Desde la promulgación de la Ley General de Educación No. 66-97, de 4 de febrero, no se ha cumplido con su artículo 197, que dispone que el gasto público anual en educación debe alcanzar, por lo menos, un 16% del gasto público total o un 4% del PIB, escogiéndose la cifra que sea mayor.
Aunque, el equipo de comunicación de Danilo Medina nos vende que se ha cumplido con lo dispuesto en el art. 197 de la referida ley. Lo cierto es que, como dice José Rijo Presbot en su artículo «El 4% del PIB asignado a Educación es una ilusión», publicado en Acento el 4 de octubre de 2013, en el período enero-septiembre, sólo se había cumplido el 52% del 4% presupuestado, con lo que evidentemente es imposible que en tres meses restantes se haya cumplido la totalidad del presupuesto.
Por lo que la firma del Pacto Educativo no es más que un papel mojado, ya que no hay voluntad política –de ninguno de los políticos tradicionales– para mejorar la calidad de la educación, pero supongamos que se cumplirá el Pacto. Dicho Pacto tuvo como actor integrante al Consejo Económico Social e Institucional, el cual está conformado por las organizaciones empresariales y eclesiásticas, lo cual perpetúa el sistema actual.
Incluso, el artículo 4.1.6 del Pacto insta a «promover un debate nacional sobre la enseñanza laica y/o tratamiento de la religión en la educación, como un compromiso del Estado». La laicidad de la educación pública debería ser un hecho, y no debiera siquiera cuestionarse su necesidad. De hecho, la enseñanza de la religión contradice la libertad de conciencia y de cultos consagrada en el artículo 45 en la Constitución.
La educación debería tener como propósito «capacitar a todas las personas para participar efectivamente en una sociedad libre, favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y entre todos los grupos raciales, étnicos o religiosos», tal como lo indica el párrafo 1 del artículo 13 del Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC).
Esto implica un modelo, cuyos programas educativos y métodos pedagógicos permitan la reflexión y el debate, y por supuesto, construir nuevos relatos que desmitifiquen los relatos oficiales que nos han inculcado desde pequeños. Esto significa conocer la historia y llamar las cosas por su nombre, esto es, llamar Exterminio al Descubrimiento y dictador a supuestos actores democráticos, cuyos mandatos estuvieron caracterizados por el asesinato y la misteriosa ‘desaparición’ de opositores. También, se debe analizar de forma crítica las injusticias sociales, Paulo Freire, en su obra Pedagogía del oprimido, decía que se debe conocer y reflexionar las injusticias sociales, a modo de que la liberación de los hombres se convierta en la práctica una realidad.
Así mismo, dicho modelo debe fomentar la comprensión, la tolerancia y la amistad con nuestro país vecino –Juan Pablo Duarte no odiaba a Haití, simplemente, entendía que somos una nación distinta. Incluso, llegó a afirmar su admiración por Haití, por haber luchado contra poderes excesivamente superiores– y con los países caribeños y latinoamericanos. Desde el punto de vista comercial, si se obvian las zonas francas, Haití es nuestro principal socio comercial, incluso, hemos llegado a recibir ganancias de US$2,845.19 millones en el período 2007-2011 por concepto de exportaciones. También, para Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas, somos el principal socio comercial, por lo tanto, el ingreso a la Comunidad del Caribe (CARICOM) es relevante, no sólo por el aspecto comercial, sino porque constituye un instrumento de integración caribeña.
Una buena educacióntambién debe tener muy en cuenta la enseñanza de las lenguas extranjeras, que servirán para las relaciones comerciales y laborales. Para ello, se debe considerar la situación geopolítica del país y el grado de similitud entre la lengua extranjera y la lengua materna. En ese sentido, apartando el inglés, que por ser el idioma actual de los negocios debe ser el segundo idioma, se debe impartir como terceras lenguas –la enseñanza de la tercera lengua debe ser de carácter obligatorio, pero deben existir distintas opciones, que permita al estudiante escoger la que sea de su mayor interés– el francés, el creole, el portugués, el italiano y el alemán. Si bien el creole no se parece al español, su relevancia radica en que es el idioma más utilizado en Haití, a pesar de que los documentos oficiales estén en francés. No se entiende la resistencia de implementar el creole, ya que en la experiencia comparada son muchísimos los países que utilizan el idioma de sus países vecinos en la educación.
No menos importante, aunque en el Pacto se habla de la dignificación y la formación del maestro, y estamos suponiendo que se cumplirá, se debe darle prioridad a la ortografía y la gramática, pues es vergonzoso y da ganas de llorar que profesionales de distintas áreas cometan faltas ortográficas, pero ellos no son los culpables, sino el sistema.
En definitiva, la educación pública no sólo debe fomentar la criticidad científica, el compañerismo, la tolerancia, el respeto al medioambiente, la disciplina basada en el respeto y amor; también debe promover la libertad, la soberanía de los pueblos, la igualdad, los valores patrios, la solidaridad, la memoria histórica, la justicia social y la integración caribeña y latinoamericana.
Pero un modelo, tal como lo describo, no les interesa a los políticos tradicionales, pues el pueblo no votaría por ellos. Una buena educación es transformadora y liberadora. No en vano, dijo Nelson Mandela que «la educación es el arma más poderosa del mundo». También, Freire afirmó que «la educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo».