ensalada de expresiones, un amasijo de criterios, un popurrí de calificativos que tienen como objetivo hacer ver al deshonesto como un pobre diablo, un simple renacuajo social.

20.- En el ambiente dominicano se procura acomodar al antisocial, colocar al degenerado para que armonice con decentes y limpios, con el fin de que se conserve como aceptado por todas y todos, por santos y demonios; que sienta en lo más profundo de su alma sucia que aunque es un degenerado, conserva el don de tener acólitos, adláteres que santifican sus sucias actuaciones.

21.- Con el objetivo de que el degenerado esté en buena posición, acoplado a los círculos sociales que les son afines, se le mantiene armonizando, alternando para que, codeándose con honrados y ladrones, conserve su falsa imagen de personaje digno de finos tratos.

22.- La regulación de la forma de comportarse en el medio dominicano la tienen aquellos que se autocalifican de normalizadores de la vida social, porque el accionar suyo mantiene arrinconado el adecentamiento de la vida pública, puesta de rodillas, humillada la vida de cualquiera que quiera erguirse, alzarse contra el equilibrio, las acrobacias de la sinvergüencería.

23.- La aceptación de que cada quien se crea con derecho a la igualdad de conducta aunque sea lo más descarado, ha creado la falsa idea de que aquí hay analogía en la apreciación de lo honesto y lo deshonesto, aunque la verdad es que la similitud de ajustarse a las reglas de la moral se está haciendo algo dificultoso, partiendo de que cada vez se ha ensanchado y desfigurado el concepto de persona seria, honesta y honrada.

24.- Recibir lo indebido, cobrar sin trabajar, vivir de la ilegalidad, justificar la trampa y darle viso de limpieza a lo sucio, cae dentro de los lineamientos de aceptar disculpas de irregularidades toleradas, convertidas en exculpación social. Ceñirse a lo honrado carece de sensatez allí donde lo inadmisible está a bien resguardo por el pretexto de que se puede vivir inmerecidamente sin crédito.

25.- Señalar al corrupto como formando parte de los marginados de la honradez, crea la posibilidad de pedirle excusas, luego de que explique que su accionar cae en lo admisible y socialmente acordado, en vista de que en el medio nuestro lo injustificado e indebido tiene razón de ser en la tolerancia y diversidad de criterios, puntos de vista y manera de ver las malandrinadas de los educados y escasamente bondadosos.

26.- Nuestro país está viviendo un periodo idílico para aquellos que están adecuadamente formados para ser indiferentes a la desaprobación delincuencial, apáticos ante la censura provenientes de grupos decentes, y se mantienen abúlicos frente a la calificación que les hagan de repugnantes, abominables e infectos vulgares.