Si hay algo que celebrar, destacar y alabar –por encima de toda otra cosa-, es que el 5 de julio de 2020, el pueblo dominicano volvió a dar una lección de madurez democrática en las urnas. No solo por ir a votar en porcentajes elevados sino por hacerlo con libertad, responsabilidad y dignidad.
También hay que reconocer–con la cabeza fría-, que la actuación de los líderes políticos y gubernamentales del PLD fue ejemplar, al reconocer, aún antes del término del conteo oficial de los votos, el triunfo abrumador en todo el territorio nacional de Luis Abinader.
Se ha expuesto por el sociólogo y politólogo dominicano, profesor universitario en los EE.UU, Emelio Betances, que Abinader viene a inaugurar en la política dominicana posterior a Trujillo, que por primera vez un empresario, acceda electoralmente a la presidencia de la República.
Como es sabido, antes de él, la alta magistratura del Estado ha recaído en profesionales de “clase media”. Algunos como Balaguer y Bosch, reconocidos intelectuales a la par que políticos profesionales, y los demás han sido profesionales, técnicos y políticos de largo ejercicio, aunque algunos con intereses empresariales como Hipólito Mejía.
Luis Abinader por su curriculum vitae, centrado en el mundo empresarial, que además optó como vicepresidenta por una mujer también empresaria, necesitaba fortalecer su lado “popular”, y eso lo logró con el apoyo de partidos de izquierda como el APD de Max Puig, el Frente Amplio, el PCT y otros. Además de haber obtenido el apoyo de sectores representantes de la clase media profesional, como “Coalición Democrática” y de líderes reconocidos de diversas organizaciones populares. Todos esos apoyos equilibraron la percepción en la opinión pública de su marchamo excesivamente corporativo empresarial.
El 16 de agosto lo que se traspasará a Abinader es una papa caliente o aún más, un gran marrón: el covid-19 aún no alcanza su pico y no es descartable un incremento de los contagios, ello obligará a tomar medidas drásticas en materia sanitaria y, traerá secuelas económicas. Sin duda aumentará el déficit del Estado, caerá el crecimiento del PIB, se incrementará el desempleo y los más pobres y excluidos sociales verán empeorar más, si cabe, su ya deplorable situación. Habrá, pues, poco espacio para la erótica del poder y mucho de sudor y lágrimas.
Todo nuevo presidente se ve sometido a una avalancha de peticiones de cargos de sus financiadores, de los miembros de su partido, de los aliados políticos, de las expectativas, siempre grandes y a veces desproporcionadas, de sus sostenedores. Puede decirse que hay que tratar de contentar a todos, a unos de manera inmediata, a otros pidiéndoles paciencia e incluso a algunos con un no rotundo.
Cuentan el caso de un financiador que exigía un cargo determinado por los millones que había donado. El presidente electo le escuchó. Llamó a uno de sus hombres de confianza y le dijo que le entregara al demandante la suma íntegra de lo que había donado. Al dársela le dijo: Muchas gracias. Aquí tiene su dinero. Y no quiero verle más por aquí. Caso cerrado.
El Presidente elegido deberá formar rápidamente un Gobierno. El sabrá lo que desea para hacer lo que tiene previsto en su fuero interno. Ahora bien, si algo tiene el acervo de la ciencia política que aportar en estos casos, se puede resumir, en breve, en lo siguiente: el mejor gobierno es aquél que combina sabiamente la experiencia con la novedad, el “amateurismo” del recién llegado a los puestos públicos, con la coraza de los expertos “hombres del estado”, que han desempeñado, por años, puestos en el mismo y conocen al dedillo los intríngulis del Estado.
La tentación del nuevo gobernante, y más si el mismo es nuevo en cuestiones estatales y de administración pública, es dejarse llevar por los cantos de sirena de quienes tienen un interés objetivo en desembarazarse de todo lo antiguo, como si lo antiguo fuera sinónimo de desechable. Inclusive los muebles, las joyas antiguas, son más valoradas en el mercado por los expertos, que lo novísimo. Salvo, claro, por los horteras.
En fin, siempre ha sido así con cualquier tipo de gobierno reformista o conservador, liberal o progresista, el equilibrio para hacer un buen equipo de gobierno es combinar en la justa medida tradición e innovación. Experiencia y sangre nueva. Buscar el justo medio entre el adanismo y lo rancio.