Alguien dijo y otros repetimos desde hace tiempo que en política hay cosas que se ven y otras que no se ven. Preciso; no se ven, aunque quienes tienen información privilegiada proveniente de Haití o de allende, pueden intuir e incluso anticipar lo que el gran público no ve.

Debido a ese prólogo, advierto que ni la Unidad de Estudios de Haití ni mi persona en particular contamos con información privilegiada que no sea la derivada del estudio de la cuestión que nos ocupa.

  1. La pregunta

Esa pregunta proviene del titular con el que medios de comunicación dominicanos resaltaron la interrogante del presidente dominicano, Luis Abinader, en un reciente encuentro conversatorio con intelectuales dominicanos en el Palacio Nacional.

El Presidente, luego de manifestar que la crisis haitiana “representa un serio peligro para la República Dominicana” y revelar “el hecho de que el 75% de la nación haitiana esté en manos de bandas arma­das”, puntualizó que la comunidad internacional está cansada y que “en el caso de los Estados Uni­dos, su actitud es que resuelvan el problema y que haya un diálogo haitia­no”, como quien dice para que entre ellos aireen y canteen sus problemas y contraposiciones. Fue entonces que afirmó -aunque sin especificar- “la situación nuestra es una situación delicada” y solo entonces preguntó: “Y quién va a hacer el diá­logo. `Barbecue” y los 400 Mawozo. Con ellos es que van a conversar?[1]

A todas luces, hubo titulares que desorientaban la noticia que encabezaban: “Abinader pregunta: ¿Con quién dialogar en Haití?”, y subtitulaban “Presidente afirma que si EU no actúa nadie lo haría” (Listín Diario, edición digital del 18 de noviembre 2021).

 

En su conversación, el presidente Abinader más bien distingue el que va a tomar la iniciativa de propiciar el diálogo y quienes participarán de él. Sin embargo, al señalar en dirección de “quién va a hacer el diálogo”, no deja en claro si se refiere a alguna o a  cuál de las posibles instancias haitianas; tampoco, si se refiere a un actor extranjero de los que están fatigados y/o a aquel protagonista que parece estar a la esperara de que tenga lugar “un diálogo haitiano”, es decir, fundamentalmente de y entre ciudadanos del vecino país e independientemente de que estos residan o no en su patria chica.

De lo que no cabe duda alguna es que, a la luz de las palabras presidenciales citadas en las notas periodísticas, no hay lugar para colegir que la iniciativa podría provenir de su gobierno y ni siquiera despierta la sospecha de que entre los que van a dialogar se encuentre la República Dominicana.

Así, pues, una vez advertida aquella desorientación editorial y establecido el alcance de las palabras presidenciales que cita la nota periodística, conviene hacer un ejercicio imaginario a propósito de quien(es) convoca(n) y quienes han de ser convocados “a conversar”.

Digo y enfatizo que es un ejercicio imaginario, circunscrito al ámbito de lo posible, no de lo probable. Es improbable, pues el Presidente excluye de entre los que toman la iniciativa a Estados Unidos y afirma que por el momento este espera por un diálogo haitiano. Además, parece lógico asumir que tampoco será la comunidad internacional o alguno de sus miembros los que acometerán las consecuencias de tal iniciativa, ya que el cansancio que los aflige parece vencerlos. Por demás, si bien se extraña de si alguien que no identifica ha de conversar con “ellos” -refiriéndose por contexto a `Barbecue´ y los 400 Mawozo-, no menos cierto es que pudo hacer lo que prudentemente no hizo: dar indicios de otras posibilidades, comenzando a modo de ejemplo por el propio Primer Ministro nombrado en Haití, Ariel Henry, en particular a raíz de la primera visita de su enviado especial Daniel Supplice.

Sin embargo, y esto es decisivo, más incierta queda aún  la cosa a propósito de los dialogantes. Podría aducirse que en dicho diálogo haitiano también serán invitados en calidad de  observadores y/o invitados con derecho a intervenir a miembros de la comunidad internacional e instancias multilaterales. Lo que sí parece estar claro es que a la República Dominicana y su gobierno no los contempla formando parte de la supuesta mesa de conversaciones; no los contempla él u otros de ser parte de tal acometida. De no ser así el presidente Abinader no se hubiera referido a `ellos´ (“con ellos es que van a conversar”) -al citar por su nombre a cabecillas y bandas- y no se hubiera privado de incluir en un mayeútico `con nosotros´ al país en calidad de interlocutor entre quien quiera que sean los que propicien y participen del conversatorio.

