En una discusión informal de fin de año, un amigo me alertaba de que mis planteamientos en torno a un tema de debate de difícil elección, dígase eutanasia, aborto, etc., debían estar sometidos a la moral y no a la opinión personal; dicho de otro modo, mis convicciones particulares debían estar sujetas a las normas impuestas socialmente y, por tanto, no debían contradecirlas. La razón aducida era la conveniencia de lo general sobre lo particular, lo colectivo sobre lo individual.
Este tipo de razonamiento se origina en una ingenua oposición entre ética y moral que no da cuenta cabalmente del fenómeno de la elección moral en situación, ante todo, en aquellas cuestiones espinosas en la que diversos puntos de vistas entran en conflicto o bien en aquellas circunstancias en que la decisión tomada riñe con lo establecido por la norma moral, pero se sostiene en una convicción personal amparada en principios éticos.
Tanto el vocablo “ética” como “moral” significan el conjunto de razones para la actuación deliberada. Si estas razones están dadas por la sociedad y son fruto de las costumbres heredadas socialmente, solemos atribuirle el término moral. Cuando las razones para actuar se originan en el interior de la persona, como fruto de un esfuerzo de razonamiento deliberado, le llamamos ética. De esta forma, dos términos que vienen de tradiciones distintas se usan para hablar del mismo fenómeno, pero desde perspectiva y alcance distintos; lo que hace fértil la distinción entre lo moral y lo ético.
La moral tiene un componente de obligatoriedad que la ética también posee; pero las razones son distintas. La obligatoriedad de la norma moral está dada por la pertenencia a la comunidad humana que establece como buena y válida la conducta esperada y prescrita bajo una norma. La obligatoriedad ética está amparada en un principio de orden racional-afectivo que el sujeto estima como bueno y que es la causa, en términos de motivos, o la razón para actuar. Por ejemplo, las reglas de cortesía estarían en el rango de las conductas esperadas socialmente; pero ellas por sí mismas no me “obligan” a ser cortés si yo no lo decido racional y afectivamente. De modo que detrás de la actuación deliberada hay una regla objetiva y una decisión subjetiva. La cuestión no está en una elección dicotómica entre una y otra, sino en su dialéctica. La acción sensata del hombre prudente conjuga ambas cosas, no la disecciona y cuando existe conflicto decide según principios y no normas.
Lo que pretendo señalar es que entre ética y moral hay una relación más fundamental que la simple oposición dicotómica y que mantener la distinción entre un concepto y otro permite clarificar una relación más fructífera en términos prácticos y didácticos que la simple “primacía de lo social sobre lo individual” en la toma de decisiones sensatas, responsables y justas.
Paul Ricoeur nos señala que el objetivo ético de una vida buena es complementado por la obligatoriedad de las normas que derivan del cuerpo social; pero que, en caso de conflicto, la primacía está sobre el objetivo ético y no la norma. Es evidente que el objetivo ético de la vida buena es con los otros en el marco de instituciones justas. En palabras simples, la justicia y la equidad que brotan de la solicitud amistosa por el otro y el deseo de una “vida buena” es más vinculante que el respeto puro y simple a una norma social que exteriormente determina mi voluntad para actuar y desde la cual me posiciono como un sujeto sometido.
Con ello no quiero restarle mérito a la norma moral; sino mostrar la complementariedad de la misma para la ética; pero no su fundamentalidad. En términos prácticos, prefiero al sujeto con convicciones fuertes que al autómata que sólo obedece lo que su legislador dice o le ordena hacer. Prefiero al amigo de altas convicciones personales que, a pesar de la frágil relación vinculante entre la solicitud de mi amistad y el objetivo ético, trata a todos con justicia animado por la “estima de sí” y el “respeto de sí” y no porque es su deber moral hacerlo.
En este sentido, abogo por más ética que moral.