La traumática experiencia sufrida por el PLD el pasado 5 de julio de 2020 se veía venir. La división del partido en vísperas de unas elecciones nacionales lo auguraban. Los analistas de superficie afirman que si se suman los votos sacados por Leonel Fernández a los sacados por Gonzalo Castillo el total todavía estaba por debajo del obtenido por Luis Abinader. Pero estos análisis se limitan al aspecto matemático del asunto, obviando el aspecto político, que es el verdaderamente importante, ya que incluye en la ecuación una palabra mágica: percepción.

Para el elector no-partidista, la división de un partido como el PLD, sumada a los veinte años que tiene en el poder (con un receso de 4) y el desgaste natural que en sociedades como la nuestra eso produce, lo hacían un partido perdedor. Con toda seguridad el voto de estos electores migraría hacia el partido que, en su visión de la realidad, iba a ganar.

Pero los problemas del PLD no comenzaron con la crisis post elecciones internas, su génesis es muy anterior.

El PLD dio un giro estratégico que hay que ubicarlo en la crisis post electoral de 1990, crisis matizada por la renuncia de Juan Bosch junto a muchos dirigentes de los distintos estamentos del partido y el cuestionamiento de la legitimidad del Comité Central y del manejo de la crisis electoral por parte del Comité Político.

En esa ocasión se produjo el enfrentamiento más serio y violento entre facciones que registra la historia del PLD.

La reunión del Comité Central en el Hotel Napolitano selló la suerte del PLD y dio inicio a lo que vendría después, que no fue más que el triunfo del pragmatismo, bajo la consigna "el fin justifica los medios", y el fin era llegar al poder. Nada nuevo, pues era el "qué" del PLD desde su fundación, ya que era la única forma de completar la obra de los trinitarios, como reza la proclama del Congreso Constitutivo Juan Pablo Duarte, celebrado en 1973; lo que variaría sustancialmente a partir de esa reunión y del congreso que se celebraría algo después era el "cómo".

Los cambios que se introdujeron fueron devastadores para la mística del partido, con miras a convertirlo en una organización "de masas" se eliminaron prácticamente todos los requisitos de ingreso, se suprimieron los círculos de estudio junto con el programa de educación, se suprimieron los enlaces de los organismos de base con la dirección (activistas), entre otras medidas que, relajando la organización y la disciplina, minimizaron la importancia de la mística partidaria, cambiando la esencia del PLD, esencia, vale decir, responsable del respeto que la organización se había ganado desde su fundación.

PLD fracturado

Pero también hubo cambios casi imperceptibles, aunque trascendentes. Las que en un principio y de manera eufemística se llamaron "tendencias", terminaron siendo grupos, y los grupos cacicazgos.

A la luz de todos esos cambios y ante la realidad de que para ingresar al PLD solo se requería tener la cédula personal de identidad, se borró la diferencia que existía entre el partido morado y los demás partidos del sistema. Solo quedaban las consignas, cada vez más recortadas.

De esa manera, el partido creció como un coloso con pies de barro, a fuer de organismos más nominales que reales y poco a poco se fue enterrando, aún en vida, a Juan Bosch.

Por fin, en 1996 y producto de una alianza con el Partido Reformista Social Cristiano, el PLD llega al poder con Leonel Fernández como presidente de la república. Fueron cuatro años en que el país dio un salto cualitativo y cuantitativo como no lo había dado desde el ajusticiamiento del tirano. Pocos cuestionan ese período de gobierno del PLD.

Mientras, el caldo a lo interior del partido se seguía cociendo. Con cada congreso se hacían más profundas las transformaciones, y las contradicciones. Las bases cuestionaban la larga permanencia de dirigentes en los organismos de dirección, a lo que esa misma dirección respondió aumentando el número de los integrantes del Comité Central y del Comité Político. Esta práctica se mantuvo congreso tras congreso: nadie salía del Comité Central y nadie salía del Comité Político, simplemente aumentaba su matrícula, hasta que el Comité Central se convirtió en un organismo inoperante, con 623 miembros, todos o casi todos aparcelados.

Entonces, aún en contra del espíritu que le dio origen y de los estatutos, el Comité Político (un órgano) asumió las funciones del Comité Central (un organismo), tomando el control de las decisiones partidarias a corto, mediano y largo plazo. El Comité Central quedó relegado a un instrumento de validación de las decisiones del Comité Político, pero solo cuando esto era estrictamente indispensable.

En el aspecto material ningún partido político, ni siquiera el Reformista de Balaguer, produjo la transformación económica y social de la República Dominicana como la produjeron los gobiernos del PLD. Pero las decisiones erradas de política interna y política electoral, las actitudes arrogantes (la borrachera de poder), el paulatino alejamiento de los sectores que le dieron sustento, las acusaciones de corrupción y la crisis económica internacional producto de la pandemia de COVID-19 cobraron su tasa a las aspiraciones del PLD el 5 de julio.

¿Quedará algo del espíritu crítico y autocrítico que nos inculcara Juan Bosch desde los inicios del partido? ¿Será capaz el PLD de librarse de todo el lastre que le ha impedido ser lo que una vez fue, de reinventarse, o más bien, refundarse?

Para ello, asumiendo un espíritu sincera y honestamente autocrítico, tendría que tomar las siguientes medidas, con carácter de urgencia:

1- Renuncia plena de los miembros del Comité Central y del Comité Político, sin que pierdan estos su condición de miembros del partido,

2- Creación de una comisión organizadora del congreso re-fundacional integrada por miembros del partido que no pertenezcan a los comités Político y Central actuales,

3- Realización de un congreso nacional con una agenda estrictamente limitada a:

a- Reestructuración del partido como un partido de organismos, no de individuos,

b- Restablecimiento de los círculos de estudio como puerta de entrada al partido,

c- Revisión y reformulación de los estatutos del partido, a fin de que sean institucional y legalmente posibles los cambios y transformaciones necesarias.

d- Restablecimiento del programa de educación partidaria, actualizado y adecuado a la realidad del Siglo XXI,

e- Restablecimiento de los activistas orgánicos como enlaces entre los organismos de base y la dirección del partido,

f- Restablecimiento del voto orgánico para las candidaturas internas y mantenimiento del voto universal para la escogencia de las candidaturas en las elecciones municipales y nacionales,

g- Prohibición absoluta de la coexistencia de la condición de miembro de un organismo de dirección del PLD y funcionario de primer y segundo nivel del gobierno; si un dirigente del PLD es designado en uno de esos niveles debe renunciar a su condición de dirigente,

h- Eliminar la membresía "de oficio" en el Comité Político del presidente y el vicepresidente de la república, así como de los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados,

i- Separación completa y absoluta del partido y del gobierno, cuando este sea ejercido por el PLD, que fungirá solo como guía ideológico y programático de la gestión,

j- Convertir al PLD en el principal fiscalizador de su propio gobierno,

k- Establecer la incompatibilidad de desempeñar un puesto público o dirigencial dentro del PLD con el desempeño de actividades de negocios hasta la segunda línea, vertical (padres, hijos) y horizontal de familiares (cónyuge, hermanos, primos, cuñados).

4- Publicación con gran despliegue en todos los medios de comunicación posibles, de un manifiesto en donde el partido se autocritique y plantee sus objetivos inmediatos y futuros, internos y externos con miras a su rectificación.

Visto todo esto me animaría a afirmar -sin temor a equivocarme- por un lado, que puede existir un futuro para el partido de la estrella amarilla y por otro, que el pasado 5 de julio el PRM no ganó, sino que el PLD perdió.