Baja el telón, se encienden las luces de la realidad y los aplausos esconden su olvido en las prisas por buscar el automóvil. Terminada la función a nadie se le ocurre pensar en la nómina de producción que el espectáculo dejará pendiente de pago por lo menos por los próximos seis meses. Aquí no paga nadie a tiempo y cuando finalmente lo hace, lo más seguro es que tuvo que intervenir la intimidación legal, o coloquial.
Cuando una escucha, o lee, que los braceros haitianos tienen qué regresar mani-vacíos a sus lugares de origen sin que se les haya liquidado sus sueldos o, mucho peor, que no pueden retornar y languidecen de hambre por falta de pago, entonces una se indigna. Es decir, una persona no dominicana se indigna porque cualquier nacional que no tenga la seguridad de un salario fijo y dependa de un negocio propio o de sus facultades profesionales para sobrevivir, sabe muy bien que aquí somos muy lentos para pagar.
La deuda interna del estado sobrepasa los cinco mil millones de pesos, “Gobierne ahora y que otro pague (o no) después” es el lema heredado por gestiones e idiosincrasias anteriores. A la espera de sus honorarios languidecen las esperanzas de los artistas y colaboradores del Diálogo Nacional, se suicidan contratistas y se mantiene viva la morosidad gubernamental a golpe de centavos.
Se va a pagar a los productores, luminotécnicos, sonidistas, camarógrafos, fotógrafos y demás componentes de la actividad publicitaria y de espectáculos. Lo que no se sabe es cuándo.
Para los que disfrutan de la seguridad de un sueldo, la pesadilla cotidiana tiene sus bemoles, pero para los que tienen que saldar sus deudas bancarias y domésticas con el producto de una cotización, el picoteo les reserva un lugar especial en el mausoleo del descrédito. Entregados a este singular destino por decisión o necesidad, los freelance deben esperar a que la buena voluntad subsista y alguien, quien sea, les pague algo de lo mucho que se les debe, como sea.
Raúl Recio. Sin Título, de la serie "Yo estoy aquí pero no soy yo" (1986-2000)
Si a los observadores internacionales de las relaciones domínico-haitianas se les ocurriese adentrarse en este drama nacional, de seguro se lo pensarían dos veces antes de sacar conclusiones tremendistas sobre los grados de esclavitud en que viven los braceros. O mejor aún, invertirían algo de sus esfuerzos en documentar a los que quieran venir a pasar trabajo aquí advirtiéndoles que muy probablemente que no vean fructificar su sudor en algún papel moneda.
También, si se detuvieran cada vez que un policía de tránsito intenta robar amparado por la ley 241, el cansancio les sobraría para aplicárselo a la indignación ante los abusos de poder de los militares en los bateyes. Porque si alguien es pisoteado constantemente en este te breve espacio de institucionalidad que llamamos país es el ciudadano común, que no tiene dónde ponerle un marco de ONG a sus tribulaciones. Aquí la justicia sigue estando en otra parte para haitianos y dominicanos. Tengo muchos amigos de aquí y de allá a quienes no les pagan.
LISTÍN DIARIO, 1998.