Me encontraba yo en días pasados en un salón de belleza de la esplanada oriental del Yaque del Norte. La peluquera, Doña Rosa, me contaba con pavor las barbaridades que está cometiendo en ese sector Edenorte en complicidad con el ayuntamiento de Santiago, entre ellas, alteración del circuito eléctrico, cobro exhorbitante del consumo, cortes desaprensivos de la electricidad y, en fin, una pésima calidad del servicio. A ello se suman las brigadas que envía el ayuntamiento a presionar a la gente para imponerles tributos municipales a los negocios como hacía el rey con sus vasallos en la Edad Media.
Me contaba Doña Rosa que, en la Banda Oeste la situación que ella observó con sus propios ojos es aún peor. Como emprendedora, ella se espanta ante la debacle que está llevando a cabo Abel con los pequeños comerciantes: desmantelándoles de golpe y porrazo los tarantines, robándoles las mercancías y haciéndolos salir en estampida de sus espacios de trabajo como si fueran rufianes. Qué barbaridad!
Es irónico y desaprensivo el injusto comportamiento con el pueblo que practica Abel Martínez, un hombre que, como todos los peledeístas, tiene su origen familiar en la pobreza. Emigrado de un recóndito poblado, se convirtió en vendedor de zapatos en la Calle El Sol y con su cara "bonita" se envolvió en el ardid politiquero del PLD de Bosch de donde emergió como "el hombre" de Leonel en Santiago sin ser oriundo de la ciudad Corazón.
Según lo establece la Ley, los candidatos y las candidatas a puestos electivos deben demostrar su domicilio en la localidad para la cual son elegidas y elegidos.
Pero, ese no es el caso de Abel! El desparpajo económico del que hace acopio el PLD en las campañas electorales cambió de sopetón su origen y residencia y de la noche a la mañana Abel Martínez se convirtió en santiaguero para abusar a una ciudad que él no conoce ni le duele.
Entre una de sus peripecias de acumulación capitalista está el desplazamiento de las personas que viven en zonas que él llama "de peligro público" para apropiarse vilmente de sus casas y construir edificaciones cuyas contratas él negocia a mansalva para embolsillarse el producto de las ventas. Y, peor aún, Abel es famoso por demandar judicialmente a quienes lo delatan. Eso lo hace, claro está, con el espaldarazo del "niño bonito" del PLD en la Procuraduría General de la República.
Como bien dice Doña Rosa, "Abel no tiene alma".