No obstante tantos cabos sueltos e interrogantes suscitados por la noticia en cuestión, en lo sucesivo procuro responder la interrogante del señor Presidente: quién va a convocar a quien para acordar una salida al actual dilema de gobernanza e institucionalidad sostenible en la República de Haití. Y lo hago con base, no en lo que ignoro, sino con la expresa ilusión más que utopía de que algún día llegue la hora en la que seamos tenidos por el pueblo haitiano, sus representantes y otros tantos como miembros de derecho en un grupo ampliado de “ellos”. Mas no como parte de los aducidos amigos de Haití, por supuesto, sino como otro distinto e inconfundible que también hubiera querido aportar y por ende congratularse con el advenimiento de un mejor devenir y bienestar de todo el pueblo haitiano.

  1. Respuesta

La respuesta del no vidente desprovisto de información clasificada depende, según Aristóteles, del menos común de los sentidos. Con ese resquemor por delante, hela aquí:

Respetando a la contraparte, primero, ha de dialogarse con quienes ostentan la autoridad reconocida o por reconocerse en Haití. Una aproximación a esa realidad tan difusa como volátil pudiera ser conversar con quienes en su momento encabezaron el pretendido -y ¿fallido?- Acuerdo de Montana.

Claro está, dado que del dicho al hecho hay mucho trecho, una segunda y prácticamente concomitante instancia de un diálogo que por el momento conjeturo que implica alguna dimensión de bilateralidad, sería con quienes presumen un nuevo liderazgo por ostentar control sobre el territorio y la población que ahí se cobija. Ese liderazgo cuestionado y cuestionable bien puede ser el que termine encarnando -debido a quienes hoy lo amparan desde la sombra- temporalmente la fuerza real de una nueva figura que permanezca no ya detrás sino sentada en el trono.

Los unos y/o los otros bien pudieran llegar a ser vivos exponentes de la real politik de una renovada e inaudita forma de liderazgo haitiano en la histórica patria de Dessalines que vuelve a renacer de entre las cenizas.

III.       Agenda y condiciones

La agenda particular -léase bien: dominicana– con los interlocutores a los que eventualmente pudiera tener acceso efectivo la patria de Duarte si lograr ser tenida en cuenta -en o fuera de la mesa de conversaciones- puede ser `si, cómo y con qué garantías´ la República Dominicana podría contribuir, por ejemplo, a abastecer las líneas de alimentos, medicinas y demás suministros que alivien las penurias de la población en términos locales. Otros muchos puntos rellenan esa agenda particular aunque, eso sí, habrá que ir preparados a oír lo que de seguro no querremos oír; en especial, dado que no todo podrá ser negociado ni aceptado. Y por eso mismo conviene ir preparado a oír y, en una etapa inicial, hablar con todos sin favorecer a uno u otro de entre los muchos con los que en estos momentos hay que platicar porque disputan el papel estelar en Haití.

Independientemente de posibles escenarios con diversas agendas e interlocutores internacionales, la conditio sine qua non de cualquier asomo de acercamiento y cooperación dominicana es y siempre será la deferencia tenida con los actores principales. Ese trato diferencial requiere ante todo no olvidar que los asuntos haitianos, en Haití, son de la incumbencia soberana y privilegiada de los miembros de ese aglomerado social. Ni nosotros ni quienes consideren que la situación haitiana ahoga a los moradores del vecino país de manera tan crítica que los desborda y termina salpicando la seguridad y el sentido humanitario de la comunidad internacional, podemos reemplazar la iniciativa autónoma y soberana de los sujetos directamente concernidos. Todo intervencionismo foráneo tiene su límite en el derecho internacional y no debiéramos cobijarnos bajo alguna de sus excepciones.

Pero escribir lo anterior no es suficiente a menos que venga acompañada de manera inexpugnable de una segunda condición. Esta consiste en que finalmente, en lo que nos concierne, se identifique y tematice el interés nacional dominicano en la cuestión. No el de uno u otro de sus individuos y grupos constitutivos, por activos, vociferantes o políticamente pesados que estos sean; sino solo y exclusivamente dicho interés de naturaleza nacional pues, si no se le define y esgrime, la Nación dominicana difícilmente será respetada y concitará respaldo en el foro internacional que sea.

Ahora bien, si algo queda claro en estos días es que el interés nacional del pueblo y del Estado dominicano no está en desvirtuarnos y auto imponernos el ropaje de lo que no somos –insensibles, abusadores e indiferentes- y pretender entonces entrar en escena en el gran teatro del mundo confundidos con un conglomerado nacional dividido en sí mismo y percibido como parte del problema que a todos debe preocupar debido a un sinfín de problemas mayormente generados en Haití.

