Stand down Margaret

Say too much war in the city yeah

English Beat, 1982

Estamos a semanas de concluir una de las peores añadas y el ánimo reclama darles tregua a los anales profesionales de esta columna. En esta entrega, mi idea inicial de hacer una crítica sobre The Crown (La Corona) quedó sobreseída. Antes de mi turno sabatino, la teleserie inglesa ha sido comentada durante la semana por magníficas plumas. No obstante, he reservado una breve apologética derivada de su disfrute.

Como decía el estribillo de la banda de rock británica Dire Straits, en la voz invitada de Sting, yo quise a mi MTV. Para algunos, solo fue un fenómeno de transculturización de reducido contenido cultural, así como un atentado al folklor local. La aseveración es imprecisa y el cancionero de la teleserie me ayudó a organizar mis ideas (Playlist – The Crown, Temporada 4).

Es cierto que MTV fue esencialmente durante su década de oro, un canal de música pop cantada en inglés, donde nuestros artistas locales de merengue y bachata no participaron, ni siquiera en la versión latina del canal que solo le dio plataforma al rock en español. Una pena porque, por ejemplo, el tema de los ochenta La negra pola del merenguero Cheché Abreu, a quien despedimos esta semana, habría sido acaso un éxito en el canal de televisión de alcance global. El mundo quería descubrir nuevos sonidos, y no pasó mucho tiempo sin que eso se materializara.

El modelo de negocios de MTV, medio inicialmente canadiense, que pasó luego a un control patrimonial estadounidense, es probable que no estuviera demasiado interesado en música del tercer mundo. Sin embargo, los ritmos de una diversidad de países en desarrollo se colaron en el canal. Es indiscutible que los contenidos británicos fueron los encargados de promover ese cambio en la curva de la demanda.

En la temporada cuatro de The Crown, se expone que, en esos años, Isabel II tenía especial interés en mantener nexos fraternos con los países de Mancomunidad Británica de Naciones. No creo que sea un mérito oficial de la Corona, la penetración de los ritmos de las antiguas colonias. Lo que sí sé, porque lo viví, pues era de la que esperaba al VJ de las madrugadas, Mark Goodman, para conocer que estaba de moda en Londres; es que, en cada esquina de la capital inglesa, surgían decenas de bandas de punk, new wave y ska, que fusionaban sus sonidos con los ritmos de los territorios de ultramar y aliados de la mancomunidad del pasado gran Imperio Británico.

Pero, ¡aguas! (como dicen en México). Muchas de esas bandas, en especial las punks, eran antimonárquicas. Entre ellas, la popular banda The Clash. Su tema Rock the Casbah, que me hacía soltar por los aires mi ejemplar de Introducción al Estudio del Derecho de los hermanos Mazeuad, cuando estudiaba con mi entrañable amiga y compañera de estudios Marlene Lluberes, devino en la Guerra del Golfo, una canción de protesta anti-establishment.

La gerencia de MTV se concentró en promover artistas en los géneros que pensaron les daría el retorno esperado. Justamente por esa decisión, con el tiempo, el canal perdió su esplendor original. El ocaso de MTV es directamente proporcional al triunfo de otros géneros musicales que viajaron en mochilas a conquistar otros lares, sin nunca haber sido parte de la oferta del canal global, entre ellos, los ritmos dominicanos.

Cuando la señal satelital de ese medio alcanzó los cinco continentes, en la República Dominicana nuestra música popular disfrutaba del máximo esplendor en la radio, la televisión y las pistas de baile de salones de todas las clases sociales del país.

Tanto en las fiestas de quince años de hogares modestos o en grandes clubes sociales; en las discotecas de Santo Domingo, Santiago y (La) Romana; así como en las disco-terrazas pueblerinas (esas que disfruté con amistades pasantes de Medicina) religiosamente se sucedían tres sets:

  1. El set de "música americana", para calentar la pista;
  2. el de merengue y salsa, donde se lucían los buenos bailadores;

y, bajando las luces y acercando las mejillas;

  1. el set de los boleros, donde José José, George Michael, Willy Colón o Darryll Hall, arrullaban a las parejas de baile con sus voces románticas.

Nuestros ritmos no eran eclipsados por la poderosa música de MTV y sus atractivos videos musicales. Por el contrario, gracias a su magnífica calidad, el merengue dominicano y otros ritmos caribeños se convirtieron en oferta exportable. A partir de los noventa, era normal escuchar: El Tiburón en Montevideo, La Bilirrubina en Estocolmo, El Jardinero, en Sidney, Guayando en Tokio o Capullo y Sorullo en Cabo Verde.

