De entrada se debe reconocer que en el país y en la opinión pública nacional ha existido un gran interés por el tema de la identidad de los dominicanos. Las preguntas sobre ¿quiénes somos? y ¿cuáles son los rasgos o características que nos definen y nos diferencian de los demás? siempre han estado presentes en las ciencias sociales, la filosofía, la semiótica, la literatura, la psiquiatría, en la pintura, la música y, en años recientes, también en la cinematografía dominicana.

Hay que reconocer que el tema de la identidad es uno de esos problemas sociales que son bastante complejos y ambiguos, pues tiene que ver con los que nos caracteriza, nos define a nosotros mismos, pero también nos diferencia de los demás. Da la impresión de que necesitamos, afanosamente, ciertas certezas, certidumbres de saber qué somos y de dónde venimos para así construir un imaginario, un sentido de pertenencia y diferenciarnos de los otros. En ese sentido, el debate sobre la identidad adquiere una connotación social, cultural, pero también política.

De todas formas, varios autores dominicanos han estado realizando un extraordinario esfuerzo para responder a la pregunta de qué somos, que van desde una representación que le asigna una identidad natural, una cosa en sí, como una esencia del ser dominicano, otros se han ocupado por destacar los cambios histórico-culturales y una productiva tradición humanística-literaria, que se ha interesado por los análisis discursivos, la inter-tectualidad. En este último caso, la identidad se (des)construye a partir de los análisis semióticos y las interpretaciones hermenéuticas de los textos y ensayos de los autores consagrados de la literatura dominicana.

Sin embargo, debemos destacar que, desde el punto de vista de la sociología (constructivista), las representaciones sobre las identidades sociales e individuales no se piensan como un ser-natural o una herencia histórico-cultural, tampoco como una interpretación inter-textual, sino como un conflicto entre los procesos de transformación institucional, los imaginarios culturales, y las experiencias de los actores sociales e individuales en un tiempo y espacio social determinado. La identidad aparece aquí como una construcción, un trabajo de representación de los grupos e individuos sobre sí mismo, en un contexto de cambios y transformaciones sociales.

Por lo tanto, las preguntas qué somos, cuáles son los rasgos que nos caracterizan, deben tomar en cuenta las diferencias generacionales, como también de género y estratos sociales en un tiempo y espacio social determinado, y esto por algo muy básico en la sociología: porque los cambios sociales no afectan de manera similar a los jóvenes y los adultos, a los hombres y las mujeres, a los pobres y los ricos, sino de formas diferenciadas.

Partiendo de estos criterios, debo destacar que las identidades juveniles son el producto de la relación de mutuas influencias entre los cambios sociales, los imaginarios culturales y las subjetividades (voluntades, intencionalidades) de los jóvenes en un contexto social determinado. Tengo la impresión de que en la actualidad las herencias culturales tradicionales, religiosas, folklóricas (que en ocasiones parece ser que sólo se fomentan como objeto de consumo de los turistas), los textos literarios de los autores consagrados e, inclusive, las reglas y normas institucionales, ya no son suficientes para los estudios de las identidades de la nueva generación, pues los jóvenes no construyen sus (re)presentaciones a partir de un programa de aprendizaje en el sistema educativo, tampoco como un proceso de socialización en la familia o la iglesia, sino con las mediaciones de los medios de comunicación, las industrias culturales, las redes sociales y las plataformas digitales globales.

Las identidades juveniles se organizan de manera ambigua y compleja, en una sociedad dominicana caracterizada por un acelerado proceso de modernización, cuya influencias son; por un lado, la globalización de las industrias culturales, el auge de las tecnologías de la comunicación y la cultura de consumo y, por el otro, la expansión global de la cultura liberal, que ha desatado un acelerado proceso de individualización y, crisis de las normas institucionales.

En ese sentido, las identidades juveniles, tienen que ver con el auge de la cultura-global de las tecnologías de la comunicación, con los intensos flujos migratorios, el multiculturalismo y la interculturalidad de esta nueva modalidad del capitalismo global, neoliberal y, digital que nos gobierna. Miles de dominicanos que salen y regresan al país de manera permanente, trayendo otras experiencias y otras miradas. Millones de turista que nos visitan, incrementando las relaciones multiétnicas y multiculturales. Millones de dominicanos que tienen contactos permanentes con extranjeros a través de las computadoras, celulares y redes sociales. Cientos de canales de televisión por cables, programas, documentales, músicas, películas, bailes y, estilos de vidas que nos han puesto en contacto con el mundo, donde los principales espectadores (consumidores) son los jóvenes dominicanos.

Poniendo en evidencia, que la nueva generación se enfrenta a un “mundo desbocado”, a nuevas pruebas, crisis, y desafíos y, por tanto, ya no cuentan con la seguridad y certidumbre que provee la tradición. Los jóvenes, se han visto obligado a desarrollar nuevas estrategias de acción, de consumo, de comunicación e interacción, construyendo identidades más libres, plurales y experimentales, pero también más ambiguas, frágiles y precarias.