Me motiva esta reflexión el hecho de ver cómo nos cambia a los seres humanos, y en especial a los dominicanos, el tener aunque sea un pequeño espacio de participación dentro de la estructura del gobierno, más si se tienen vínculos o nexos con el exclusivo círculo presidencial.
He participado en el gobierno en dos ocasiones, en el 1982 -cuando ocupe posiciones de cierto nivel, siendo todavía un mozalbete- y en los gobiernos del PLD, a partir del 2004, con la vuelta de Leonel a la Presidencia y mi inclusión al otro día de ganar las elecciones como miembro de la comisión de transición que coordinó, en ese entonces, Danilo Medina.
Yo nunca he estado “en el poder”, a lo sumo he llegado a estar en el “nivel de gobierno” y, durante los últimos años del peledeismo, en 2018, antes de marcharme, en el “nivel nómina”. Digo esto porque la experiencia me ha enseñado qué hay tres niveles de participación dentro de la estructura del tren gubernamental, que al saber son estos:
1- En nómina: ahí está la mayoría de los dirigentes que apenas logran conseguir, en muchos casos a duras penas, que los nombren. Son empleos de categoría inferior, las más de las veces sin funciones, solo para cumplir con el compromiso electoral contraído. Sin embargo, todo el que se ve con una designación, por el hecho de ser tomado en cuenta para un empleo, piensa que está “en el poder”, y fíjese que no digo “trabajo” porque eso es otra cosa, ya que esos exigen que se justifique el salario cumpliendo estrictamente un horario y realizando realmente una actividad específica dentro de una institución. En esa categoría de los que sólo están en nómina incluyo a quienes reciben también un carnet y le cargan un arma de fuego; esos, cuando lo logran, se creen los jefes más grandes de su demarcación, pero eso está solo en su mente, porque son peones dentro del entramado del poder.
2- Los que hemos llegado al gobierno somos los que fuimos sido designados por decreto, a quienes se nos ha permitido, en algunos casos, dirigir alguna institución. Eso nos crea vínculos directos con la mansión de Gazcue y se nos conceden ciertas prerrogativas palaciegas, lo que sumado a una placa oficial, disponibilidad de personal de apoyo (asistentes y secretarias) y de militares a nuestra disposición, con todo eso solemos creernos príncipes, como si fuéramos parte de la corte del Rey-Presidente, pero en verdad no tenemos influencia real ni tomamos decisiones importantes en el gobierno, aunque tengamos el afecto del mandatario de turno: nuestro ascendiente en realidad se cirscunscribe al área en la que estamos asignado.
3- Los que están “en el poder”. Bueno, como nunca he estado en ese círculo de privilegiados, en realidad no sé lo que “estar adentro”, pero he observado muy de cerca a quienes sí han estado. Esos son un grupo muy, pero muy selecto de funcionarios a los que el presidente escucha, a quienes recibe permanentemente y quienes ejercen influencia a veces decisiva en él y en casi todo el gobierno. A esos se les teme, se evita caer en desgracia con ellos y son los que tienen la voz cantante de la agenda gubernativa del Presidente de turno. Esos son los semidioses, los que hasta los generales tiemblan ante cualquier pedido suyo; a esos no se le puede discutir su autoridad porque ante cualquier desafío de cualquier funcionario o dirigente inclusvie de su propio partido, hacen “pagar la osadía” de enfrentarlos. Estos son casi siempre inaccesibles, no le toman un teléfono directamente a casi nadie, porque para verlos hay que hacer citas con sus colaboradores más cercanos; casi siempre tratan a sus compañeros con lejanía, para “hacer valer” su nuevo cargo o jerarquía, aunque en otros tiempos se hubiesen tuteado y comportado como grandes amigos. En ese grupo siempre están los que se creen “presidenciables”, porque de tanto entrar al despacho del jefe de la nación se entienden que en algún momento ellos lo pueden sustituir.
Cómo verán, a casi todos los dominicanos toda altura los marea, hasta aquellos que solo se suben en un simple block. Estamos convencidos que sabernos, aunque sea en nómina, nos hace superiores a los demás ciudadanos.
En mi trajinar de ya más de 40 años he visto cambiar a casi todos los de la clase política, y he visto las transformaciones que nos ha producido en nuestra vida y nuestro proceder el haber llegado a una posición. Por eso siempre se ha dicho que “el que está en el Gobierno está en la gloria y los de la oposicion en el infierno”. Es posible que, en términos prácticos, esto sea así.
La pérdida de la sencillez y el engreimiento lo he visto en todo tipo de individuos, desde ignorantes hasta muy cultos, porque casi todos los llegados a la estructura del gobierno pierden el sentido de la realidad y de la necesaria humildad de manera inmediata. Tal vez porque creen que han recibido un título nobiliario y no se dan cuenta que esto es tan efímero que en un abrir y cerrar de ojos estás de nuevo en la oposición… y sin la parafernalia propia del cargo que ocupabas.
