Entre el 2018 y el 2020, se produjeron un total de 100 millones de toneladas de residuos electrónicos. Una buena parte de estos fueron a parar a vertederos y otros lanzados a cañadas, ríos y al mar. Se estima que en el 2021 se producirán cerca de 80 millones de toneladas de residuos electrónicos clasificados como peligrosos y altamente peligrosos.

Los seres humanos estamos contaminando nuestros mares con miles de toneladas de plásticos y residuos peligrosos. Nuestro accionar irresponsable incide en la extinción de especies de flora y fauna. Nuestro comportamiento errático está provocando el cambio climático y la elevación de la temperatura. Los impactos del cambio climático son visibles y los gobernantes, los empresarios y los ciudadanos estamos haciendo muy poco para detener los daños e impactos a los ecosistemas y especies frágiles.

El cambio climático es un derrotero con tinte apocalíptico, donde ya se observan conflictos graves y complejos por los territorios, disputas por las aguas y disputas por los espacios rurales y urbanos, aun siendo estos precarios. Todo parece que la Humanidad está al borde del colapso ambiental a mediano plazo.

Hacer las cosas de manera diferente, es la única alternativa que tenemos los ciudadanos para detener los derroteros cotidianos en los que nos hemos montados. El neurólogo austriaco Viktor Frankl escribió en su libro “El hombre en busca de sentido: “si la esperanza y la fe en un futuro mejor desaparece, el espíritu humano se deteriora rápidamente”.

La globalización y las redes sociales han conseguido que casi todos los seres humanos estemos hoy más conectados que nunca. No obstante, los contenidos de las informaciones compartidas, no están siendo descodificados, procesados y asimilados por la mayoría de las personas que las reciben. Ni hablar de utilizar dichas informaciones para nuestro bienestar personal, familiar, comunitario y planetario. Somos consumidores de informaciones de toda índole, pero no hemos asumido conciencia sobre su uso y sus impactos en la mayoría de nosotros como usuarios.

Los cambios por los que atraviesa la Humanidad, nos deben motivar a fomentar el establecimiento de redes eléctricas descentralizadas en zonas remotas que les permiten a los vecinos comprar y vender energía renovable entre ellos, haciendo florecer una economía local sostenible. Fomentar las prácticas de agricultura regenerativa y la permacultura que absorban el carbono de la atmósfera y lo devuelvan al suelo, es una práctica sencilla, viable y sostenible para cultivar alimentos ricos en nutrientes.

La economía pos covid-19, debe fomentar el aprovechamiento de las algas para restaurar los hábitats marinos y, a la vez, nos provean de comida, fibra, fertilizantes y biocombustible reciclable. Alimentar de manera sostenible a la población con proteínas resultante de la permacultura marina, es posible, viable y rentable a la vez.

Para atacar la raíz que genera pobreza e inequidad social, se necesita fomentar y apoyar el cooperativismo urbano, peri-urbano y rural. El cooperativismo es la mejor estrategia para organizar, capacitar y fomentar la cultura del ahorro y, al mismo tiempo, instaurar las bases socioeconómicas y comunitarias para crear una nueva cultura de producción, comercialización y consumo que sea sostenible a corto, mediano y largo plazo: Una cultura amigable con nuestro medio ambiente y el Planeta.

El cambio climático se parece mucho al cuento del “Lobo y Caperucita”.

Lograr que los políticos y los empresarios tomen en serio la inversión para la prevención del cambio climático, requiere un cambio radical en nuestra forma de pensar como ciudadanos. Esperar que llegue el Lobo como hizo Caperucita, es una irresponsabilidad nuestra como adultos para con las presentes y las futuras generaciones.

Si los ciudadanos nos concientizamos sobre los impactos del cambio climático, podemos exigirles a nuestros gobernantes, senadores, diputados, alcaldes y regidores, que actúen ahora, pues es muy probable que mañana se nos haga tarde. La moraleja del cuento es muy parecida a lo que está ocurriendo en nuestro país, en cuanto a los recursos que hay que especializar e invertir en zonas, áreas, sectores y comunidades vulnerables que propendan a prevenir y mitigar los impactos del cambio climático a nivel nacional.