"Todo perece por ley universal. Aún este mundo tan bello y tan brillante que habitamos, es el cadáver pálido y deforme de otro mundo que ya fue"
Más o menos así recuerdo el impactante pasaje del poema épico del cubano José María Heredia (1803-1839) titulado "En el teocali de Cholula" (Literatura iberoamericana de Arturo Torres Rioseco).
Lo perecedero es aquello que ya no vivirá más pero que sin embargo, dependiendo de lo que sea, aún ya alcanzado por la muerte inevitable, pudiera trascender viviendo en la memoria…
En la vida no son pocos los casos de gente que desdeña la historia y actúa de espaldas a las circunstancias que van tejiéndola en el tráfago cotidiano. "No mas" se les oye decir cuando se entregan, cuando ya no resisten, cuando ven que todo se acaba.
En los afanes deportivos esto es muy frecuente. El valor intrínseco del ser humano se ve, por lo regular, acosado por un entorno dual, porque mientras por un lado te alaban tus seguidores, por otro lado, tus oponentes te abuchean. Te exigen en extremo, en la cancha, en el juego, en las calles, en lo privado y en lo público. Te debes a una sumatoria de estadísticas que van aumentando conforme pasan los días de actividad.
Los extenuantes ejercicios, la disciplina casi militar, los horarios, las jerarquías…
Pero llega un día en que el cuerpo se resiente, las lesiones, la edad, el cansancio, la familia, las nostalgias, las obligaciones asumidas, las imposiciones, las restricciones, trabas y prohibiciones, merman conductas y doblegan el espíritu. El comportamiento se rinde y entonces llega el momento de irse, pero hay dos maneras, o se va retirándose o se va abandonando.
Esto último lo ha hecho recientemente el jugador de béisbol dominicano conocido como Manny Ramírez; se ha vencido a si mismo abandonando un equipo, un contrato menor, una fanaticada (que le iba perdiendo afectos por su merma en la ofensiva de los últimos tres años) y todo un cúmulo de datos estadísticos que sin asteriscos probablemente iban abriendo el camino hacia un Salón de la Fama tan ansiado por tantos.
Según sus propias palabras, prefirió irse con su padre a España, a pasear, a disfrutar de lo que le queda aún de juventud a sus 38 años, suficientes para decir adiós en ese pasatiempo de tantas complejidades. Pero en vez de despedirse, el se marchó, no se retiró, abandonó y lo hizo acosado por su propia sombra tras una suspensión de 50 juegos en la temporada pasada y la posibilidad de enfrentar otra con escalada del doble (para sumar 100) por el uso indebido de sustancias prohibidas a las que eufemísticamente los mal intencionados les llaman drogas sin ser narcóticas.
El abucheo quizás ya era demasiado para él, siempre orgulloso, distraído, juguetón, despreocupado, adulto niño que le hizo el juego a lo permisible cuando no era prohibido, precisamente para enaltecer rendimientos, con la anuencia o el visto bueno (pero haciéndose "de la vista gorda" o el ciego) en tiempos en que se necesitaba llenar los parques donde se juega al béisbol dados los conflictos de años anteriores, entre los que hubo hasta una huelga de peloteros.
Lo dejó todo, pero principalmente las posibilidades de acrecentar sus números, pero también dañarlos… y dañarse él aún más o dejar que le dañaran.
Se ha marchado Manny sin despedirse, no se retiró, abandonó y puso fin a una historia que queda especulativamente inconclusa, pero extrañamente cerrada.
Quizás faltó ayuda o sinceridad, quizás estaba solo y la soledad no es muy buena consejera… Solo él lo sabrá. Un adiós a Manny, por las razones que fueran, aunque debiste despedirte por lo menos… La vida sigue su agitado curso.