"Estoy pidiendo que nos pongamos a tono como organización con la filosofía o el concepto de cambio que nos llevó el poder". Milagros Ortiz Bosch
Uno de los debates más interesantes, que se ha planteado a lo largo del tiempo, tiene que ver con la dicotomía que se genera a la hora de decidir si el Estado debe jugar un papel "paternalista" o enseñar a cada ciudadano a usar la vara de pescar para generar su propio sustento. Esta disyuntiva nos arrastra hacia una reflexión pertinente, cuyo objetivo es verificar hasta qué punto el peso del liderazgo individual determina el curso de los acontecimientos en la historia y que nos obliga, a la vez, a preguntamos si el espíritu democrático o autoritario influyen y permean la sociedad en su conjunto. Creo que es básico dilucidar el dilema arrojado sobre la mesa de debate, ya que ello nos ha de conducir, inexorablemente, a conocer de antemano si ganamos o perdemos tiempo en esta espiral de Babel en la que nos enfrascamos. Personalmente, tengo mi propia apreciación acerca del tema planteado y pienso, por lo pronto, que los cambios profundos parten más que de procesos macros, de pequeños círculos concéntricos que se van expandiendo como el aceite vertido sobre el agua. La práctica parece indicarnos que hay mucho, en este juego, de similitud con un sistema de minas, donde al tocar una ésta abre caminos que nos llevan hacia otras ocultas en su interior. En otras palabras, vamos de lo pequeño a lo grande y viceversa. Trataré de ser más concreto y hablaré a través de la experiencia vivida.
A raíz de formarse la institución de Impuestos Internos se produjo una auténtica y profunda revolución en toda su estructura. Estoy seguro, sin embargo, de que sin el espíritu democrático, valiente y la decidida voluntad y arrojó del primer director de dicha institución, el señor Juan Hernández, el proceso de transformación hubiera sido tan solo una quimera irrealizable. Su decisión de enfrentar obstáculos y de abrir una trocha amplía para que las ideas lograran pasar de la teoría a la práctica no se hicieron esperar. En última instancia se trabajó desde lo pequeño, hasta lograr asentar conceptos y lograr de este modo una cultura interiorizada en toda la institución. Las líneas estaban claras, sobre todo y en primer lugar, en la cabeza de quienes llevaron a cabo el proceso. Y centrando ahora el debate en nuestro actual presente debemos cuestionarnos qué papel de liderazgo le toca asumir a este Gobierno si pretende mandar una señal inequívoca a todos sus funcionarios. Parece inevitable afirmar que la cabeza de todo un país, en este caso el presidente, es quien debe marcar, con firmeza y decisión, las pautas a seguir con el fin de que la partitura descanse sobre el atril y todos se vean obligados a leer las notas sobre el papel. Y esto no tiene porqué significar una excesiva personalización en el accionar político, más bien lo que quiere decir es que quien dirige la orquesta sabe hacía donde va y que quienes ejecutan la partitura son conscientes de que están obligados a tocar precisamente esas notas. Debe quedar sobrentendido que todo esto se ha de conjugar dentro de un espíritu democrático y de una análisis permanente, donde el rumbo se revisa y es susceptible de ser corregido a cada instante. Ésta es, a mi entender al menos, la manera más idónea de transformar la sociedad dominicana, sin tener que esperar un tsunami político o la toma de la Bastilla. Los cambios no tienen por qué ser siempre dramáticos. Es preciso que cada cual tome un pedazo del pastel y que desde su especialización y conocimientos comience a hacer su personal revolución, por su puesto siempre bajo la batuta del director de orquesta puesta en manos del Presidente de esta nación.