Los demócratas no son santos. La tragedia del 6 de enero no los convierte en santos.

Los republicanos no son santos tampoco y lo del 6 de enero no es sólo reflejo de algunos republicanos extremistas sino de muchos norteamericanos no republicanos que comparten los mismos sentimientos.

En los últimos meses le hemos visto el refajo a la nación norteamericana.

No es cierto que lo del 6 de enero no es un reflejo de la nación norteamericana, es el puro reflejo histórico desde sus raíces, lo único que, en lugar de suceder en Latinoamérica, o en Asia o en cualquier otra parte del mundo donde sus botas militares han incursionado, ocurrió esta vez en la misma capital del imperio.

Todo el mundo espera ver en los próximos 4 años y como resultado de la reflexión y examen de conciencia provocados forzosamente por los incidentes que culminaron el 6 de enero, cómo la nación americana podría ser más justa hacia sus propios ciudadanos y hacia el resto del mundo.

¿El mayor mérito de Trump? Quitar la ceguera a decenas de millones de personas dentro de los E.U.A. y en el resto del mundo sobre el peligro detrás de la búsqueda persistente e indigna del poder y del lucro por encima de todo y todos, porque él encarna el más absoluto ejemplo del despiadado yoísmo detrás de esa búsqueda.  Su vanidad y ceguera son partes responsables de la pérdida de 400,000 vidas. Eso no es poca cosa, es y ha sido un costo muy alto para que la nación (quizás) aprendiera una gran lección.

Trump es el mejor ejemplo de un líder fatuo y obtuso, pero haríamos mal si no nos hacemos un examen de conciencia reconociendo que en las últimas décadas nosotros los dominicanos hemos elegido y mantenido en el poder a personas y sistemas aún más petulantes

Trump hizo real y evidente todos los peligros sociales nacidos en prejuicios, injusticias, racismo, inequidades y privilegios dentro de la sociedad estadounidense, muchos de los cuales son también compartidos por muchos demócratas. Ciertas realidades sociales y económicas trascienden partidos, como en todas partes.

Si decenas de millones siguen creyendo que Trump fue un enviado de Dios, pues allá ellos con su torpe autoengaño; pero, ay de las decenas de millones de ciudadanos alrededor del mundo que podrían poner a Biden sobre un pedestal idealizado, irreal y no afín a la evolución histórica de la nación americana y de su mismo partido demócrata. Tanto Biden como Harris siguen siendo hijos del sistema político imperante.

¿De qué nos sirve lo sucedido en USA? Para mirarnos en el espejo de nuestro propio experimento democrático, de nuestras falacias históricas, de nuestros prejuicios y de nuestros desafíos.

Trump es el mejor ejemplo de un líder fatuo y obtuso, pero haríamos mal si no nos hacemos un examen de conciencia reconociendo que en las últimas décadas nosotros los dominicanos hemos elegido y mantenido en el poder a personas y sistemas aún más petulantes.

Ningún dominicano puede señalar a Trump con un dedo acusador sin antes dirigir ese dedo a sí mismo, sobre todo por nuestro propio quehacer político más reciente. Ninguno tampoco puede extender la mano a los demócratas, un partido que gobernaba bajo el presidente Woodrow Wilson cuando los Marines llegaron en el 1915 y también en el 1965 cuando los Marines fueron enviados por el presidente Lyndon B. Johnson.

Pausemos, reflexionemos y roguemos que Abinader encuentre la fórmula secreta de separarse de la herencia Trump-Giulianni y descubra apresurada pero efectivamente, cómo aprovecharnos de lo mejor que nos pueda ofrecer el nuevo presidente, sin que nos postremos estúpidamente en enfangues similares a los de Trump.