Nuestros merengues se bailaron en esos territorios con el entusiasmo de un folklor local. La penetración a escala general de la música autóctona antillana, fue un capítulo inédito del humanismo secular. La gente de otros lados aprendió de nosotros, a conectar los pies al alma, en su búsqueda de la felicidad.

Algo parecido pasó con las mercancías musicales que llegaron por conducto de MTV y que el playlist de la teleserie The Crown felizmente me impide olvidar. Los temas que oímos en sus episodios fueron populares e incluso, la banda English Beat que se escucha en uno de ellos, visitó nuestro país en esos años de mala economía. Ofrecieron un legendario concierto de música ska en el anfiteatro de Altos de Chavón.  Curioso que, estando en el mismo archipiélago que Jamaica, fue por MTV que aprendimos a disfrutar del off beat del vecino musical.

Los méritos artísticos de The Crown son diversos, y cada quien decide si le provoca defender o condenar la monarquía constitucional británica. Esa preocupación se la dejo a los ingleses, mientras me ocupo de la que me toca; esto es, contribuir con aportes al Estado Social de Democrático Derecho, en otros días distintos al de hoy.

Ahora bien, mientras rija, y aunque deje de regir, la línea sanguínea que gobierna el Palacio de Buckingham, el resto del mundo seguiremos bien entretenidos por el buen reality show que han sabido dar los Windsor por más de cien años.

Tengo la misma edad del hijo menor de Isabel II y la reina nació el mismo año que mi mamá (EPD). Esa coincidencia me había hecho disfrutar de las temporadas anteriores, cuyos dramas sentimentales mi mamá me contaba, y los políticos, se los escuché a mi papá. La entonces princesa Isabel, coronada reina, así como su hermana la princesa Margarita, fueron dos referentes para una generación de jovencitas todavía más inexpertas que las que fuimos de edad parecida a la ingenua Diana Spencer.

El ideario de corrección, cordialidad y buena compostura que promovían las revistas del corazón que leía mi mamá, imperaban más allá de la Mancomunidad Británica de Naciones, de la que la República Dominicana no forma parte. Es posible que Isabel II, en términos de influencia, haya sido por setenta años un monarca global.

Recuerdo que el día de la boda de Carlos y Diana, mi papá nos observó que el príncipe pidió excusas a la compañía de tren que los llevaría hasta su destino de luna de miel, por llegar unos minutos tarde. Los Windsor siempre han tenido merecidos detractores, pero se les consideraban en consenso al menos, modelos de elegante urbanidad. La teleserie es un éxito, entre otras cosas, porque nos muestra que detrás de esa galanura, existen fallas humanas como las que pueden tener los integrantes de cualquier familia de un vecindario común.

La líder monárquica británica, que a la fecha ha enterrado una gama de íconos culturales que van desde emperador Hirohito a Hugh Hefner, no solo es la veterana de una nación europea y poderosa. Es el ser viviente que ha hecho lucir a un inventario de primeros ministros británicos y presidentes de los Estados Unidos y el resto del G4, como fichas de dominó que caen irremediablemente en reverencia a sus pies.

La temporada cuatro a muchos nos trae recuerdos propios, de un tiempo sin Internet, cuando la llegada de la televisión por cable en 1982 a Santo Domingo, fue un parteaguas para una juventud, que, como todas, buscaba nuevas fuentes de información e inspiración. Es sana terquedad de toda persona joven declararse aburrido ante el status quo. El telecable fue una enorme claraboya por donde entraron nuevas luces.

La narración de la temporada cuatro de The Crown se entronca en ese período en que dejamos de depender de las agencias EFE, UPI o en mi caso, de las revistas estadounidenses, Time y Newsweek que leía mi papá, para conocer las novedades mundiales, como fue el caso de la Guerra de las Malvinas. No así la boda real de Diana y Carlos. El gran evento fue transmitido mundialmente en vivo vía satélite. Todos en mi casa nos levantamos de madrugada para no perder un solo detalle ese verano de 1981. La misma historia ocurrió en millones de hogares alrededor del mundo.

Al año siguiente, con la instalación de la televisión por cable, CNN traía, casi en tiempo real, los eventos que vimos en esta nueva temporada de la serie. Las escenas como: la gira a Australia de Diana y Carlos; la desaparición del joven Thatcher en el rally París-Dakar; las huelgas contra la Primera Ministra por la alta tasa de desempleo; y el fin del Apartheid, entraron a nuestros hogares desde que ocurrían, con lo que se inició un fenómeno de globalización cultural antes que económico.