De ahí que valga la pena discernir la vestimenta que queremos lucir mientras se habla con legítima preocupación de interlocutores válidos en Palacio y en momentos en los que circunstancialmente hic et nunc solo se avizoran haitianos que, en su condición de estudiantes universitarios, enfermos, embarazadas, parturientas y mano de obra irregular y no calificada, pero sí sobre explotada, son identificados -debido a múltiples razones y complicidades- más que como advenedizos recién ingresados al país, como una legión de personas establecidas y ubicadas por años en el seno de la sociedad dominicana.

Y dicho sea a vuelo de cálamo, esa última aclaración respecto al ropaje es tanto más urgente, cuanto que no es un problema de costos y cuentas nacionales[2]; además de que distraer la atención de la ciudadanía al asunto de fondo, no suma algo positivo a la política nacional y menos a la crisis haitiana.

  1. Tareas pendientes

Así, pues, por aquello de que como decía el citado vicecanciller dominicano, Rubén Silié, “todos los paí­ses se pueden cansar de Haití, menos la Re­pública Dominicana[3], nos corresponde sustentar nuestro interés verdaderamente nacional en tres tareas fundamentales.

La primera es básica. Empoderados siempre del territorio dominino[4] al que nos circunscribimos, autoridades y ciudadanía estamos obligados a la fiel custodia e integridad del lado oriental de nuestra frontera terrestre. Hay que frenar en seco, de una vez y por todas, el consuetudinario tráfico ilegal de haitianos.

La segunda tarea -en tanto que vertida sobre el papel- es tan simple de escribir como la primera: complemento de lograr un estricto control de la frontera dominicana, nuestra legislación migratoria ha de ser la  única norma en la materia, sin privilegios ni complicidades de quien quiera estar por encima o al margen de la ley.

El universo de labores que eso implica va, desde el Plan de Regularización o de una versión revisada del mismo, como única medida disponible actualmente para adecentar la migración indocumentada establecida de facto en el país; hasta la imprescindible sanción a los responsables de inflar injustificadamente la emisión de visas, amén del estricto respeto a los derechos humanos en el país y la imposición de sanciones y multas a todos los que de una u otra forma se beneficien del tráfico y/o contratación ilegal de extranjeros indocumentados.

Como quien dice, atentos a la máxima de la mujer del César, resta una última tarea mayor. Es menester asumir, cuidar y proceder en consecuencia con la credibilidad y confiabilidad que suscitemos ante terceros. Sabemos quienes somos. Pero en cualquier mesa de encuentros, desencuentros y acuerdos, los participantes son reactivos a la percepción que tienen de nosotros o de cualquier otro. En definitiva, -a excepción de que se trate de enarbolar el susodicho interés nacional como tal-, no hay motivo legítimo alguno para recurrir al socorrido expediente de ver al otro -o de parecer ser el otro- desempeñando el pertinaz papel de contrincante encerrado en los cuatro puntos cardinales de una isla compartida.

Conclusión

De cumplirse aquellas dos condiciones indispensables y esas tres tareas particulares que avalan una posible contestación imaginaria a la pregunta sin respuesta del Presidente de la República, debiera verse con claridad subjetiva con quienes no solo “ellos”, sino también `nosotros´ conversar qué. Y, por supuesto, sin que tanto enredo e ilusión ofusquen la verdad de lo que dicen que dijo alguien de la talla de un Confucio o de un Albert Einstein: “El inteligente resuelve los problemas, el sabio los evita”. En juego está la superación de la crisis de Haití y solo de carambola nuestro porvenir.

[1] Entre muchos otros medios de comunicación social del 18 de noviembre 2021, ver, por ejemplo, Listín Diario, edición digital del 18 de noviembre 2021. https://listindiario.com/la-republica/2021/11/18/697358/abinader-pregunta-con-quien-dialogar-en-haiti

[2] No lo es dado que en el balance del intercambio binacional, el azul de las ganancias favorece con creces al lado dominicano, incluso, si se le suma el costo de salud, de educación y de tantos otros que ocasiona una migración que sigue siendo irregular más que nada gracias a la complicidad de algunos particulares y autoridades indemnes al debido proceso de la justicia local. A propósito del balance comercial con Haití, ver los números 1 y 2 del Monitor Estadístico Haitiano 2021, de la Unidad de Estudios de Haití.

[3] Listín Diario, 17 de noviembre 2021. https://listindiario.com/la-republica/2021/11/18/697358/abinader-pregunta-con-quien-dialogar-en-haiti

[4] Enfatizo esa autolimitación, pues nunca falta que algún súbdito del otro reino de este mundo idee que la forma más expedita de inducir a la comunidad internacional a que intervenga en Haití sea la de simular una incursión en suelo haitiano con el propósito de detener una acometida que, no se olvide, es injustificable y va a contravía de lo que somos como pueblo y de nuestros 177 años de historia republicana.