Como era de esperar, mi mensaje de la semana pasada a favor de la despenalización del aborto terapéutico regulado, generó un mosaico rico de opiniones, como expresión del libre pensamiento y de la diversidad de criterios, valores, situaciones y consecuencias.

Desde que circuló, comencé a recibir opiniones y reacciones, a favor y en contra, algunas de las cuales incluyen argumentos y situaciones que vale la pena compartir y comentar, siempre protegiendo la fuente y el derecho al choque de opiniones.

Recibí tres correos que agradezco y que me llamaron poderosamente la atención: a) por la forma firme y respetuosa; b) por los argumentos utilizados; c) por el aprecio y la deferencia que les profeso a las remitentes; y d) porque las tres son madres jóvenes y profesionales, pero con niveles de ingreso diferentes. 

La primera me señaló su “desacuerdo con el  aborto”, y consideró exagerado y hasta sensacionalista mi señalamiento sobre las cruzadas y la inquisición. La analogía vino por la posición cerrada, excluyente e impositiva, como en aquellos tiempos.

Además, me dijo “usted mejor que la mayoría conoce el funcionamiento de los protocolos de Salud Pública en nuestro país, me aterra pensar que ellos sean quienes tengan patente de corso para decidir qué vida vale más que otra”.

Con todo respeto, este argumento arroja dudas sobre la integridad de los médicos. ¿Por qué las mujeres deben pagar tan caro las deficiencias de Salud Pública, aceptando  violaciones y situaciones que arriesgan su vida? ¿Por qué penalizar a las familias más débiles e indefensas, en vez de exigir un Estado más responsable y eficiente?     

Es muy fácil tomar decisiones cuando otros cargan con las consecuencias

La segunda observación viene de una madre con un hijo con mal formación y que requiere asistencia permanente 24/7. Señala que esta situación le cambió su vida para siempre y genera muchas penurias e incertidumbres familiares. Sus ingresos limitados se redujeron aún más al abandonar su trabajo para dedicarse por entero a cuidarlo, ya con lo que ganaba no podía contratar a nadie.

“No puedo atender debidamente el cuidado y la educación de mis otros dos hijos, y los reportes de la escuela no son los que quisiéramos”. “No recibimos ayuda de ninguna institución del gobierno. En realidad somos una familia definitivamente atrapada en la pobreza, la desesperación y el desamparo”.

Luego de describir este cuadro familiar triste, permanente y desalentador, se consoló  señalando “suerte que mi marido es una buena persona que comprende y me ayuda en la casa”. “Pertenecemos a un grupo y allí conocemos varios casos de madres solteras que atraviesan por una situación peor, totalmente desamparadas”. 

La tercera opinión señala que, en esencia, quienes se oponen al aborto terapéutico regulado, lo hacen porque tienen la posibilidad económica de “resolver”, y/o porque son instituciones incapaces de comprender realmente las carencias y el dolor ajeno “ya que no sufren las consecuencias de sus rígidas posiciones”.

Y va un poco más lejos, y se pregunta “si las iglesias que se oponen estarían dispuestas a ofrecer ayuda económica y psicológica a esas familias pobres a cubrir el costo de por vida para mantener a un niño con mal formación congénita”.

“Los padres deberían recibir una ayuda tanto del gobierno como de la iglesia para la crianza de ese niño, y asegurar que al morir sus padres habrá una institución  responsable de su cuidado, como en los países más avanzados.

Queda claro que se trata de un problema muy complejo, con diversas consecuencias económicas, sociales y familiares. Entonces, ¿por qué no aceptar opciones? ¿Por qué tratar de imponer soluciones uniformes, unilaterales y excluyentes?