Nunca se había teorizado tanto desde las urbes sobre la “invasión haitiana” y la “urgencia” de sellar la frontera.

Sufrimos la mayor ola de masturbaciones intelectuales por parte opinantes citadinos que gruñen solo porque, en sus metrópolis, se sienten apestados, o por ponerse a la moda mediática, sin asumir culpas. Se evidencian de cuerpo entero con sus abordajes sosos, descontextualizados,  acerca de problema tan complejo como viejo.

El excandidato presidencial del Partido Revolucionario Moderno (PRM), Luis Abinader, encaja en una o en las dos categorías de analistas señaladas.

Aun calientito el discurso de rendición de cuentas del presidente Danilo Medina, ante la sesión conjunta del Congreso, el 27 de febrero, el empresario y político opositor presentó su reacción en una pieza televisual diferida en la que criticó la política migratoria y sugirió el envío a la línea del 30% (8,000) del total de guardias y la dotación de la logística necesaria para resolver la situación.  

Como casi todos, ve la solución en la circulación de helicópteros, vehículos todoterreno, drones y barcos, y en una cadena de militares a lo largo de aquella franja porosa de 388 kilómetros. Y punto.  

Mirada tan simplona y sensacionalista solo contribuye a la construcción de pánico, odio colectivo y violencia, lo que menos se necesita para la convivencia.

La solución del terror que sienten los encopetados de las ciudades al olfatear la indigencia haitiana, comienza por refundar las cinco provincias dominicanas de la frontera (Pedernales, Independencia, Dajabón, Elías Piña y Monte Cristi), los verdaderos guardianes de la zona. Pero los teóricos sobre las migraciones ni las mencionan, por desconocimiento o indolencia.

Tales comunidades se extinguen poco a poco a causa de la pobreza extrema que, durante décadas, han sembrado el Estado y un empresariado indiferente que ahora se asquea.

Pedernales, por ejemplo, ya en 2010 sobrepasaba el 60 por ciento de pobreza. Y la situación ha ido de mal en peor. En el extremo suroeste, su día a día es la sobrevivencia con la economía informal; el desempleo ha tocado fondo. Falta de todo, nadie escucha su clamor. La cruz que carga resulta irresistible. Es el mismo panorama en las otras comunidades de la franja.

Por eso, su gente huye hacia los arrabales de las capitales, dejando solos aquellos territorios cuyas poblaciones solo han crecido cuando algunos políticos mañosos han creado asentamientos con trasiegos de andrajosos de otros pueblos para amañar resultados electorales. 

¿Cómo evitar, entonces, que los haitianos crucen en masa la raya imaginaria y sigan de largo hacia el este de la isla, para anidar en los grandes conglomerados urbanos?

¿Cómo solucionar la denunciada “invasión haitiana” desparramada por las cuatro esquinas del país, si la barrera real representada por las cinco provincias, es una sucesión de villas-miseria que a nadie importan?

¿Cómo detenerla si el mismo Haití es un caos en un mar de indigentes creado por sus políticos y empresarios inhumanos, y por países poderosos y agencias internacionales que lo han usado para cebarse de su miseria y escenificar orgías y violar niñas?

El abandono de tales comunidades ha representado en el mejor aliciente de las migraciones y un brindis de lujo a las mafias nacionales e internacionales para que operen a la libre. 

Hay que celebrar el refuerzo militar de la frontera, dispuesto por el presidente Medina. El orden es fundamental, pero no basta. Ni con ésto ni con los 8 mil agentes que, para estrar en moda, ha recomendado el excandidato presidencial perremeísta, saldremos a camino bueno. 

Salvo que se vaya al fondo, la espuma del control migratorio no duraría mucho porque aquel gueto de miseria se presta para todo lo malo. Representa un paraíso para los contrabandistas y una tentación permanente para militares menestorosos y sin arraigo cultural.

En estos tiempos, ya no es un castigo mandar guardias de servicio a la frontera. Representa un premio que muchos buscan, y no para pescar ni buscar cangrejos entre manglares y guasábaras.

Agarremos el toro por los cuernos y dejémonos de tonterías. Comencemos de una vez por resolver la pobreza extrema fertilizada allá, para disminuir el “bajo” a pobre que ha tapado tantas narices por acá.