Hoy es un día de definición en la historia dominicana. Nuestro país aprobaría no sólo la despenalización del aborto, sino que la Cámara de Diputados, junto al Presidente de la República, se apresta a decirle a la nación que nuestros valores e instituciones pueden sostenerse sin basarse en los principios morales cristianos.

La sociedad dominicana es cristiana de nacimiento y su supervivencia depende de la resistencia de los valores cristianos. Nuestros principios esenciales e instituciones políticas se basan, en gran medida, en la moral del Evangelio y en la visión cristiana del hombre y del gobierno.

Estamos hablando no sólo de la teología cristiana o de ideas religiosas, sino de los anclajes de nuestra sociedad: gobierno representativo y separación de poderes; libertad de religión y de conciencia; y, lo más importante, dignidad de la persona humana.

Esta verdad sobre la unidad esencial de nuestra civilización tiene un corolario, como observó el académico y pastor alemán Dietrich Bonhoeffer en 1943, meses antes de su arresto por parte de la Gestapo: “Eliminad a Jesucristo y eliminaréis el único cimiento fiable de nuestros valores, instituciones y modo de vida”.

Por mucho que “los nuevos ateos” afirmen lo contrario, no existe riesgo de que el cristianismo sea impuesto coactivamente al pueblo dominicano.

Los únicos “Estados confesionales” en el mundo de hoy son los que están dirigidos por dictaduras islamistas o ateas, regímenes que han rechazado la creencia del Occidente cristiano en los derechos individuales y en el equilibrio entre los poderes.

Por mucho que “los nuevos ateos” afirmen lo contrario, no existe riesgo de que el cristianismo sea impuesto coactivamente al pueblo dominicano

Lamentamos que las autoridades dominicanas hayan creído la mentira de los grupos liberales, consistente en que no existe una verdad inmutable.

No es cierto que los cristianos pretendemos imponer una teocracia en República Dominicana. Lo que sí es cierto es que la despenalización del aborto es apenas el primer paso para instaurar al relativismo como la religión civil y la filosofía pública nacional.

Lo que nuestros líderes no se han dado cuenta es que, sin una creencia en unos principios morales fijos y en verdades trascendentes, nuestras instituciones políticas y nuestro lenguaje se convertirán en instrumentos al servicio de una nueva barbarie.

En nombre de la tolerancia, llegaremos a tolerar la intolerancia más cruel y la enseñanza del “vive y deja vivir” justificará que los fuertes vivan a expensas de los débiles.

Podemos reflejarnos en el espejo de los Estados Unidos de América, una nación que es todavía cristiana en un ochenta por ciento y tiene un alto grado de práctica religiosa.

En Estados Unidos, los organismos gubernamentales están intentando dictar cada vez más cómo deben actuar los ministros de las iglesias, a quienes imponen prácticas que acabarían por destruir su identidad cristiana. Se han hecho esfuerzos por desalentar o criminalizar la expresión de ciertas creencias cristianas como “discurso de odio”.

Los tribunales y asambleas legislativas emprenden rutinariamente acciones que socavan el matrimonio y la vida de familia, e intentan borrar de la vida pública el simbolismo cristiano y sus signos de influencia.

En Europa se observan tendencias similares, aunque marcadas por un desprecio más abierto por el cristianismo.

Los dirigentes de las iglesias han sido denigrados en los medios de comunicación e incluso ante los tribunales, simplemente por expresar sus creencias.

Hace unos años, a uno de los principales políticos católicos de Europa, Rocco Buttiglione, se le negó un cargo en la dirección de la Unión Europea por su filiación católica. Todo este proceso comenzó con la legalización del aborto.

Lamentablemente, el gobierno dominicano le acaba de decir al mundo que no ve a las iglesias como un socio valioso para sus planes. Más bien, al contrario. Se acaba de desatar una discriminación emergente y sistemática contra las iglesias.

Nuestro gobierno está dirigido por secularizadores, los cuales han aprendido del pasado. Los de hoy son más hábiles en su fanatismo, más elegantes en sus relaciones públicas, más inteligentes en su trabajo para impedir que las iglesias y los creyentes influyan en la vida moral de la sociedad.

Durante las próximas décadas, el cristianismo se convertirá en una fe que perderá libertad para hablar en el espacio público. Una sociedad donde la fe no puede tener una expresión pública fuerte es una sociedad que ha hecho del Estado un ídolo. Y cuando el Estado se convierte en un ídolo, los hombres y las mujeres se convierten en la ofrenda del sacrificio. Qué Dios guarde nuestra nación.