El aborto inducido o voluntario es una problemática multidimensional y multicausal, dada la multiplicidad de factores o causas que pueden desencadenar la decisión de interrumpir un embarazo no deseado, pues la misma entraña cuestiones de orden social, cultural, filosófico, político, jurídico, institucional y ético, y, por tanto, su abordaje conceptual y metodológico tiene que ser integral e interdisciplinario, conjugando y ponderando las diversas dimensiones, implicaciones y factores.

Desde la óptica de la Demografía o de los estudios de población, el tema del aborto importa no sólo por su efecto en el crecimiento poblacional, en cuanto incide directamente en la fecundidad y en la mortalidad materna e intrauterina, sino además porque la atención al mismo impacta la salud sexual y reproductiva de las mujeres y el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, una de las temáticas que en las últimas tres décadas ha concitado mayor atención en las políticas y acciones en población y desarrollo.

Una mirada o visión demográfica del aborto implica conocer no sólo la magnitud del aborto y de las características sociodemográficas de la población involucrada en las prácticas abortivas. Debe incluir, además de su incidencia, la distribución y características de los abortos, el análisis de los determinantes o causas, sus consecuencias, el contexto jurídico, sociopolítico y cultural en que se producen y las políticas deliberadas para incidir en el mismo.

El aborto es considerado uno de los determinantes próximos o intermedios de la fecundidad, es decir, aquellos factores biológicos y conductuales a través de los cuales las variables de tipo económico, cultural y ambiental inciden sobre la conducta reproductiva. Al respecto, uno de los demógrafos más acuciosos en el estudio de la fecundidad, John Bongaarts, ha demostrado que el aborto inducido constituye, junto a la nupcialidad, el uso de anticonceptivos y la infecundidad (amenorrea) posparto, uno de los factores que determinan el nivel de fecundidad de las poblaciones.

La influencia del aborto -sea involuntario o inducido-sobre la fecundidad de una población no sólo se produce por la frecuencia de su ocurrencia, sino que en los países donde el aborto es ilegal o clandestino, se debe tener en cuenta la influencia que tienen los efectos de una mala atención sobre la salud reproductiva de las mujeres con complicaciones en el embarazo, cuando el aborto se practica en condiciones inseguras, lo cual ocurre usualmente a mujeres de un bajo nivel socioeconómico.

Ahora bien, al margen del enfoque o perspectiva desde la que se aborde el aborto, la práctica abortiva voluntaria es una realidad transcultural y transhistórica que data de miles de años, pero que, por su condena moral y ética por las religiones y el ordenamiento jurídico, hasta hace poco era tema tabú, y por tanto invisibilizado en las estadísticas oficiales y oficiosas. Está suficientemente documentado que la práctica de abortar data de miles de años y se ha verificado en todas las culturas, aunque a nivel del colectivo societal, la recurrencia al aborto inducido parece ser más reciente, pues la muy alta mortalidad extrauterina e intrauterina que prevaleció hasta el siglo XIX se encargaba de regular el impacto de la fecundidad en el crecimiento demográfico.

En la historia de las prácticas de control de la fecundidad, el aborto, y en épocas más remotas, el infanticidio, han sido medios rudimentarios que han utilizados las mujeres y parejas para evitar o no aumentar la descendencia, y en tiempos más recientes se registran algunos casos de promoción y apoyo al aborto como una política demográfica de Estado de control deliberado de la natalidad en regímenes políticos totalitarios.

Por razones diversas, al margen o a contrapelo de valorizaciones culturales, éticas, jurídicas, ideológicas y religiosas, y trasgrediendo o no cánones culturales y normas jurídicas, un segmento significativo de la población a nivel mundial decide interrumpir deliberadamente o de manera voluntaria un embarazo no deseado, ya sea, en forma auto asistida o mediante procedimiento médico-farmacéutico o a través de una intervención quirúrgica.

Los abundantes materiales sobre el tema reconocen que se trata de un complejo "problema" que ha dado lugar a un intenso y continuo debate desde diferentes fuerzas y actores sociales con posiciones generalmente antagónicas y polarizadas, pero también con al menos un principio coincidente y en ocasiones no suficientemente explicitado, que reside en el hecho de que ninguna de las posiciones está a favor del aborto per se.

La disyuntiva de estar a favor o en contra del aborto, como lo plantean maniqueamente los líderes religiosos, es un falso dilema. Es obvio que la interrupción deliberada de la vida de un concebido –nasciturus- es un hecho doloroso y puede ser hasta traumático a nivel personal La verdadera controversia es si se está de acuerdo o no en condenar a la mujer que aborta, esa es la discusión sobre la que hay distintas posiciones. Hay quien cree que la solución al problema del aborto es condenar, mientras otros piensan que condenar a la mujer que aborta no es solución, sino que, por el contrario, seguramente, tendrá un efecto negativo.

Salvo minorías anti aborto fanatizada y extremista, hasta los más furibundos sacerdotes, pastores, curas y demás consejeros, confesores e instructores religiosos opositores al aborto conocen muy bien las causas por las que las  mujeres desean evitar el embarazo o deciden abortar: porque carecen de los recursos para criar un hijo, o porque han sido víctimas de violencia sexual, o porque no han terminado todavía la escuela, no tienen una relación estable, tienen una pareja que no puede o no desea mantener a un hijo, o porque ya han tenido el número de hijos que deseaban -para mencionar algunas de las más razones  frecuentes que inducen a una mujer o a una pareja a la interrupción deliberada de un embarazo.

Abordar el tema del aborto en tanto "problema", requieren de partida, como diversos autores han señalado muy acertadamente, plantear diversas interrogantes: ¿Para quién o para quiénes el aborto inducido es un problema? ¿Cuál es el problema y de qué tipo? ¿A quiénes compete decidir si la práctica del aborto es o no un problema? ¿A quién o quiénes atañe la decisión de recurrir o no al aborto? ¿Cuáles son o deben ser los límites de la intromisión de la esfera pública y política, en particular del Estado, en la esfera privada e íntima de las personas? ¿Quiénes son los actores sociales que ejercen mayor influencia para legitimar o no dicha interferencia? ¿Cuáles son sus principales argumentos y posiciones? y, ¿Cuáles son las relaciones entre estos actores y cómo se articulan entre sí?

Abordar estas interrogantes implica necesariamente incursionar en el ámbito de lo público y lo privado en sociedades profundamente marcadas por la ancestral influencia y relaciones de poder de la Iglesia Católica y más recientemente de las iglesias evangélicas, que se desenvuelven en un escenario contemporáneo caracterizado por un creciente proceso de democratización y una progresiva participación de la sociedad civil organizada en la vida pública. Escenario que, a su vez, exige el ejercicio y respeto de los derechos humanos en general, y en particular de los derechos sexuales y reproductivos, la libre decisión de los individuos sobre su vida íntima, y por tanto en su ámbito reproductivo, así como una mayor equidad e igualdad en las relaciones entre los géneros.