"Casi todos los hombres pueden soportar la adversidad,
pero si usted desea poner a prueba el carácter de un hombre, déle poder".
Abraham Lincoln.
En una sociedad como la nuestra, no se nace notable. Notable, como importante, valioso, sobresaliente, superior, extraordinario, distinguido. Ser notable, es el fruto y la expresión de una dinámica individual que encuentra eco en una colectividad, en un grupo social, en una comunidad.
Ser notable, es en esencia, parte de la vida social, antesala de las acciones sociales y de su resultado positivo y trascendente en un conglomerado determinado. Esa valiosidad e importancia de una persona no viene dada por su título ni jerarquía, sino por el espacio que concita y generan sus acciones en la comunidad y/ o en la sociedad. Dicho de otra manera, como el devenir de su individualidad, no es más que la proyección y prolongación de un eje colectivo que se engarza dialécticamente; nutriéndose el uno en los demás y los demás en el uno.
Se da así, la simbiosis de la cadena de valor, lo individual – social, que emerge como una consecuencia de las necesidades materiales y espirituales de un contexto determinado.
Lo notable no es necesariamente notoriedad, aunque el primero lo asuma y lo trascienda. La notoriedad puede ser efímera, pasajera y al mismo tiempo, la acción de la notoriedad ser negativa. Hay fama y popularidad que pueden ser origen de un hecho negativo o de hechos negativos.
En este mundo pavoroso, temeroso, difuso, de pensamiento débil y de desconcierto, lo que más vemos es cientos de personajes sin mensajes, caracterizado por la vulgaridad y la cultura Light, que tienen mucha popularidad, empero, no nos suministran contenido. Seres humanos que no tienen visibilidad, que están perdidos en su mundo interior y que no han podido bucear en las profundidades reales de lo que son y quieren ser, ni en la proporcionalidad del sentido de su existencia. Personas que no son capaces de pilotar su mundo personal.
En medio de la notoriedad, no pueden lograr ni siquiera para ellos mismos, actuar con transparencia, con nitidez y diafanidad. Son personas que actúan y medran en la opacidad, en las conductas oscuras y las acciones borrosas, aun en medio de su fama.
El notable es el tiempo que lo juzga, es el papel positivo que está llamado a jugar en un momento determinado; es el que no calcula el milímetro frío para buscar beneficios personales, materiales, sino el que trata de cumplir correctamente su rol; el que responde a las expectativas culturales y normativas de una sociedad, independientemente de los beneficios. El notable es el que asume el desafío de la atemporalidad, el que sin proponérselo se conecta con la historia, que es pasado y es futuro al mismo tiempo. Su temporalidad es la Asunción del reto que cada día le presenta la vida. Sus acciones coherentes, sistemáticas, sostenibles, lo van convirtiendo en una Institución.
Ese ser notable se deriva en un ser honorable. Honorable, como una persona venerable, intachable, honrada, digno, distinguido y respetable. Es la decencia, la entereza y el honor que lo envuelve. Al igual que el notable, no nace, no es adscrito, sino que es un proceso social que se va adquiriendo a lo largo del tiempo por su espíritu de bien. Se puede ser notable y no honorable. En ambos casos, el puesto o el cargo que se ostenta, independientemente de la jerarquía, no nos da honorabilidad. Ellas son el resultado concreto de una vida personal, profesional y política con sentido de compromiso societal.
La persona honorable, lleva una vida equilibrada, no contemporiza con lo mal hecho ni por comisión ni por omisión; es respetado, confía en los demás y es confiable; trabaja más con su sentido de autoridad, que con el sentido de poder, que le otorga el puesto. Una persona honorable tiene la brújula permanente de ser solidario y socialmente sensible y cree en los demás, con profunda vocación de servicio. Es una persona integral, que prioriza los valores absolutos por encima de los valores relativos.
Una persona notable y honorable es el que con sus actitudes y valores, fragua la antorcha permanente de la esperanza. Aquel que en el clima de su corazón, dibuja la esperanza cierta de la cristalización de un mejor futuro. El notable y el honorable condensan siempre la acción audaz, para que el ritmo de la apatía no encuentre espacio en el agua limpia de la lluvia atroz. Se respeta a sí misma y respeta a los demás, con la soga fuerte de la dignidad en su comportamiento.
Más que el puesto que ostenta una persona con poder económico y político, lo fundamental es la capacidad de influencia que se tenga en una comunidad o una sociedad para que sea notable. En una sociedad organizada, con fortaleza institucional, con reglas del juego claras, con el respeto al impero de la ley, los notables y honorables, no tienen sentido de ser. Ellos en el rol de mediadores de conflictos sociales, son expresiones de sociedades atrasadas, donde las instituciones y organizaciones, sobre todo públicas, no cumplen sus propias normativas.
Los notables, son reminiscencias de las sociedades del Siglo XIX y comienzo del Siglo XX, que jugaron su papel allí donde habían vacíos institucionales que asumir. En nuestra sociedad, en el Siglo XXI, los notables tienen vida y razón de ser por la fragilidad de las instituciones y porque los ejecutivos de éstas no se ponen a la altura que las circunstancias le colocan en sus manos. Cuando se desvían en las conductas y acciones, surge la figura del notable. Ejemplo fiel de no cumplir con las normas establecidas.
Los que rechazan a los notables desde una perspectiva personal, son generalmente, resentido social, con desviaciones en su personalidad, sobre todo, psicópatas. Por eso, de lo que se trata socialmente es de asumir el debido respeto a las normas, a las leyes, a la institucionalidad y el rol estelar de los notables desaparecerá, como lo hicieron la mayoría de las sociedades al comienzo del siglo XX.