Puedo decir, sin temor a equivocarme, que una de las cosas más positivas que me sucedió en este año que casi concluye, fue conocer a Nelson Javier (el cocodrilo) y que además considerara nuestro proyecto Aprendo con Rafael digno de ser parte del contenido de su programa Buena Noche.
De pequeño solía mirar muchas figuras por televisión y aprendí a admirarlos, a hacerlos parte de mi vida cotidiana y de la selección de programas a seguir en la televisión, pero jamás pensé en conocerles y que me dispensaran su amistad entre los que, indiscutiblemente, se encuentra Nelson Javier.
A raíz de esta cercanía lo he podido conocer y he encontrado un alma noble cuya vida no es una pantalla, aunque viva de las pantallas de un televisor.
Dice un refrán que “cuando el camino es duro, sólo el que es duro camina”. Su vida no ha sido la felicidad que hoy se refleja en él, o la posición económica que ostenta, desde muy pequeño aprendió a ser indulgente con la gente, pero recio con la vida al verse, sin quererlo, al frente de su familia paterna y materna siendo apenas un adolescente.
Sin embargo, sólo tenía como límite el horizonte para dejar salir los delirios propios de la pobreza atrapados en la celda de su propia existencia. Su vida era un reinventarse a diario y no esperaba que fuera el límite de la vida que le hiciera olvidar el vértigo de sus propias miserias. Por eso ha sabido valorar cada momento en su justa dimensión.
Las experiencias de infancia les han agregado un corazón de guerrero con la armadura necesaria para imponerse a las críticas mordaces, a los embates propios que traen consigo ser figura pública. Tiene defectos como todos los mortales, pero su más grande virtud es ser un amigo fiel. En ocasiones esto le ha llevado a asumir posiciones controversiales, pero al mismo tiempo ha sabido enmendar el error cuando entiende que se ha equivocado y eso es de sabios.
Quizá, parafraseando a Borges, de él se puede decir que de tanto perder aprendió a ganar, de tanto llorar se eternizó en su rostro una sonrisa y ha tocado tantas veces el fondo que cada vez que baja sabe que de nuevo subirá.
Nelson Javier es un arquitecto de esperanzas y forjador de sueños y los hechos están ahí, en la inmensidad de jóvenes comunicadores que han visto crecer su talento a su lado. Jóvenes impulsados por una fuerza pasional que ven en él a una persona que no va dejando huellas, sino caminos que pueden ser transitados sin miedo tras la conquista de una meta que eternice su nombre, así como ya se ha eternizado el suyo.
Es un constructor de nombres, argonauta de un ideal que a veces ha naufragado; ha escrutado más allá de los rincones de un ideal los mundos provistos de cosas bellas, terribles y divinas al mismo tiempo.
Tiene una dilatada obra social que no se empeña en dar a conocer, pero que hablan muy bien de un corazón magnánimo.
Ha vertido su legado en las siguientes generaciones que ensalzarán su obra y amarán su figura buscando imitar el corazón de un hombre honesto y con pasión, de fe sólida en Dios y amor por su familia y que al mismo tiempo nos ha enseñado que se puede hacer soñar a un pueblo, a una patria, a una familia que la vida es un crisol de sueños que en ella estamos de paso y que más allá del éxito o la fama, lo que quedará en el pueblo es el bien que hayamos hecho.
Gracias amigo, siga siendo simplemente Nelson Javier.