Entre todos los aciertos de la producción, fue el cancionero de la temporada cuatro, el que me infundió gratas reflexiones. En la selección quedaron reflejados los ritmos y lírica de los migrantes de las antiguas colonias inglesas, asentados en los suburbios pobres de Londres y otras ciudades inglesas. Fue de ellos que los jóvenes de los ochenta descubrimos, por conducto de MTV, la riqueza musical de otros continentes.

Quizás haya sido benigno el empeño de Isabel II por mantener los lazos con los reinos de la Mancomunidad Británica de Naciones, como se expone en The Crown. Sin embargo, como duda la Margaret Thatcher de ficción, puede haber dos lecturas: un legítimo el apoyo de su derecho al desarrollo o el mantenimiento de la ilusión imperial, en naciones donde no eran respetados los derechos humanos.

Es cierto que MTV tenía a sus grandes favoritos, a cada lado del Atlántico, que dominaban la popularidad musical. Pero no todo fue Michael Jackson, Madonna, Queen o Metallica. Muchos ritmos provenientes de África, las Antillas y Oceanía, eran parte de la mezcla excitante de las bandas británicas que alcanzaban los charts o listas de popularidad del canal de televisión.

Por tales motivos, mis capítulos favoritos en esta temporada fueron el quinto, titulado Fagan y el octavo, titulado 48:1. El Reino Unido que conocí gracias a MTV, lo reconocí en esos episodios. Entre los refugiados políticos y el fenómeno del desempleo, surgieron un sinnúmero de bandas de clase media y trabajadora, de primera y segunda generación de migrantes de los países de mancomunidad.

Los integrantes, instrumentos, sonidos e influencias de las bandas de new wave, punk y ska eran parte de esa rica diversidad cultural. ¿Qué habría sido de The Police sin sus influencias de la música jamaiquina? El riff o línea melódica Roxanne y One World, para citar dos ejemplos, es puro reggae.

Sé que hablo por un montón de gente cuando afirme que Down Under de Men at Work fue el primer sonido australiano que oímos. Y antes de que en comercio internacional se nos hablara de cadena de valor, el grupo de new wave Thompson Twins, con su Alannah neozelandesa, su Joe de origen nigeriano, y su Tom británico, ya lo habían enseñado con novedosas mezclas de sintetizadores y percusión.

Una noche, a inicios de la década, la VJ Martha Quinn recibió en Nueva York a los integrantes de la banda británica de new wave Tears for Fears. No se sabe quién estaba más emocionada, si ella o yo. La locutora estadounidense los invitó a presentar canciones. Así conocí el tema  Free Nelson Mandela, de la banda ska The Specials. Miré a mi hermano a mi lado y le pregunté: -¿Quién es Nelson Mandela y por qué está preso? Para 1986, sentada en la terraza de mi casa, el concierto Graceland de Paul Simon en Sudáfrica junto a coros zulús cantando a ritmo isicathamiya, me hacían sentir parte de los reclamos de igualdad y justicia de esa nación.

Seguí el plebiscito del NO chileno de 1988, cuya cobertura dio la BBC y MTV se hizo eco. Ayudó que Sting popularizara, They Dance Alone (Cueco solo) en inglés, mientras Rubén Blades repetía sus palabras en español. Y por supuesto, me senté frente al aparato de televisión marca Zenith de mi vieja casa paternal, toda una jornada para ver Live Aid, un concierto ejecutado por un conglomerado de artistas unidos para la hambruna de África en 1985, organizado por el premio nobel de la paz, el rockero británico, Bob Geldof.

Puedo seguir mencionando tantos temas, grupos e iniciativas que gracias a MTV, me hicieron conocer una hermosa manifestación de diversidad, integración y fusión musical. Por ejemplo, la armoniosa canción Pass the duchie, del grupo de reggae jamaico-británico Musical Youth. Solo río cuando oigo a alguien menospreciar lo que significó ese espacio. Sería bueno indicarles que el británico David Byrne de la mano de Johnny Pacheco llevó todo un LP de merengue a MTV que llamó Rei Momo; o acaso solo dejarles que le corran las lágrimas si escuchan a Peter Gabriel y al senegalés Youssou N’Dour, cantar y danzar en inglés y lengua wolof In your eyes.

En el episodio Fagan de The Crown se escucha de fondo al grupo English Beat interpretar la canción. Whine and grine/stand down Margaret, un tema con ritmo afroantillano, lema de protesta contra las medidas severas del Thatcherismo. De todas las líneas inteligentes del guion, me quedo con el intercambio entre la reina y la Dama de Hierro, acerca de los reinos de la Mancomunidad de Naciones, en el episodio 48:1.

Thatcher: –Solo son unas gentes con disfraces y bailes curiosos. 

La Reina: -¿No lo somos todos?