No les voy a negar que en algún momento los “amanuenses” que rodean a todos los funcionarios de cierto nivel me querían alejar de la gente y de mis amigos, pero recordé dos cosas: lo que le pasó a Salvador Jorge Blanco, que salió del solio Presidencial a la cárcel mientras varios de sus funcionarios se fueron despavoridos al exterior, ante la persecución balaguerista; y en los viajes acompañando a mi padre, vi en el destierro a muchos que se mostraban tan indefensos que solo producían pena, después de haber sido temibles y poderosos cuando estaban en el gobierno. Esos recuerdos se agolpaban en mi memoria, de manera que retiraba de mi lado a los colaboradores de ocasión en ese mismo momento. Siempre creí que no había nada mejor que compartir con franqueza con los de siempre, con los que estuvieron conmigo cuando éramos apenas un proyecto. Por eso en el BIS los dirigentes nos tratamos como hermanos, así hemos sido y así seremos, porque no estoy dispuesto jamás a perder compañeros y amigos por cargo oficial alguno.
A mi amigo Danilo le dije muchísimas veces lo que le pasaría, con lujo de detalles, pero no me escuchó. Cuando se lo decía, sentía que le molestaban mis aseveraciones o consejos, lo que a fin de cuentas es razonable porque los que están en el poder, al sentirse exitosos por haber llegado ahí, entienden que solo ellos tienen la razón, que tienen una visión clara y acertada de la situación. Por eso me alegré de que, después de perder el PLD las elecciones de julio, recibí la invitación de mi estimado Danilo para que fuera verlo y tuvo la cortesía, para mi comodidad, de recibirme en la sala detrás del frontispicio del Palacio Nacional, donde él bajo a recibirme. Hablamos por un largo rato junto al buen amigo José Ramón, sobre las causas de la derrota y sobre lo sorprendido que estaba de que se hiciera realidad mis predicciones del tsunami senatorial que le vendría encima, que ellos ni por asomo esperaban. En esa reunión sentí nueva vez a un hombre aterrizado por la realidad de los hechos, consciente de lo ya sucedido. Ahí volví a ver al afable y práctico Danilo de siempre.
En mis amigos del PRM veo ya la metamorfosis que le está produciendo estar en cualquiera de los tres niveles de participación gubernamental. Pareceria que ya no se acuerdan de lo sucedido entre 2000 y 2004, cuando fue tan corta la estadía pues no bien subían cuando iban ya de bajada. Para con sus propios compañeros del largo infortunio de abajismo de 16 años se están comportando de una manera desconsiderada, cosa que el presidente Abinader debiera detener, porque, como me decía la Presidenta de una sección del PRM en el exterior, cuando se trata de escuchar las penurias de sus propios compañeros se están convirtiendo en indolentes. Revísense, que eso nos fue lo que nos enseñó nuestro líder.
Pero la verdad es que nadie piensa en cabeza ajena. Uno acierta y se equivoca “con su propia cabeza” y hasta que no sintamos el dolor de la caída, no nos daremos cuenta de nuestros errores.
El país está demandando políticos y funcionarios más sensatos, más accesibles y sobre todo más humildes, que ejerzan de verdad esas escasas virtudes y no como una pose. De hecho, ante lo sucedido en todos estos últimos años de gobiernos, con los incumplimientos a todos los niveles, se está produciendo no solo que la ciudadanía no crea en los políticos, más de ahí, somos los mismos políticos que no creemos en nuestra propia clase. Hoy les puedo asegurar que en política nadie cree en nadie, porque el que más seguro se sentia por su vinculación con un proyecto, por trabajo o amistad, solo tiene que esperar que lleguen al gobierno para darse cuenta de que la amistad no era recíproca y de que sus esfuerzos no son justamente valorados.
Por eso no estoy tan seguro del éxito de los proyectos electorales tradicionales, porque la confianza y credibilidad está herida de muerte. Me parece, por lo que veo y escucho, que nadie esta en eso de hacer mayores esfuerzos. En este contexto, el que gaste su dinero creyendo que hay estructura real será timado sin remedio, porque la gente “se liquidará” con esos recursos y hará en las elecciones lo que le venga en gana. La abulia de las bases, y peor aún de la dirigencia partidaria, es muy peligrosa para nuestra democracia y más aún para el sistema de partidos. Veo que se están creando todas las condiciones para que una persona de condiciones personales excepcionales, de real credibilidad pública, respaldado por un ejército digital con fuerte influencia en las redes sociales, puede venir a “dañarle el maroli” a los proyectos presidenciales, entre ellos los que se sienten muy seguros de que ganarán en el 2024.
Mientras, en nuestro país esta idiosincrasia nuestra de culto al poder sigue increcendo, creando una amplia legión de aulicos cuya altura no les permite ver a los simples mortales. Están tan despegados de la tierra que no escuchan a nadie, las voces de los ciudadanos no llegan a sus oídos. Tal vez más en nuestra nación que en otras, el poder envanece y envilece, porque nada le da más placer a un funcionario, inclusive hasta más allá que el clímax sexual, que el escuchar el taconeo de un alto oficial que en correcta posición y con un saludo militar le exprese “A sus órdenes jefe”.