Embarazo no deseado, anticoncepción y aborto

Es de consenso científico y civil a nivel internacional que la gran mayoría de los abortos inducidos, a excepción de los casos de malformaciones fetales graves o enfermedades maternas serias, son consecuencia de un embarazo no planeado o que habiéndolo sido derivó luego en no deseado por determinadas circunstancias existenciales de orden económica, afectiva, moral, religiosa, demográfica, de salud, entre otras posibles. En el caso de los embarazos que son resultado de violación o relación incestuosa, son por definición, no planeados.

Como bien sugieren los destacados gineco obstetras Aníbal Faúndes y José Barzelatto en su libro El drama del aborto: en busca de un consenso (2011), dos preguntas claves para la comprensión y enjuiciamiento moral del aborto como problema tanto a nivel social como individual son: ¿por qué las mujeres se embarazan cuando no desean tener un hijo? y ¿por qué el embarazo puede ser tan indeseado que la mujer llega a optar, en muchos casos, por el riesgo que representa provocarse un aborto en la clandestinidad?

El embarazo no deseado puede producirse por el no uso de anticonceptivos, un uso erróneo o falla en la eficacia o efecto del método usado. Para Bankole, et al. (1998), conocer la prevalencia de embarazos no deseados o no planeados y sus causas próximas, la falta de uso de anticonceptivos o sus fallas, resultan esenciales para comprender el contexto en el cual la mujer recurre al aborto. De acuerdo con los autores, en América Latina posponer o limitar la descendencia son razones menos importantes para abortar, en comparación con otras regiones. Esto, señalan, se debe en parte a la alta prevalencia de la esterilización, que disminuye la importancia del aborto como medio para limitar el tamaño de la familia. Al igual que muchos otros, los autores concluyen, con base en la revisión de diversos estudios, que el mejoramiento de la práctica anticonceptiva resulta importante para disminuir la incidencia del aborto. No obstante, advierten, por limitaciones individuales, institucionales o circunstancias fuera de control en la vida de las personas, siempre hay necesidad de garantizar el derecho de acceder al aborto. De hecho, hay autores que afirman que la tasa de aborto es, en primer lugar, un reflejo de la disponibilidad y calidad de los servicios de planificación familiar y educación sexual en un país. El uso de anticonceptivos es el factor clave. Por ejemplo, cuando éstos no se encuentran disponibles, especialmente para las adolescentes, las tasas de aborto son altas y tienden a aumentar.

Por su parte, Faúndes y Barzelatto (2005) afirman que la elevada demanda insatisfecha de anticonceptivos, definida como la proporción de mujeres que tienen relaciones sexuales y no quieren embarazarse en un momento preciso o nunca más, pero que no utilizan ningún método anticonceptivo, constituye uno de los principales factores que determinan el aborto inseguro. Agregan que entre los elementos que contribuyen a un menor empleo de anticonceptivos se encuentran la falta de conocimiento sobre éstos y los efectos negativos o secundarios, atribuidos frecuentemente de manera incorrecta a ciertos métodos modernos que llevan a las mujeres a no utilizarlos, junto con su falta de disponibilidad. Las barreras económicas, culturales, físicas (e institucionales) para acceder a los anticonceptivos también desalientan su uso e influyen para que, en consecuencia, haya embarazos imprevistos y abortos.

De acuerdo al Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, 1997) cada año se producen en el mundo alrededor de 75 millones de embarazos no planeados de los cuales entre 8 y 30 millones se deben a falla anticonceptiva. Se prevé que unos 33 millones de usuarias de anticonceptivos padezcan un embarazo accidental cada año mientras usan métodos anticonceptivos. Algunos de estos embarazos accidentales se finalizan mediante abortos inducidos y otros terminan siendo bebes.

En un estudio realizado en seis países de América Latina se encontró que del 40% al 60% de los embarazos son no deseados, y en la mayoría de los casos terminan en un nacimiento indeseado o en un aborto inducido, con los riesgos que implica su práctica clandestina en caso de ilegalidad. En otros términos, el embarazo no deseado es un factor determinante que propicia la decisión de las mujeres de abortar, y la ocurrencia del evento está correlacionado con el no uso de anticonceptivos, en muchos casos por no tener el acceso a los mismos, pese al deseo de usar alguno. Es lo que se denomina la demanda insatisfecha de anticonceptivos.

