El jueves 17 de los corrientes, San Francisco de Macorís estaba de fiesta. Se conmemoraba el cincuenta aniversario de la ordenación sacerdotal de Monseñor Jesús María de Jesús Moya, Obispo de nuestra provincia Duarte.

Les confieso que al llegar a mi pueblo natal, como siempre me sucede, llegan todos los recuerdos de golpe. Cada detalle trae sentimientos, remembranzas, sonrisas o algunas lágrimas. Figuro a mi padre caminando por alguna calle, o a mi abuelo, a mi tío Alfredo y ni decir, a mi abuela Bienvenida.

Luego de pasar por estas emociones llego a la Catedral, ahí donde cada domingo iba a misa, con mi madre y mis hermanos. En ese sagrado lugar estaban todos reunidos. Los parroquianos del nordeste estaban volcados de júbilo. Desde las 10 de la mañana fuimos convocados a la celebración eucarística y a un acto posterior para resaltar la importancia de tener entre nosotros, a un sacerdote con cincuenta años entregado a la labor pastoral.

Ahí escuché unas palabras preciosas expresadas con mucho sentimiento, de la admirable y apreciada maestra, Luz Selene Plata, ponderando la vida sacerdotal y comunitaria de Monseñor Moya.

El Cardenal, los obispos, los sacerdotes, senadores, diputados, regidores, funcionarios de la Universidad Católica Nordestana y otros hombres y mujeres de San Francisco de Macorís y de toda la región nos unimos en alegría, por tan significativo acontecimiento.

No fue casual que estuviera en ese agasajo a Monseñor. Me sentí motivada a estar, no por protocolo, sino porque admiro y respeto a Monseñor Moya. Siempre he valorado su humanismo, su sentido común, su madurez, su sencillez, su espíritu solidario, su sinceridad y me he sentido agradecida por el empuje que le ha dado y los aportes que ha hecho a San Francisco de Macorís y a la provincia Duarte.

Monseñor Moya es un hombre profundo y a la vez práctico. Es un sacerdote de un lenguaje y expresión llanos y altamente concienzudo. Es conciliador, pero no de los que concilia lo mal hecho. El tiene posturas firmes y pensamiento progresista.

Por lo expresado es que me sentí convocada a ir ese día a celebrar sus cincuenta años de vida sacerdotal.

Quería estar presente en ese espacio de tiempo tan significativo para él y para todos los que le apreciamos y valoramos, y créanme, valió la pena. No fue un acto tan sólo, social. Fue una reunión de gente valiosa que aprecia el buen hacer y la sencillez de un hombre de iglesia que ha sabido construir y ganarse el corazón de muchos, precisamente por su humildad y por su vida coherente.

Nueva vez, felicitaciones Monseñor Moya. Créame que le aprecio siempre. Gracias por su entrega a nuestra gente y por trabajar con tanto esmero y dedicación, por un mejor San Francisco de Macorís.