Tres de la madrugada. Puede ser mi hora, no la de los muertos. Siempre, o casi siempre, mis ojos se abren como puertas cerca de esta hora. ¿La razón?, debe ir más allá de lo físico. Y no me inquietaré más de la cuenta queriendo encontrar un motivo. 

Esta vez soñé con una habitación; la de una casa emblemática de mi niñez. Mi madre vivía allí y yo con ella, por un tiempo. ¡Es maravilloso el mundo este de los sueños! Es el único estado en el cual podemos acercarnos a los queridos que ya dejaron el mundo material, y obtener de ellos todo lo que nuestros sentidos puedan. Tocarlos, verlos, olerlos y sentirlos en forma de lágrima sobre nuestros ojos. En mi sueño se repetía una escena donde yo cerraba puertas y ajustaba cerraduras y pestillos. ¡La simbología no podía ser más obvia ni más cargada de sentido! Más adelante, una de las puertas no quería cerrar, pero yo insisto hasta lograrlo. La presencia de mi madre en el lugar era definitiva. No escuchaba su voz, ni logré verla, pero sin duda ella estaba ahí. De suerte que cuando despierto, tranquila y serena, al segundo me digo con sorpresa: -¡he soñado con mami!- Al decirlo, conatos de gemidos escapan de mi boca, la que cubro con la palma de mis manos. La certeza de su presencia se prolonga ya despierta y la sensación se vuelve espesa y profunda.

Un pequeño sismo de emoción me sacude y la tengo nuevamente en mi vida. ¡La bendición de los sueños!, hela ahí: Nos devuelve a nuestros muertos. Y por un rato muy escaso, ya despierta, la vuelvo a tener. El amor es un tipo de milagro que nos hace conformarnos con casi cualquier cosa. Siquiera la he visto, no pude hablarle, apenas pronuncié frase alguna. Solo había puertas, pestillos y cerraduras, y sin embargo, sentirla en mi habitación me produjo una inefable y profunda felicidad.

Luego de pensarla y amarla mucho, me levanto de la cama. Insistir en un sueño que terminó puede ser tan tonto como agotador. Entonces me sirvo de estas líneas, que pretenden ser, si acaso, un pequeño homenaje a su recuerdo. Al lograr mi propósito, me dispongo a ceder a los brazos Morfeo, pues al día siguiente la vida de los vivos sigue, indetenible, y que bueno que así sea.

Las líneas de más arriba obedecen a un sueño que me sorprendió varias madrugadas atrás. La madre, cuando no está, insiste dentro de nosotros en miles de formas. El recuerdo, ya sea vestido de nostalgia, lágrima o sueño, nos devuelva a la madre desde donde sea que su alma esté. En mi caso, los sueños en los que mi madre está son sumamente escasos, de manera que, a casi quince años de su partida, soñarla es una muy precidada experiencia.

Y es que la madre nunca deja de estar. Ellas siempre habitan en la intimidad de los corazones de sus hijos. Mis más sincero y cálido abrazo a todas las madres dominicanas. Y de paso, les invito a visitar el siguiente enlance, para que conozcan el origen de la celebración del Día de las Madres.