La cuestión de los embarazos no planeados o no deseados y sus costos emocionales, económicos y sociales en la vida de las mujeres y sus familias, se ha erigido en uno de los argumentos centrales de las y los que defienden el derecho de las mujeres a decidir. Asimismo, se plantea que en los nuevos contextos "los encuentros sexuales se multiplican y los obstáculos, ideológicos y materiales, (hacia) una responsabilización de la vida sexual conduce no sólo a cientos de miles de abortos, sino también a miles de nacimientos de hijos no deseados. Estas criaturas, antes bienvenidas como un seguro para la vejez, son vividas como lastre en una sociedad que no ofrece apoyo al difícil trabajo de la crianza infantil" (Lamas, 2003).

El tema de la anticoncepción moderna –e incluso la misma Demografía como disciplina científica-, ha estado históricamente muy marcada por los enfoques y posiciones y luchas políticas, ideológicas y religiosas, desde sus primeras formulaciones y acciones concretas de investigación y aplicación de anticonceptivos en la década de los años 20, luego de la Primera Guerra Mundial.

La idea y posterior acción sobre la necesidad del control de la natalidad vía la planificación familiar –centrada en el uso de anticonceptivos artificiales- comienza a ser promovida a principios del siglo XX por un grupo que se identifica con los planteamientos fundamentales de Malthus en su Principio de la población, y en ella confluyen anarquistas, y socialistas, liberales e incluso  algunos conservadores defensores del capitalismo, movimiento liderado por Margaret Sanger, de formación en Enfermería, considerada   pionera de la planificación familiar. Sin embargo, desde otro bloque de fuerzas sociales, se produce una convergencia entre los sectores más conservadores, la burguesía nacionalista y la jerarquía eclesiástica de oposición al neomaltusianismo, al control natal, a la liberación de la sexualidad, y otras medidas o prácticas que puede afectar el crecimiento demográfico.

Con la generalización del conocimiento y uso de métodos anticonceptivos, surgió otra posibilidad, además del aborto, para evitar no sólo el nacimiento de un hijo, sino para evitar un embarazo no deseado o no previsto. Los impresionantes avances en el uso de anticonceptivos han producido una reducción en la cantidad de embarazos no deseados, pero no han eliminado la necesidad de acceder a un aborto sin riesgos. Debido al aumento en el uso de anticonceptivos, la tasa de embarazos en todo el mundo disminuyó de 160 embarazos en 1995 a 134 en 2008 por cada mil mujeres en edad fértil. Las tasas de embarazos deseados y no deseados se redujeron, respectivamente, de 91 y 69 a 79 y 55 cada mil mujeres en igual período.

Se estima que a nivel mundial cada año quedan embarazadas 208 millones de mujeres. Entre ellas, sólo el 59 % (o 123 millones) tiene un embarazo planificado (o deseado) que culmina con un nacimiento con vida, un aborto espontaneo o una muerte fetal intrauterina. El 41 % restante (u 85 millones) de los embarazos son no deseados y más de una cuarta parte de las mujeres que quedan embarazadas tienen un aborto inducido o un nacimiento indeseado (OMS, 2012). En los países en vías de desarrollo se producen 182 millones de embarazos cada año y de ellos se estima que el 36% no son planificados y que el 20% termina en aborto. En los países desarrollados, de los 28 millones que ocurren cada año el 49% no son planificados y el 36% terminan en un aborto (The Alan Guttmacher Institute, 1999).

Pese a al grado de acuerdo alcanzado a nivel internacional en reconocimiento de las realidades que provocan los embarazos no deseados, el bloque hegemónico conservador conformado por políticos y legisladores de la ultra derecha, la jerarquía de las iglesias católica y evangélicas y de otras sectas o denominaciones religiosas y sectores laicos conservadores impugna la legitimidad del concepto embarazo no deseado o no planeado, incluso en caso de violación sexual de la mujeres, recomendando a la mujer en este último caso extremo el mismo procedimiento o herramienta que en el plano de las relaciones sexuales y la procreación las religiones dictan a sus feligreses y a todos los que no lo son desde el Medioevo: la estoicidad.