El próximo martes 30 es el “Día del Maestro”
Primero les diré que me es muy difícil hacer la separación de género. Tal vez por comodidad, haraganería o costumbre. Cuando se aprende de una manera, es difícil cambiar la forma de expresarse. Por eso siempre uso el masculino para generalizar y no por ello sea menos feminista o estar sublevada a los mandatos del varón.
Por años fui maestra, ha sido uno de los vínculos sentimentales más grandes que he cultivado, luego que tuve mis hijos y comprobé lo que es el amor verdadero, me sentí plena, porque tuve con todos los niños que pasaron por mis manos un amor inmenso e incondicional
Quisiera ser justa, pero me es imposible mencionar a cado una que pasó por mis manos.
Comenzaré por Alfonsina, al abrir mi celular he encontrado unas hermosas meditaciones y unas reflexiones que casi me han hecho llorar, porque teniendo ella un buen matrimonio, unos hijos preciosos universitarios, una vida laboral muy intensa, que al día de hoy me tenga presente, es un honor, es una dicha.
Acostumbro a ir a un supermercado que me queda cerca. Uno de esos días en que la alegría no es la mejor compañera y en que uno tiene reflejada la pena en el rostro, me encuentro con Josefina Fernández, fue mi alumna siendo muy niña, ella con tanto cariño y como si fuera una hija me dio un “boche” y me dijo que cómo era posible que yo estuviera así, que si era que no tenía aunque sea un pintalabios, algo que me animara, que no quería volverme a ver de esa manera. Hasta me recomendó lugares a los que podía ir, para que ocupara mi tiempo.
Solange, a quien a su regreso a escribir su columna en este medio, le manifesté mi alegría, porque siempre que la veo, a pesar de los años, perdura en nosotras ese amor y cariño nacido en las aulas cuando era una niña de cola larga y talle ajustado.
Yunita, quien vive en Miami y en cada viaje de su madre no se olvida de mandarme algún detalle, el cual atesoro como algo invaluable, porque ¿quién soy yo para que luego de tantos años y siendo ella abuela se acuerde de mí?
Lurdita Asjana, ¡qué niña tan buena, tan dulce! Con hijas universitarias o quizás graduadas, pero el día en que necesité una mano para que me abriera la puerta del despacho de su hermano con tanto cariño no vaciló y al instante recibí respuesta.
Patricia Grau, en un momento en que el nieto de mi trabajadora necesitaba ayuda odontológica por un problema grave, alguien me dijo que ella era profesora en UNIBE, la contacté y con la forma en que me recibió fue para mí una gran demostración de amor, me dijo que estando ella ahí cómo iba a ser ese mi problema.
Miriam Geara, nunca podré olvidarla, aunque jamás he sabido de ella. Pero era una niña que imitaba hasta la forma de yo sentarme, pues siempre le decía a mis niñas la forma correcta de hacerlo y hasta la manera de montarse en un carro.
Corinita Capriles, ¡cuánta inocencia! Qué niña tan tierna. Recuerdo que cuando me casé como no podía invitar a todas mis alumnas, al casarme en el Colegio, ella fue escondidita a la esquina para verme. ¡Qué demostración de amor!
Xiomarita Estrella, (hija del periodista Santiago Estrella Veloz). Nunca más la he vuelto a ver, ni saber de su vida. Pero no la puedo olvidar y recordarla teniendo unos siete u ocho años, rodeada de alumnas de bachillerato y ella debatiendo algún tema de actualidad. Estaba al día en todo. En días pasados mientras yo rezaba el Santo Rosario, el Misterio era “El Niño perdido y hallado en el Templo”, tuve que recordarla, porque el Niño hablaba con los doctores, ellos le escuchaban absortos, tenía apenas doce años.
Otros que siempre estarán en mis recuerdos, aunque de seguro no se acuerden de mí, pues estaban muy pequeños y yo su maestra de biblioteca, son Alex y Adrian, los gemelos del Maestro José Antonio Molina, ellos juyendo libres por el inmenso patio y su padre pacientemente esperando a que les diera la gana de irse para su casa.
Recuerdo a mi sobrino Jaimito y su primo Andrés (hijo y sobrino de mi comadre Carmen Holguín), yo desde una galería observarlos subiéndose a una verja altísima detrás del anfiteatro y solo me decía “se van a caer, se van a caer”, era un drama que vivía a diario, pero pensaba que con solo mirarlos, los protegía.
De mi sobrino Luis, (también hijo de Carmen) recuerdo una de las más famosas anécdotas de mi vida en el magisterio. Carmen lo había puesto en clase de piano, pero a él no le gustaban esas clases, como mis hijos estudiaban música, ella acudió a mí para que le hablara y lo entusiasmara. Yo le hablé de lo hermoso del piano. Su respuesta ha quedado en mi familia como un decreto: “pero si tanto te gusta, ponte tú”
Uno se mis nietos del corazón, Ricki, hijo de Yunita, pero que a su vez tiene un hijo, o sea, que me hace bisabuela, en cierta ocasión lo habían puesto de castigo en un rincón, yo como lo creía parte de mí fui a averiguar y le pregunté que por qué estaba ahí, me dijo con ojos de perro arrepentido: “No sé, porque lo que yo estaba era jodiendo tranquilo”. Frase también acuñada en mi familia.
Recuero a Marión, Damaris, Lisette, Magaly y Marina Franjul, las hermanitas Luna, Patricia Villegas, Adria, Miosotys… Son tantas que llevo en mi corazón.
Quiero mencionar en esta ocasión a Karen Andón, a ella por motivos de salud le di clases particulares durante un gran tiempo, era alumna de otro colegio, pero me recomendaron que les ayudara. Recuerdo que ella guardaba pistachos para que los compartiéramos. Fue paje de mi boda. Hoy posee una gran empresa. Un día, hace dos años iba a preparar los dulces para la boda de una sobrina, como no tenía la técnica para un postre en especial, al haber visto su página en internet, la llamé para pedirle asesoría. Con tanto amor me dio todas las instrucciones y me dijo que no venía a ayudarme porque ese mismo día se iba de viaje. Cuánto la quiero.
He dejado para último mencionar a una niña que siempre perdurará en mis recuerdos, en mi corazón, Pilar Somoza. Aquí en la tierra fue un ángel, con una mirada dulce. Era tierna, inocente, un ser excepcional, se fue a destiempo, hace veinte años. Apenas duró unos cuantos meses enferma, cuatro, porque una
persona como ella no merecía sufrir. No tenía valor para ir a verla, hasta que un día decidí acompañarla un rato, su charla fue de tanta paz para mí, que puedo repetir cada palabra que me dijo. Murió cinco días después de mi visita. Dejó un hijo en la orfandad, quien es ya un hombre, criado con todo el amor por sus abuelos.
Pili, nunca te olvidaré y te doy las gracias porque junto a esas que fueron tus compañeras y todos los que fueron mis alumnos, me dieron la oportunidad de ser su maestra.
Aunque pertenecen a diferentes décadas y los pequeños mencionados a quienes solo les di clases de actuar y comportarse en las bibliotecas, me basta esta muestra para felicitarme en el “Día del Maestro”.