Luis Abinader, Dios libre, no es caudillo. Tampoco  líder nacional, ni  mandamás del PRM. Sin embargo, es candidato a la presidencia de la república. Exhibe cualidades  ventajosas. Por ejemplo, nunca  participó en gobierno alguno y puede presentarse libre de sospecha frente a una población convencida de que los funcionarios salen manchados del gobierno.

Posee riqueza personal, y la gente supone que si ejerce de presidente no necesitara robarse lo nuestro. (¡Ojo!, no andemos muy confiados: una vez traspasada la sexta dimensión de embrujados pasillos palaciegos hasta el más rico mete la mano. Ahí está el caso del presidente panameño, Ricardo Martinelli Berrocal, millonario de siempre, enfrentándose a la justicia por chanchullos y corruptelas.) 

Ha sido un administrador competente, empresario exitoso; dicen que es  economista versado y de excelente formación. Posee don de gente, buenas costumbres e impecable vida familiar. Cortés con el adversario y moderado  polemista. 

Sin embargo, esas virtudes del personaje – incluso su victoria reciente – serían irrelevantes sin respaldo popular. Si no puede llegar al corazón del votante, la trampa, el dinero y la demagogia, avasallarán el voto en su contra. El único antídoto contra la manipulación clientelista morada radica en la decisión  ciudadana. Convencer a la mayoría de que ha sido víctima de una gran estafa es la esencia de la próxima campaña electoral opositora,  tarea para políticos inteligentes y veteranos estrategas.

La importancia del candidato Abinader no se encuentra en sus innegables cualidades. No. Se encuentra en la singularidad y relevancia que le han dado las encuestas, o sea, el sentir del pueblo llano: es el dirigente opositor de mayor aceptación y menos rechazo, indicando capacidad para conectar con el público. En la “realpolitik”, eso cuenta, y mucho

Entonces, en vista de esa creciente popularidad, tenemos que concluir que debería ser él cabeza visible de una convergencia de partidos y grupos  opositores. Si fuese cualquier otro el beneficiario de tal repunte, llamado Pedrito o Francisquito, se escogería a ese otro; y Abinader que ayude. En las democracias modernas – aun en las desconchinfladas – no podemos ignorar que el “yo creo” es irrelevante, pues hace tiempo fue sustituido por  el  "yo sé" numérico y mercadológico.  A  los números  pongámosle mucha atención o perderemos el camino.

En las próximas elecciones, no será un líder ni un partido quienes puedan vencer a ese "pitbull" rabioso  que muerde y desgarra  la cosa pública. No existe agrupación aislada capaz de arrodillar al PLD. Sólo una convergencia de fuerzas políticas, encabezada por un candidato que pueda conmover  al electorado puede hacerlo. De lo contrario, nadie se engañe, seguiremos secuestrados por otro cuatrienio.   

Y no se trata de alimentar egos, engordar caudillos, ni fabricar otro líder mesiánico, de esos que pierden la chaveta y joden los países, qué va, hablamos de atenerse a cálculos de posibilidades, como vienen diciendo  políticos experimentados y analistas enjundiosos. Es que si tenemos de frente a un "pitbull" rabioso, por lo menos chumbémosle un "doberman" vitaminado.

Pretender tapar el sol con un dedo, ponerse a hacer camino propio de espaldas a estadísticas y sondeos, no es otra cosa que viajar en alfombra voladora, fantasías de Aladino y su lámpara maravillosa; o simplemente "gadejos" de la peor cosecha criolla.