Pablo, ha sido una distinción de su parte el que me haya escogido, en su artículo del 6 de Octubre pasado, para desenmarañar el diagnóstico preciso de la psicopatología que parece aquejar al pueblo dominicano. En sus preguntas, y algunas conclusiones, utiliza un humor inteligente que, supongo, es el necesario ansiolítico ante tanta frustración y tragedia de la que somos testigos.
Sociólogos, ensayistas, periodistas y escritores, han desglosado la psicología de nuestra gente. Bastaría leerlos detenidamente para encontrar conclusiones acertadas. Pero siempre, sin perder de vista que no existe “el dominicano”, sino “los dominicanos”: grupos sociales que interactúan dentro de abismales diferencias económicas y culturales asentados sobre un denominador común que nos diferencia de otras sociedades.
El asunto es harto complejo, señor Gómez, pues sus preguntas necesitarían de muchas páginas, y de intelectuales de mayor sapiencia que la mía para contestarlas. No obstante, aprovecharé la oportunidad y opinare sobre el asunto. Me detendré en esta idea suya: “Nuestras dificultades tienen dos causas simultaneas: por un lado, una figura paterna demasiado difusa y por el otro por una figura materna, algo menos difusa, pero incongruente….”
Estoy de acuerdo, debemos comenzar por el enorme problema de paternidad que nos aqueja, si queremos entender la idiosincrasia criolla, partir de ese nudo gordiano que sustenta el pesado yugo de nuestros males.
Utiliza usted la metáfora, y el hecho, de que somos un pueblo con tres padres, Duarte, Sánchez, y Mella. Es valida: en esa trilogía pudiera estar simbolizado uno de los traumas primarios de esta nación, y sus consecuencias. Veamos.
La “patria vieja”, señora díscola y zarandeada, se encamó con los tres patricios fundacionales y, por tanto, cualquiera de ellos pudo haberla fecundado. Nunca se supo cuál (no existía el ADN).
El pícaro de Lilis supuso que, siendo esa ambigua patria vieja impredecible y desordenada, ninguno de los tres personajes asumirían la paternidad. Se la adjudicó a los tres. Nace entonces esa niña, “Patria Nueva”, con tres progenitores; y uno adoptivo, despótico y cruel, que la termina de criar: Trujillo.
Desde entonces, tener en cuenta la ausencia, irresponsabilidad, y disfuncionalidad del cabeza de familia dominicano es indispensable para entendernos. La cantidad de hogares con madres solteras, o con padres abusivos, es alarmante en este país. Circunstancia que obligan a las mujeres a buscar la subsistencia lejos del hogar, debilitando la crianza adecuada de sus hijos.
En países desarrollados, maestros, héroes cívicos, líderes del entorno, y algunos religiosos, compensan las carencias formativas de esos hogares descabezados; hacen aportes relevantes para el desarrollo de una personalidad sana. Esas instituciones y personajes inyectan valores morales indispensables para lograr colectivos civilizados.
Pero, amigo- permítame que lo considere como tal- Gómez Borbón, si escuela, comunidad, héroes y líderes sociales resultan desastrosos, como en nuestro caso, sólo quedaría el Estado como última esperanza para constituirse en un papá bondadoso, modélico, y ético.
En este país, amigo Pablo, el Estado ha sido un malvado con hábitos delictivos; otro padre abusivo del que en realidad somos huérfanos. Entonces, sin familia organizada, sin comunidades inspiradoras, con maestros de dos por tres, y líderes pervertidos, no podemos esperar otra cosa que una población de identidad frágil, desordenada y proclive a pasarse la ley por la entrepierna. Un pueblo moldeado por “malandrines y follones” tiene que exhibir debilidades psicológicas. No puede no hacerlo.
Ese psicoanálisis curativo, que usted me invita a realizarle a esta patria, es responsabilidad del Estado, quien- por ser el culpable inveterado de la patología que nos aqueja- está incapacitado para hacerlo.
Agradezco su carta y su deferencia. Espero no haberlo defraudado.