"Existen cualidades que nos llegan sólo 

por los juicios de los demás."

Jean-Paul Sartre

… seguimos con el tema de los intelectuales. En nuestro artículo anterior utilizamos como referencias textos del coloquio “Los intelectuales y el poder en República Dominicana” realizado por la Universidad APEC en el año 2004 y citas de Foucault, Paul Baran, Chomsky, y del Premio Pulitzer Chris Hedges, entre otras razones para evitar la pretensión (“Aspiración ambiciosa o desmedida”, según la RAE) de que alguien se sienta aludido.

La acción en el “campo político” no está vetada a los intelectuales, es más, es deseable y necesaria aunque habrá que establecer que su función crítica queda limitada cuando se ejerce desde la “nómina” o desde las nuevas modalidades que resguardan  de aparecer en el ‘link’ de “Recursos Humanos” de las instituciones públicas.

Entre los ejemplos notables de intelectuales que han prestigiado la acción política recuerdo al canciller del Presidente Allende, don Clodomiro Almeyda, que pasó a ejercer esa alta función pública desde la Dirección de la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile.

Y por estos lados hay dos ejemplos que deberían ser emblemáticos respecto del tema que nos ocupa: el de don Eduardo Latorre, ex rector universitario, autor de “Política Dominicana Contemporánea”, una obra imperdible de la Ciencia Política dominicana y sobre cuya sobresaliente gestión como canciller en el período 1996-2000 hay acuerdos difíciles de encontrar.

El segundo caso es el don Hugo Tolentino Dipp, con una larga trayectoria en el “campo de la política” y una rica y abundante creación en el “campo de la cultura”. Renunció a su cargo de canciller demostrando que cuando se afectan valores, el camino para nunca parecer cómplice es uno sólo.

Esta última situación ilustra muy bien el problema de la ligazón orgánica de los intelectuales y el poder: no pueden, no deben abdicar a su función crítica, de lo contrario pronto serían propagandistas del gobierno al que sirven.

Paul Barán decía que para ser intelectual no es suficiente querer decir la verdad, también reclamaba coraje y disposición para emprender investigaciones… Esas condiciones revelan por qué los consultores, por ejemplo, no son intelectuales.  Y es que la búsqueda de la verdad científica no está en el horizonte del consultor. El trabajo de consultoría, por el contrario, está determinado por la voluntad del cliente y cuando se esboza una crítica, con suerte llega a una lastimera queja que se resuelve con una corrección de estilo del informe. Conste que no hay en estas reflexiones una valoración moral, sólo una búsqueda para comprender funciones sociales, individuales e institucionales.

En un libro reciente, “La política sin intelectuales”(2014), Alejandro Micco plantea que “Los intelectuales son de dos tipos y ambos son indispensables. Los primeros son los ideólogos, los de las grandes visiones. Esos que dan un diagnóstico global, proponen una gran meta a alcanzar y un camino a seguir. Sus ideas, tanto su contenido como la forma de expresarlas, son capaces de motivar y movilizar a muchos”, los otros agrega Micco, “… nos proponen diagnósticos, objetivos y medios de corto o mediano alcance. Sin los primeros no hay visión de sociedad; sin los segundos no hay políticas públicas que intenten desarrollar una sociedad”. Agrego que cuando faltan los primeros, los segundos no pasan de cumplir tareas propias de contables o de plomeros tratando de controlar algún ‘liqueo’.

La pregunta es qué ocurre en las sociedades donde se hace evidente la carencia respecto de ambos, donde hasta las universidades prestan servicios a cambio de construcciones, donde los cientistas políticos no logran dar el brinco del “pronóstico electoral” al futuro del sistema democrático (“diagnóstico global”) y en los que la carencia suele ser socialmente ocultada con el desprecio al trabajo de los intelectuales: “los teóricos” que pueden dedicar muchas horas de su tiempo a idear y proponer sistemas electorales democráticos mientras lo que vale es lo “político”, es decir saber falsificar actas, comprar cédulas, etc. ¿Será eso lo “técnico” para ganar elecciones?

Una sociedad con estas carencias, es una sociedad sin utopías, y me refiero a la utopía necesaria, posible y cercana: la utopía democrática.

Si se hace el ejercicio de volver a revisar la encuesta Gallup, se verá que  dice muchas más cosas que la intención de voto “si las elecciones fueran hoy”. Tal vez algún departamento universitario, después de llorar un rato por nuestras pobrezas, podría ayudar a encontrar caminos, a decirle la verdad al poder.

Sin duda, y es bueno asumirlo así, quedan largas jornadas de trabajo en el ámbito de las Ciencias Sociales y de la Ciencia Política acerca de los intelectuales y el poder y se debe establecer con claridad que el transfuguismo cae en otra área, en otra ciencia.  Ese es un tema de la Ética, la Ciencia de la Moral, con una serie de aspectos que se deben enfrentar de una vez, especialmente en sociedades donde el Estado no sanciona los delitos (impunidad). Y peor aún cuando las faltas tampoco tienen sanción social lo que hace posible ver a los delincuentes y a sus cómplices pasivos comer del mismo plato.

El optimismo espera todavía de los intelectuales. Lo irreversible llega cuando comienzan a aparecer los “yo no sabía”, “nunca creí que fuera capaz de hacer eso”, “no me di cuenta que era tan malo como el otro”, “ya me estoy saliendo de esto”, “es cierto, se les fue la mano”. Ahí, ante el desastre, no quedará más que recurrir a los poetas:

“Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa

revela insensibilidad. El que ríe

es que no ha oído aún la noticia terrible,

aún no le ha llegado.”