10 de mayo, día y mes de infinitos recuerdos.

Día y mes en que partió de esta vida un hombre lleno de nobleza.

Día y mes en que se fue de entre nosotros, Abel Fernández Simó.

Recuerdo cada segundo de ese día. No importa que hayan transcurrido 31 años.

Recuerdo el dolor y la impotencia. Recuerdo la fe y la solidaridad. Recuerdo el amor y la verdadera amistad.

Un 10 de mayo de 1980 murió mi padre, mi padre amado, mi padre recordado.

Nunca lo he olvidado. Tan sólo he anhelado su presencia, sus consejos y su alegría.

Hoy he querido recordarlo con quien amablemente me honre leyendo esta columna y como hermana/o se solidarice con mis deseos de volverle a ver y de sentir la ausencia del padre amado que hace mucho que ha partido.

Me permito confesarles que fue una experiencia gratísima haber tenido como padre a Abel Fernández Simó.

Me llenaba de plenitud su constante alegría y me regocijaba su paciencia y sabiduría de siglos.

Sentí el más grande orgullo con saber que él era mi padre.

Era un hombre y abogado ético y afable. Era estudioso y profundamente dedicado.

Fue un Notario muy notable. Sus protocolos son impecables.

Como músico era exquisito. Fue maestro de violín en Bellas Artes y nos deleitaba cada día, antes del almuerzo, con unas piezas musicales. Nos aliviaba la vida y nos dejaba la sensación de que teníamos un padre de sueños. Cantaba precioso, tocaba la guitarra y componía canciones. Ese señoras y señores, ese era mi padre amado.

Lo recuerdo con sus extremidades largas, caminando rápido y un poco encorvado. Aquel flaco era Abelito, sencillamente Abelito, como le llamaban sus amigos y como él se presentaba aún en los ambientes más encumbrados. Abelito, sí, el anhelado por sus amigos y por todos los que estábamos cercanos a su bonita vida.

Sencillo, humilde y muy elegante en el trato, nunca aspiró a tener riquezas. Le bastaba un correcto y eficiente ejercicio del derecho, unos buenos amigos y una familia estable.

Luchó por tener una Patria libre. Co-fundador del Catorce de Junio, combatió a Trujillo y la despreciable dictadura y duró 7 meses entre La Cuarenta y La Victoria. Nunca delató a sus compañeros y me consta que fue muy torturado, pero que a pesar de ello nunca perdió la alegría, ni la fe.

Nunca se sometió al poder. Tan sólo hacía lo que creía correcto costara para él, lo que costara. Y me consta todo lo que para él y su familia costó esa firme actitud.

Admiro a mi padre y quisiera cada día ser un poco como él.

Les confieso que lo extraño. Lo sigo extrañando a pesar de los 31 años de ausencia.

Quise contarles de él, hoy 10 de mayo, a los 31 años de su muerte y enaltecerlo como haría cualquier hijo/a por su padre bueno o por cualquier hombre o mujer, que aún no siendo su familia, tuviera el honor de quien se llamó, Abel Fernández Simó.